Cualquier estudiante de ciencias sociales sabría decir que, al menos una buena parte de la realidad, se construye a partir de los discursos que circulan en el ámbito social. Los temas que no se hablan, simplemente no existen. Es imposible generar un debate sobre una cuestión social cuando esta está ausente de la agenda de los medios, o cuando aparece solo marginalmente en las redes sociales. Existe el déficit fiscal, existe la pobreza, existe el “sacrificio de todos”, existe la huelga y los huelguistas.

Y para cada una de estas “realidades”, existe un universo de expertos y expertas para generar comentarios, opiniones y profecías. Pero la desigualdad no existe.

Esa ausencia mediática contrasta con la experiencia cotidiana. Visualicemos esta escena: en un semáforo de la ciudad, se detiene un automóvil que vale quince años de trabajo de un obrero no calificado, considerando que a éste se le respete su salario mínimo. Pero la persona que vende frutas en bolsa plástica y se acerca a la ventana de ese automóvil, está lejos de tener los mínimos que la ley establece. Ni siquiera es un obrero. Pertenece a ese 40% de la población económicamente activa que se encuentra en el sector informal. Quien conduce y quien vende ¿son acaso iguales?

Movámonos ahora hacia el este o el oeste del Valle Central y observemos cómo la desigualdad ha transformado la ciudad, ha fragmentado los espacios, ha construido realidades paralelas detrás de muros de concreto y cercas eléctricas. Parece que no estamos tan lejos de las ciudades privadas de Honduras.

Trabajo declarado, salario legal, seguridad social son elementos que permiten disminuir la brecha de la desigualdad. La repartición de la riqueza nacional, mediada por el Estado, es también un factor fundamental de dicha disminución. Nuestro espejo como sociedad nos remite una cara doble. En los últimos años, Costa Rica se ha acercado más a los niveles históricos de desigualdad de Centroamérica. Los últimos datos señalan incluso que el país es más desigual que El Salvador, cuya población migra constantemente a los Estados Unidos, en busca del sueño americano.

¿Será ese el futuro que espera a una masa enorme de compatriotas?

La Costa Rica desigual no aparece en el discurso esencial de los catálogos turísticos. Y parece que la línea a seguir por las autoridades actuales es ciega a este problema social. Los impulsos económicos, el discurso de la reactivación no parece entender la lógica de la disparidad social, sus mecanismos y el hecho de que se trata de una bomba social. Los análisis económicos clásicos, que acompañan el despliegue del neoliberalismo, reconocen la problemática de la pobreza como un factor a tomar en cuenta, y que debería disminuir en relación con un crecimiento que se desborda. Para esto, se deja un margen al Estado para que garantice transferencias sociales y destinos específicos de gasto. Sin embargo, se amputa su capacidad para disminuir la brecha social y combatir la desigualdad interviniendo de manera activa en el mercado y aumentando la demanda de manera importante.

Pensar la desigualdad implica reflexionar sobre la organización social, cuestionar las decisiones político-económicas de los últimos treinta años y concluir, desde luego, que algo se ha hecho mal. No obstante para esto, es necesario llevar el tema de la desigualdad al debate público y reconocer que se trata de un factor central en la violencia social y en el deterioro de los lazos de la comunidad. No basta con culpar a un sector que —dentro del pacto social de la Segunda República— constituyó la base electoral mayoritaria de la estabilidad política nacional. Si bien las reformas salariales a lo interno de las instituciones públicas permitirían disminuir de manera importante la disparidad entre sus trabajadores, fuera de esta esfera particular, el problema estructural subsiste.

Y no son estos cambios, contrariamente a lo que sostiene gran parte de la prensa, los que bastarán para acabar con el déficit y, sobre todo, con la desigual repartición de la riqueza a nivel nacional. Esta narrativa contra el sector público pronto se agotará, dejando intactas las bases estructurales de la desigualdad.

Si Costa Rica logró constituirse como nación alrededor de la idea de la igualdad, es porque dicha idea se sostenía sobre una cierta realidad económico-política e institucional. Sin embargo, luego de años de deterioro e incertidumbre, la desigualdad amenaza el propio imaginario de nación y hace peligrar el pacto social.

La realidad chilena, que ha sido durante mucho tiempo el ejemplo preferido de ciertos sectores, constituye un grito de alerta. ¿Hasta cuándo seguiremos con los ojos cerrados?

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