Desde inicios de febrero –cuando solamente había ocurrido una muerte por COVID-19 fuera de China–, la Organización Mundial de la Salud hizo referencia al término infodemia, describiéndolo como la “sobreabundancia de información (alguna precisa y otra no) que le dificulta la las personas encontrar fuentes fidedignas y orientación confiable cuando lo necesitan”.

Los medios de comunicación, especialmente los de carácter audiovisual, han sido fundamentales en conectarnos durante estos meses de distanciamiento. Las plataformas de videoconferencia se han vuelto más cotidianas que antes y hoy dependemos más que nunca de la tecnología para mantener relaciones familiares (y otras de carácter interpersonal), y seguir avanzando –según sea posible– en el ambiente laboral. Sin embargo el teléfono y la mensajería dejaron de lado hace mucho tiempo el carácter personal y se han convertido en herramientas de difusión masiva e instantánea.

Cada día que pasa nos enfrentamos a un bombardeo de noticias relacionadas a la pandemia (abarcando sucesos, normativas, decisiones gubernamentales…) que se diseminan por prensa, televisión, radio, redes sociales y, particularmente, por plataformas de mensajería. De esta forma, se han popularizado cientos de cadenas de escritos, audios y videos que contienen información engañosa, falsa y potencialmente peligrosa acerca del coronavirus SARS-CoV-2, las estrategias de prevención y control de infección y el tratamiento.

En este momento las sociedades estamos viviendo (cada una a su ritmo) tres diferentes  sentimientos colectivos: el miedo, el duelo y la ansiedad que resulta de no poder lidiar con los primeros dos. Los profesionales de salud no estamos exentos de esta experiencia colectiva. El miedo y el duelo nacen por la incertidumbre del futuro, por las cosas que hemos perdido (unos más que otros) y aquellas que hemos tenido que ceder. Nuestras construcciones de seguridad y normalidad no se sustentan y cada vez aparentan más lejos.

Este ambiente emocional ha sido el propenso para que cientos de criminales se aprovechen de la vulnerabilidad de las personas. Se han aprovechado del miedo colectivo y han creado otra pandemia: la desinformación. La mayoría de estos mensajes tienen un denominador común  y es el sensacionalismo del que emanan (y el mismo que les permite sobrevivir). Intentan vender curas o remedios milagrosos.

A continuación enlisto solamente solo algunos de los mitos que se han popularizado:

  • Tomar baños de agua caliente ya que el virus no sobrevive a altas temperaturas.
  • Megadosis de vitamina C para prevenir y tratar el virus.
  • Consumir grandes cantidades de jengibre o ajo para prevenir el virus.
  • Tomar gotitas de cloro en agua para curar el virus.
  • Hacer lavados nasales con solución salina como protección contra el virus.
  • Inhalaciones de eucalipto para eliminar el virus de la vía aérea.
  • Altas dosis de cloroquina para protección contra el virus.
  • Gárgaras con bicarbonato de sodio y limón o vinagre para sanarse del virus.

Piénselo: ¿Cuántos mensajes así ha recibido en el último mes? Y no nos olvidemos de aquellos manchados de xenofobia o ideología contrapoder: “lo que el gobierno no quiere que sepa”, “los chinos mienten”, “los doctores esconden la cura del virus”. Perpetran el odio y estigmatizan a personas y grupos. La desinformación y los rumores aumentan el miedo y generan confusión y desconfianza en el sistema de salud. Potencialmente nos ponen en peligro porque intentan truncar los esfuerzos y las respuestas de las autoridades en Salud para contener la emergencia sanitaria.

Es tiempo para la ciencia y la solidaridad” mencionaba António Guterres, Secretario General de las Naciones Unidas, en la conferencia de prensa del 14 de abril, para hacer referencia a al esparcimiento global de teorías de conspiración y consejos de salud perjudiciales.

Es tiempo para la ciencia.  El mayor problema es que el público meta de estos audios y cadenas no son los profesionales de salud. Están cargados de tecnicismos o apelan a la verosimilitud para ser fácilmente aceptados como verdaderos. Gran parte del público general no cuenta con la formación en salud para discriminar la información según su fuente, contenido e implicaciones. Es de suma importancia considerar que sin un médico o equipo de profesionales en salud consideran tener un descubrimiento que modifique la historia natural de la enfermedad por SARS-CoV-2, intentarán comunicarlo a la comunidad científica de forma seria en revistas especializadas y previa revisión por pares. El mismo método científico que aprendimos en la escuela. Los audios de Whatsapp evidentemente no cumplen con estos requisitos. Tanto es así que en los últimos meses se ha producido un arsenal de información científica importante. Por ejemplo, al día de hoy (19 de abril), solamente la revista médica The Lancet cuenta con 395 artículos relacionados a la COVID-19, que van desde correspondencia y comentarios a revisiones y presentaciones de caso. Los mismos se encuentran habilitados de forma gratuita.

Es tiempo para la solidaridad. La solidaridad incluye la aceptación y validación de nuestros sentimientos y los de los demás. La ansiedad es un problema sanitario creciente. Una vez que aceptamos el miedo y la ansiedad que sentimos, debemos limitar la cantidad de contenido que dejamos entrar con base en la cantidad de contenido que somos capaces de manejar.

La información respecto al coronavirus y a la atención en salud respectiva, para el público general, debe provenir únicamente de fuentes oficiales. En el caso de Costa Rica, se pueden consultar las páginas web de la Organización Mundial de la Salud y el Ministerio de Salud. Asimismo, el Ministerio de Salud, habilitó la línea 1322 para la consulta de síntomas y posibles casos de COVID-19.

Todos debemos aumentar los estándares de la información que recibimos y, más importante, de la que compartimos. Estamos velando por nuestra salud (incluyendo la salud mental) y la del resto de personas.

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