La curiosidad es un instinto natural en los seres humanos. Todos venimos al mundo con ella. Es más, los bebés nacen con una especie de máster en el tema, traen en su ADN ese deseo insaciable por devorarse (¡literalmente se devoran!) todo lo que encuentran. Y, apenas pueden formular palabras, empiezan las preguntas del “¿por qué?”. Algunos estudios calculan que los niños, los más curiosos al menos, llegan a formular un promedio de 73 preguntas al día, es decir, un total de 500 preguntas por semana. Pobres padres, ¡incluyo a los míos!
La curiosidad es el ingrediente básico del conocimiento. Sin curiosidad, no habría diseño. Sin curiosidad, no habría innovación, no habría soluciones, ni descubrimientos. Y sin curiosidad, la humanidad tampoco habría llegado a la luna.
Los recientes acontecimientos en nuestro país, me han hecho reflexionar acerca del daño que nos hace ahora el tradicional refrán del “gato”.
La forma en que las personas recibimos a las noticias hace tiempo cambió y aún el proceso de cambio continúa. Hoy nadie duda que la gente se informa por vía digital y, en especial, por medio de su teléfono inteligente. El más reciente reporte digital de Reuters para el 2019 señala que, mundialmente, un promedio del 66% de usuarios admiten informarse vía teléfono. Otro dato importante es que el porcentaje de usuarios que se subscribe por medio de pago a medios “confiables” continúa siendo un porcentaje mínimo. Noruega es el país con más suscriptores a medios confiables (23%), Estados Unidos apenas cuenta con un 16% que pagan por medios acreditados y, en Gran Bretaña, es apenas un 9% (¿acaso existe una relación directa con Brexit?). Lo que es indiscutible, es que la gran mayoría se informa a través de las redes sociales.
Hoy en día sabemos que el referendum del Brexit se dio en Facebook. Facebook podrá ofrecer muchas ventajas pero la transparencia no es una de ellas. Es imposible llevar registros de los anuncios que se pautan, del dinero que se invierte y, más preocupante aún, cuál es la fuente de las publicaciones.
Hoy también sabemos que las fake news o información falsa pareciera viajar más rápido que la luz cuando se trata de las redes sociales pero, sobretodo, el fenómeno más desconcertante de hoy en día son los grupos de WhatsApp. Para mi sorpresa, los grupos de WhatsApp a los que pertenezco, como por ejemplo: “Familia”, “Amigas”, etc. resulta ser que están pasadísimos de moda. Según el informe de Reuters, en los países en vías de desarrollo es donde muchos más usuarios de WhatsApp suelen formar grandes grupos abiertos con personas totalmente desconocidas con el fin de compartir información masivamente. En Brasil, por ejemplo, se sabe que los grupos de WhatsApp jugaron un papel crucial en la campaña para elegir a Bolsonaro. WhatsApp se convirtió en una poderosísima herramienta de campaña, con aproximadamente un millón de grupos abiertos que se crearon para promover a los distintos candidatos. Sin ir muy lejos, ya podemos observar esta tendencia en nuestro suelo. Según La Nación, se sospecha que docentes del MEP, la semana pasada, recurrieron a los grupos de WhatsApp para viralizar su campaña contra el gobierno.
Burbujas digitales
Gracias a la tecnología e Internet, hoy estamos más conectados que nunca. Irónicamente, lejos de democratizar la información, Internet está logrando justamente lo contrario. Vivimos en burbujas digitales. Dejamos de lado la curiosidad y en cambio pertenecemos a grupos cerrados y miopes en las redes sociales donde buscamos refugiarnos en compañía de gente que se parezca a nosotros, que piense como nosotros, con las mismas afiliaciones políticas, mismas ideologías y además que compartan los mismos prejuicios y preferencias. Nos amparamos en estas burbujas digitales donde sentimos la falsa certeza de pertenencia y donde sabemos que es difícil encontrar oposición a nuestra forma de pensar. Irónicamente, lejos de acercarnos, Internet nos separa y hoy nos encontramos más distanciados que nunca.
Pero la democracia es el debate de ideas, es un debate acerca de nuestras aspiraciones y de cómo alcanzarlas. Y para lograr un debate sano, es necesario coincidir en el tipo de información que vamos a utilizar como punto común de partida. El punto de partida principal que no debemos olvidar jamás es que todos queremos a nuestro país. Tal vez tenemos que volver a nuestros instintos de infancia de cuestionar todo y al deseo de entender y descubrir otras posiciones, otras ideas, otras formas de ver un mismo problema. Para eso, tenemos que empezar por tamizar cuidadosamente la información que nos llegue a través de WhatsApp y más bien recurrir a nuestra curiosidad innata para investigar los hechos y encontrar nuestras propias respuestas. Albert Einstein decía: “No soy inteligente ni tampoco especialmente talentoso. Sólamente soy sumamente curioso”. Tal vez ahora más que nunca tenemos que recordar que la curiosidad no mata al gato. Más bien, en estos tiempos, es lo que puede salvarnos como sociedad.
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