La era de la (des)información. Existen figuras políticas que se convierten en referentes de las llamadas ideologías de izquierda o de derecha. La ubicación de un líder en uno de esos extremos genera consecuencias en cómo nos informamos y opinamos sobre él o ella, con la posibilidad de convertirnos en agentes de des-información, al pensar y opinar con el corazón, el estómago o el hígado.

La situación de Evo Morales en Bolivia ha generado ese efecto polarizador, bajo estas falacias: si defendés a Evo te convertís en socialista, sino, debés ser neoliberal; un eterno blanco y negro artificial, donde los matices no existen. Siendo eso lo más alejado de la realidad.

Desde mi punto de vista son dos temas sobre los que se ha debido tomar posición: 1. Defender o no la legitimidad y conveniencia de que Morales continuase como presidente de Bolivia y 2. Aprobar o rechazar su renuncia, dada por las presiones de las fuerzas militares.

Para ser agente de información, se requiere un gran esfuerzo de no dejarse llevar por la polarización artificial, ni opinar con otro órgano que no sea el cerebro.

Cómo lo veo (tema n.° 1).

Evo Morales, como presidente, llevó al límite la institucionalidad democrática boliviana. Jugó todas las fichas que le daba el régimen político para mantenerse en el poder: trató de obtener su reelección por medio de legitimidad democrática, con un referéndum consultivo que perdió. Después, se fue para el Tribunal Constitucional, que sí le permitió presentarse nuevamente como candidato a la Jefatura del Estado. Todo lo anterior dentro del marco institucional legítimo de su país, estemos de acuerdo con el fondo o no.

Cuestión diferente es la conveniencia democrática de su reelección, la cual era nula. En un sistema político presidencialista y latinoamericano haber mantenido en el poder a un presidente por más de 10 años, hubiese sido estar a un paso del abismo dictatorial.

Y así lo demostró el propio Evo Morales. Una vez celebradas las elecciones, él y su régimen jugaron con la voluntad popular en forma ilegítima: al no favorecerle los resultados provisionales se detuvo su publicación, acción que llevó a la renuncia de un integrante del Tribunal Electoral y, por ende, a las máximas sospechas de fraude, todo a la luz de observadores internacionales y de las y los bolivianos.

Ojo, toda esa irresponsabilidad política caló en las válvulas de escape que todo sistema político democrático tiene, la presión de las válvulas lo llevó a acular, a aceptar una nueva convocatoria a las urnas —acto que no debe aplaudirse, ante su irresponsabilidad, eso era lo que debía hacer—. Esta era la salida necesaria y óptima para Bolivia.

Cómo lo veo (tema n.° 2).

Si bien opino eso de la actuación de Evo Morales, no significa que apruebe su renuncia en los términos dados —como digo, una cosa no lleva a la otra—.

En la historia —no hay que irse muy atrás—, quienes nacimos en la segunda mitad del siglo XX hasta la generación millenial, nacimos en una América Latina inserta en la violencia política, regida por gobiernos militares que alcanzaron el poder al tambor de golpes de estado o elecciones fraudulentas maquilladas de legitimación popular, todo manchó a la Región de sangre y saqueo por casi medio siglo.

A nuestro espacio común nunca le ha ido bien cuando la milicia se mete con el poder civil, Bolivia nos lo recuerda. Dado que —enfatizo—, lo que sí debió ocurrir era que Morales renunciara o aceptara —de darse— un resultado electoral contrario en las próximas elecciones, al haberse activado la válvula de escape que encontró el poder civil y la democracia boliviana. Pero no, esa válvula cayó al tambor de la amenaza de un golpe de estado militar.

En la América Latina de casi la tercera década del siglo XXI, un presidente electo cayó en manos del poder militar, es preocupante el avance de la militarización de la política en nuestra Región.

Cierro.

No pretendo ser exhaustivo, sólo trato de aportar información y opinión en este mar de posverdad y polarización en el que vivimos. Como mencioné, considero que la respuesta a la crisis del sistema político boliviano debió ser a través de la válvula de escape democrática que se encontró (nuevos comicios).

Pero no pasará, la ciudadanía boliviana quedó a la merced de la fuerza. Militares que aceptan la invocación del nombre de Dios para trabajar, militares que se han dado cuenta del vacío en la línea de mando civil.

Parece que por más que nosotras y nosotros (el poder civil latinoamericano) sepamos el dicho, no lo interiorizamos: quien olvida su historia, está destinado a repetirla.

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