Allá por los años setenta, un médico psiquíatra llamado Herbert Freudenberger creó este término que al traducirlo al español significaría “estar quemado, consumido, apagado”.

Este psiquíatra llegó a esa conclusión tras observar y analizar a muchos trabajadores en centros de salud que al cabo de un período relativamente largo, empezaban a sufrir de desmotivación, pérdida de energía, falta de interés, agotamiento y elevados niveles de ansiedad y depresión.

Desde ese entonces, el término ha sido utilizado básicamente en el área médica tras las largas jornadas laborales y las pocas horas de descanso y esparcimiento de muchos profesionales.

No obstante, se puede presentar en cualquier otro tipo de trabajo o profesión.

Motivada por la comunicación (cuando logran tener internet) que sigo teniendo con amigos muy queridos de Venezuela y que por diversas razones no han salido del país, hemos conversado sobre el término “burnout” más allá del ámbito médico y psicológico.

Hemos analizado que la desesperación del pueblo venezolano ha caído a un nivel de resignación, desinterés emocional, un “ya no puedo más”, y un pasar de la rabia y el espíritu de lucha e ilusión por ser libres a un estado de absoluto desánimo, rendición, impotencia y quizá hasta indiferencia, no sólo por la crisis económica sino por ni siquiera tener el mínimo derecho humano a tener buenos servicios de salud y así resignarse a ver la enfermedad y la muerte como parte del diario vivir.

La lucha del venezolano se ha centrado actualmente en el “sobrevivir” como ente biológico, sin poder aspirar a cosas esenciales como tener agua, gasolina, luz, medicinas y por supuesto alimentos, o sea, sus derechos económicos, sociales, psicológicos han ido progresivamente despareciendo, pero es aquí donde debemos preguntarnos:

¿Cómo llegó el venezolano a semejante “aceptación”?

Como dice Gloria Steinem, en su libro Revolución desde Adentro, la autoestima de una Nación es la suma de la autoestima individual de los ciudadanos que habitan en ese país.

Por lo tanto podríamos concluir que el pueblo venezolano ha perdido su Autoestima por el proceso de descalificación y despersonalización al que los últimos gobiernos populistas fríamente lo han sometido y consecuentemente la rabia se ha convertido solamente en sobrevivencia.

A manera de paralelismo y ejemplo, y tal como lo analiza la famosa Psiquíatra especialista en neuroinmunología, Rebeca Jiménez, este proceso de Burnout que se vive en Venezuela es el mismo que sufren las mujeres que hemos vivido con un sociópata-agresor.

Todas las mujeres que hemos sido víctimas de violencia doméstica presentamos la misma dinámica de los pueblos oprimidos por sus gobernantes agresores, a esas mujeres al igual que a esas naciones, nos han sometido a patrones de agresión y de descalificación con el frío objetivo de mellar nuestra Autoestima al precio que fuera.

¿Su objetivo? Dejarnos indefensas, asustadas, deprimidas, aisladas de las amistades y familia y sin mecanismos de defensa que nos permitan salir de esa toxicidad, es decir, el mismo patrón fríamente calculado de los gobiernos populistas ante un plan de sometimiento de una nación engañada.

¿Qué tan lejos están otros países de empezar a sufrir un proceso similar al de Venezuela?

Sólo por citar pocos ejemplos, veamos otra vez a Cuba: La Resiliencia de este pueblo ha sido tan grande, que ante la escasez de alimentos han tenido que comer ratas, así me lo comentó una guía turística cubana con un profundo dejo de tristeza y de vergüenza.

Esa resiliencia y solidaridad que caracteriza a los cubanos ha sido la cadena de fortaleza que los mantiene vivos, pues cuando hay una libra de carne, esa carne se reparte entre todas las familias del vecindario.

Y de nuevo, aparte de la escasez de alimentos y libertad, la isla está llegando al límite de sufrir otra vez la crisis de escasez de gasolina que vivió en los años 90. El cubano está llegando nuevamente a un punto de desesperación y desgaste muy similar al de los venezolanos, lo he visto con mis propios ojos, ya no ven futuro, ya perdieron la ilusión hasta de escapar, la sensación que se respira es de resignación para esperar la muerte…

Hoy día en Argentina, la principal preocupación de la gran mayoría ciudadana es “el plato del día”. ¿Hacia dónde va también esa Europa Latinoamericana?

¿Qué significa la oleada de inmigrantes centroamericanos si no es la desesperanza, el hambre y la pérdida de la fe en sus gobernantes que los han llevado a este proceso de desgaste emocional, físico y económico?

Casi que podría llamársele a este fenómeno una especie de locura social, pues su objetivo es huir sin detenerse a pensar sobre su paradero ni sobre su integralidad. La incertidumbre que se vive en estos pueblos pareciera cegar la capacidad de reflexión de sus habitantes.

Como costarricense, escéptica del rumbo por el que va nuestro país me pregunto con mucho temor si algún día llegaremos a vivir en carne propia los síntomas del burnout que está contaminando a casi todo el continente, pues percibo en la mayoría de las conversaciones con personas de toda clase social, serios síntomas de desmotivación, de desconfianza, de apatía y de mucho desarraigo.

No es casualidad que en la encuesta que realizó el CIEP (UCR) en agosto pasado sobre la opinión sociopolítica del país, y con resultados de gran certeza estadística, lo que sobresalió fue el pesimismo generalizado de los costarricenses.

Sus respuestas se fundamentaron en la percepción de que el país transita por el camino equivocado (76%) y un 24% se encuentra en un alto nivel de descontento que se basa en el malestar por la situación económica del país.

Agreguemos la angustia que genera el índice de desempleo y la consecuente baja en el número de cotizantes para la CCSS en los regímenes de Enfermedad y Maternidad, que en el 2019 tuvo una caída de -0.004%. La oleada de crímenes, las huelgas, el aumento del narcotráfico, el índice de pobreza que ronda el 21,1%.

Aunado a lo anterior y uno de los detonantes de mayor riesgo para generar ese negativismo, apatía, desconfianza y desmotivación ciudadana, son los falsos líderes que últimamente han pretendido seducir masas para sembrar el caos.

Esos líderes con pies de barro han querido hasta secuestrar mentes estudiantiles para “instruirlas” aprovechándose de su inmadurez y necesidad de protagonismo para dejar en ellos su legado de odio y oposicionismo en aras de supuestas justicias sociales.

¿Estaremos a tiempo en Costa Rica para no caer en el Burnout?

A pesar de que los indicadores son alarmantes, la encuesta del CIEP indica que ese malestar ciudadano todavía no se ha transformado en “desesperanza y pensamientos antisistema”.

Muy probablemente la capacidad de resiliencia del tico, aún en las clases más vulnerables, está jugando un papel de muro de contención que si se logra nutrir con sabiduría política podría alimentar esa autoestima del pueblo costarricense que frene el riesgo de caer en la desesperanza, pues este es el sentimiento que precede no sólo a la fatalidad individual sino a toda una colectividad en riesgo.

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