Detengamos un momento nuestro día y pensemos ¿Cómo era el mundo hace un siglo? Exactamente el 28 de junio de 1919 se estaba firmando el Tratado de Versalles, en el cual se daba el fin oficial y definitivo de la Primera Guerra Mundial. Este documento tuvo como antecesor el Armisticio de Compiègne del 11 de noviembre de 1918, entrando en vigor las 11 horas, mediante el cual se estableció el final bélico de esta Gran Guerra. Es decir, hace un siglo se establecía el final de un conflicto que había afectado a una gran parte de las Sociedades, los Países y los Estados del Mundo, lo cual se creía llevaría a la paz o al inicio de esta.
Sin embargo, esto no fue así. La realidad nos llevó, en veinte años, al conflicto bélico más grande de la historia de la humanidad. Ante esta situación fue que se dio la creación de organizaciones internacionales así como de acuerdos para el mejoramiento de las relaciones entre los Estados y de tratados internacionales sobre derechos humanos, los cuales, en la última mitad del Siglo XX, han estado en constante evolución y expansión, abarcando cada vez más dimensiones de la vida personal y de la vida en sociedad de las personas.
Ahora bien, ¿Cuál fue uno de los antecedentes que llevó a los Estados de pasar de la Primera a la Segunda Guerra Mundial? Uno de los precursores fue el surgimiento de gobiernos con discursos de odio y discriminación, los cuales, al llegar al poder legitimaron su discurso al convertirlo en políticas e incorporarlo al ordenamiento jurídico de sus propios Estados.
Está obtención del poder por parte de estos grupos fue debido a que, ante un contexto sociocultural de descontento, dijeron lo que la mayoría quería escuchar y prometieron soluciones a determinados problemas, sin embargo, muchas de estas soluciones eran irreales e imposibles de llevar a cabo y muchos de los problemas eran creación de estos mismos grupos para poder disfrazar otros problemas cruciales o para poder llegar al poder de la forma más rápida posible.
No obstante, el poder de las palabras encubiertas en un discurso persuasivo fue suficiente para mover a las masas a lo que luego culminaría en las diversas clases de discriminación, xenofobia, racismo, llegando a hechos todavía más reprochables como en crímenes de lesa humanidad y genocidio. Además, las pocas promesas que estos grupos en el poder lograron cumplir fueron mediante el detrimento de los derechos humanos de otras personas y poblaciones.
Este fenómeno no solo se dio durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial, tampoco se limitó a la duración de esta ni mucho menos solo al continente europeo, pues en la segunda mitad del Siglo XX, en los años de la Guerra Fría, se repitió el mismo fenómeno. Un claro ejemplo son los casos de las dictaduras de América Latina, de las cuales todavía hoy se sienten sus repercusiones en los distintos Estados. Igualmente, en otras partes del mundo este fenómeno de gobiernos discriminatorios legitimados se ha dado de forma habitual, por lo que no se puede pensar que el fenómeno se limita a una situación de hace un siglo y en períodos ajenos a nuestro momento actual de vida.
Ahora bien, en la última década, este fenómeno se ha vuelto a dar de forma evidente en continentes que han dicho superar estas situaciones como lo son América y Europa, pues distintos partidos han llegado al poder bajo discursos vacíos que prometen resolver las diversas situaciones de forma sencilla y, en los cuales, se da un repudio por otros grupos y personas. Este hecho en sí ya es preocupante, pero se le debe agregar otro hecho que es todavía de mayor preocupación: el problema del olvido del pasado.
Actualmente, muchos Estados están optando por ignorar los hechos que han sucedido en el pasado, por lo que las leyes de amnistía han adquirido importancia en el nuevo contexto geopolítico, no en busca de paz, sino en busca de impunidad y de ignorar hechos sistemáticos violatorios de los derechos humanos. Solo por ejemplificar: Estados como El Salvador, Guatemala, Nicaragua, entre otros, han creado y analizado en este año proyectos de ley que son amnistías totales o parciales, algunas bajo nombres tales como “reconciliación nacional” y otras que abiertamente hacen referencia al término de amnistía.
En este sentido, la labor de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, mediante las medidas de reparación establecidas en sus sentencias, es esenciales para el fin de recordar. En diversos casos, la Corte IDH ha ordenado la creación de monumentos históricos y de actos de reconocimiento estatales que se refieran a determinados hechos violatorios de derechos humanos, para que, de esta forma, un determinado Estado tenga presente su realidad histórica. Asimismo, las medidas de reparación que considero vital para poder recodar son las denominadas «garantías de no repetición», pues estas procuran que los Estados no vuelvan a cometer o a aproximarse a los mismos hechos violatorios de derechos humanos que ocurrieron en el pasado en determinados casos. En otras palabras, obliga a los Estados (y con relativo optimismo quiero creer que a las sociedades) a no olvidar su pasado en sus políticas públicas y en sus leyes, lo cual garantiza en un primer sentido un resguardo de la memoria de las víctimas y un segundo, la imposibilidad jurídica de crear normas que deriven en los mismos hechos que se han dado.
Concluyo con esta idea ¿Hemos aprendido algo del último siglo? Un siglo marcado en su inicio por el odio, el miedo, la discriminación, la persuasión de los discursos, el abuso del poder y del derecho. Un siglo que en su segunda mitad se encargó, por medio de los derechos humanos, de prever y combatir el surgimiento de las condiciones en que surgió la legitimación del odio. Pero, ciertamente ya no estamos en ese Siglo XX, el cual ahora nos es lejano.
Ciertamente, 100 años son suficientes para olvidar. ¿Es en serio esto? Gobiernos legitimadores del odio han sido electos en los últimos años y ¿nos parece normal? Acaso la pérdida de casi 70 millones de personas hace 70 años ya nos es indiferente para recordar que un gobierno basado en el odio, la discriminación, la intolerancia en la «otredad» no lleva al progreso de la sociedad ni de la humanidad ¿Realmente nos importa tan poco nuestra historia para escoger el camino del resurgimiento de gobiernos y fuerzas sociopolíticas basadas en el odio disfrazado por discursos persuasivos?
Recordar, por más triste que pueda ser, es necesario para evitar repetir no solo los hechos que sucedieron, sino los que llevaron a que estos pudieran darse. Recordar, tanto para la sociedad como para los Estados, es vital para la promoción y defensa efectiva de los derechos humanos de las personas en busca de una vida en sociedad más armoniosa, próspera y, especialmente, pacífica.
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