El diario en línea de CNN anunció el viernes pasado que “tanto el Ejército de los Estados Unidos como el Departamento de Policía de Los Ángeles permanecerán en estado de alerta durante la proyección de la película Joker”, que se estrenará en nuestro país, como casi en todo el mundo, el próximo jueves. La noticia afirma que el argumento de la película “ha invocado recuerdos de un tiroteo masivo en el que 12 personas murieron y 70 resultaron heridas en una proyección de The Dark Knight Rises en Aurora, Colorado, en 2012.”

Joker ha sido objeto de múltiples alabanzas por parte de la crítica especializada desde su estreno en el Festival de Cine de Venecia, el pasado 1 de setiembre, donde obtuvo el máximo galardón del certamen. También ha producido algunos titulares de naturaleza alarmista. “Joker es una película peligrosa y está sacando lo peor de Internet”, publicó el sitio Refinery 29. “Joaquín Phoenix se eleva en una historia de origen profundamente preocupante”, afirma Vanity Fair.

La semana pasada el crítico de cine de The Telegraph, Robbie Collin, preguntó al actor Joaquín Phoenix en una conferencia de prensa: “¿Piensa usted que el personaje que interpreta en Joker podría inspirar a personas del tipo solitario inestable, autocompasivo y con una mentalidad de tirador de masas?” La respuesta de Phoenix fue un lacónico “No”, que se escuchó apenas unos segundos antes de que el célebre actor abandonara la sala.

Algunos dirán que Phoenix es “poco profesional” y que ha desperdiciado una oportunidad de oro para abordar un diálogo necesario. Otros afirmarán que debemos esperar una semana y ver la película para formarnos un criterio propio. Sin embargo, es posible que la mejor reflexión en torno de Joker se produzca antes de su estreno; es decir, en los predecesores de la película y en la trayectoria que ha descrito la representación de la violencia en el cine, desde su propio origen.

Esa representación ha sido desde siempre, y de manera previsible, polémica. Los ejemplos al respecto son abundantes: desde el cine gangsters de los años 30, que propició precisamente la aparición del llamado Código Hays de conducta en los Estados Unidos, hasta las películas de Quentin Tarantino.  La naranja mecánica (1971), Taxi Driver (1976) y Natural Born Killers (1994), se cuentan entre los casos memorables de ese cine violento, tan admirado como controversial.

Es muy probable que el debate en torno de este tema permanezca abierto, en primer lugar, porque no existe un acuerdo al respecto entre los productores cinematográficos. Al fin y al cabo la riqueza del cine reside justamente en su incapacidad para señalar con claridad lo que es correcto y lo que no lo es, a pesar de la vehemencia de algunas de sus figuras destacadas. Por ejemplo el oscarizado Alejandro González Iñárritu ha comentado recientemente, durante una clase magistral que ofreció en la Universidad Nacional Autónoma de México: “Conociendo la violencia que vivimos, es difícil para mí ver y aceptar las películas que “glamurizan” la violencia y hacen de la violencia un arte cool”.

En la acera del frente se ubica, por supuesto, Quentin Tarantino. En 2010, en la sede de la Academia Británica de Cine y Televisión, Tarantino señaló que “la violencia es lo más atractivo" del cine y la mejor forma de conectar con el público. “Cuando le pegan un tiro en el estómago a un tipo, sangra como un cerdo y eso es lo que quiero ver, no una pequeña mancha roja en mitad de la tripa”, añadió el cineasta, en unas declaraciones que fueron reproducidas por el diario Evening Standard.

La oposición que existe entre las declaraciones de ambos directores evidencia la importancia de pensar la representación de la violencia en términos de límites y matices. ¿Es la ópera prima de Tarantino, Resevoir Dogs (1992), una ingeniosa película de gangsters o una apología de la tortura? ¿Dónde está el límite entre lo primero y lo segundo? ¿Es posible interpretar el sentido de las películas que han dirigido González Iñárritu y Tarantino de manera contraria a sus propósitos?

Probablemente el cineasta contemporáneo que se ha acercado con mayor agudeza a esas preguntas es el austriaco Michael Haneke, que ha sido reconocido por películas en las que la violencia es un tema significativo tales como Funny Games (1997), La pianista (2001), El tiempo del lobo (2003) y Caché (2005). Haneke detesta la representación de la violencia como forma de consumo; es decir, no es un seguidor de Tarantino. Por otra parte, tampoco es capaz de controlar las reacciones de su público, a pesar del férreo control que ejerce sobre la puesta en escena de sus películas.

Todo comenzó con Funny Games, que no es el primer largometraje dirigido por Haneke pero sí el que lo presentó al gran público. Es también un texto que confirma la complejidad de la representación de la violencia. “Funny Games se hizo para impactar y arrebatar al espectador el placer de consumir la violencia pero en algunos generó el efecto contrario. Es el mismo problema que tuvo Kubrick con La naranja mecánica. Quedó muy impactado al ver que el público amaba esa película”, comentaba Haneke en una entrevista ofrecida al Diario El País, en febrero de 2013.

“Para profundizar en algo es necesaria la educación”, concluye Haneke. “Alguien tiene que enseñarte a ver las cosas y hoy nadie enseña a leer las imágenes de la televisión, por ejemplo. Es una vergüenza en todos los países. No se dan cuenta de la importancia que tiene para distinguir entre la realidad y la ficción. Lo único que me creo de los noticiarios es la información meteorológica, porque lo puedo verificar al día siguiente”, afirma, de manera contundente el director.

Las palabras de Haneke orientan el debate hacia un concepto clave, la educación, y ofrecen, además, nuevas preguntas. ¿En necesario imponer algunos límites a la representación de la violencia? ¿Son distintos los límites que debemos imponer a la violencia que se representa en el cine, la literatura, la novela gráfica o la historieta? ¿Qué ocurre en el caso de Joker, en el que esa violencia está acompañada de la risa?

En realidad Joker no reabre un debate antiguo sino dos, relacionados con la representación de la violencia y los límites de la risa: otro concepto complejo, que ha estado siempre en el punto de mira de la censura. ¿Por qué es común que nos riamos de la adolescencia, de las clases populares o de los taxistas neoyorquinos pero no del fanatismo religioso, por ejemplo? ¿Podemos reírnos de cualquier cosa? En 2012, la revista satírica francesa Charlie Hebdo publicó una serie de viñetas, dibujadas por el ilustrador Cabu, bajo el título ¿Podemos aún reírnos de todo?

La publicación exploraba las amplias posibilidades de la risa y exponía, en cada una de sus páginas, un dibujo que ilustraba preguntas como ¿podemos aún reírnos de los agricultores, del alcoholismo, la incineración, la iglesia católica, los burka, los suicidios, los pobres, el cristianismo, Dios, la pedofilia, las religiones, los terroristas, los fabricantes de armas, los pacifistas, los discapacitados, los depredadores sexuales y la eutanasia, por ejemplo? Esas preguntas señalan directamente los límites del pensamiento y los tabúes de nuestras sociedades contemporáneas. Nada menos.

Con publicaciones de este tipo, la revista Charlie Hebdo consiguió durante las últimas décadas la indignación de musulmanes, judíos y cristianos. Su labor fue motivo de juicios, debates por la libertad de expresión y acusaciones de provocación por parte de diversos grupos religiosos. Tres años después de la publicación de ¿Podemos aún reírnos de todo?, el 7 de enero de 2015, dos encapuchados entraron en sus oficinas en París y asesinaron a doce personas, además de herir de gravedad a otras cuatro. Entre las víctimas mortales del atentado estaba el ilustrador Cabu.

A pesar de que los debates sobre los límites de la risa y la representación de la violencia no son nuevos, tal vez nunca han estado tan vigentes y ha sido tan necesarios. Esta idea se confirma al contrastarlos con nuestra evidente incapacidad para asumir esos debates con la madurez que merecen. ¿Qué significa asumirlos con madurez? Significa aspirar a una mayor y mejor educación en torno de las imágenes audiovisuales que consumimos diariamente. Significa, además, acercarse a esas imágenes con una mente abierta a la complejidad. Joker lo merece.

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