Uno nunca está preparado para enfrentar aquello que parece lejano. El COVID-19 parecía muy lejano hace solo unas semanas.
Por eso no pude dejar de sorprenderme frente a los carritos de supermercado, cargados con papel higiénico, hasta cinco paquetes de cuatro desinfectantes en aerosol, y la frustración por la escasez de alcohol en gel. Yo solo iba al supermercado por comida para perro y algunas cosas que siempre vienen bien en casa, y no pude dejar de sentir que algo me estaría pasando desapercibido.
Luego de pensarlo mucho, tratando de entender, vinieron a mi cabeza varias lecturas que hice hace algunos años, sobre accidentes y supervivencia en montaña. La lógica en ese tipo de literatura técnica es comprender cuales son las constantes en las situaciones de riesgo, analizar casos reales e identificar en dónde reside el factor de supervivencia. Dos cosas me quedaron de esas lecturas, las comento a continuación.
Los sistemas complejos colapsan
Un sistema complejo es aquel en el cual todas las partes están interconectadas de alguna forma. Un fallo en una parte es capaz de comprometer a otra, y así sucesivamente. Los fallos no son la norma, pero en el transcurso del tiempo son inevitables.
Imaginen un reloj de arena, los granos de arena comienzan a acumularse formando un cono. ¿Por qué este cono nunca alcanza la parte superior del reloj? Todos hemos visto como el cono aumenta su altura hasta un punto donde siempre colapsa, esto es un sistema complejo que alcanza su punto de quiebre.
Esto ocurre en los deportes verticales, como la escalada o el cañonismo, tarde o temprano algo va a fallar, alguien va a cometer un error, el accidente es cuestión de tiempo, y por eso siempre se usan sistemas redundantes, como una forma de minimizar los efectos.
Nuestra sociedad y economía global son claramente sistemas complejos, donde cada cierto tiempo una crisis será inevitable. En este momento histórico, se trata de una crisis sanitaria, pero podría ser de otro tipo.
¿Contamos con sistemas redundantes para minimizar el impacto? Sí y no, depende mucho de los contextos nacionales y culturales de cada país, y en todo caso, la supervivencia no depende necesariamente del poder del impacto, muchas veces es más una cuestión de actitud.
El perfil del sobreviviente
Existe un perfil del sobreviviente a crisis y catástrofes, por lo general son individuos que, frente al colapso del sistema, anteponen el bienestar colectivo al propio. ¿Cómo puede esto tener sentido? Existe todo un imaginario narrativo, promovido por el cine hollywoodense, del héroe que se construye y sobrevive solo.
Como toda forma cultural es política, no es extraño que esta visión se afiance en las curiosas ideas de Ayn Rand y su defensa del egoísmo como un valor positivo. Sin embargo, la realidad nos muestra otra cosa, y da razón al poeta metafísico inglés John Donne, cuando afirma:
Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa...La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad (…).
Por un lado, la idea de pertenencia a un grupo nos da objetivo, una razón para hacer las cosas, ese algo que nos trasciende. Este es un tema explorado ampliamente por el neurólogo y psiquiatra Viktor Frankl, a partir de su experiencia como prisionero en campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.
Y, por otra parte, es a través de la solidaridad que se teje nuestra supervivencia como especie, la historia de nuestro paso por la tierra es una historia de individuos que se unen para hacer frente a necesidades comunes.
Esto me lleva a un desvío de varios millones de años al pasado, cuando una tribu de homínidos cuidó y alimentó a un individuo viejo y desdentado de la tribu por varios años hasta su muerte. Esta historia solo la podemos suponer con base a un cráneo encontrado en una cueva euroasiática, un individuo viejo y sin dientes, que sobrevivió varios años en esta condición.
Sin embargo, a mí me gusta pensar, tal como plantean algunos paleontólogos, que este es el indicio de que nuestros primeros antepasados se ayudaban entre sí. La primera frase en la historia de la solidaridad, en el principio mismo de nuestra vida como especie. Somos humanos cuando nos vemos en los otros, y compartimos la preocupación por un destino colectivo más allá del yo egoísta.
El presente
Volvamos a la escena inicial, carritos de supermercado llenos de papel higiénico, personas que compran hasta veinte botes de desinfectante en aerosol. De nada vale convertir tu casa en una fortaleza si tu vecino está enfermo.
Es el mismo principio de las vacunas, en el cuidado colectivo está la fortaleza de nuestros sistemas de salud.
La fantasía de los preppers que vemos en la televisión, sobrevivir de forma solitaria un apocalipsis que nunca llega y repoblar la tierra en plan pareja primigenia, no es más que un delirio.
Nos guste o no, la forma de salir de las crisis es pensar como colectivo, compartir recursos, no acaparar por acaparar, apoyar al vecino, consumir local para paliar la incertidumbre económica, vernos y creernos parte de esta tribu planetaria, empezando por nuestro entorno más inmediato.
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