Desde que se hizo viral la etiqueta MeToo en el año 2017, hemos podido observar manifestaciones al respecto desde todas partes del mundo.
Cientos de personas han publicado sobre el tema y a través de ellas hemos conocido nuevas historias, palabras de apoyo y ofertas de ayuda, así como también es posible encontrar discursos de odio, incredulidad y resistencia al cambio.
Pero el verdadero reto es que el fenómeno no se quede en un momento, como ha sucedido con tantas situaciones que también fueron noticia que también generaron indignación y por las que se crearon marcos y plantillas de apoyo en redes sociales. Se trata de un movimiento que debe ser la continuidad de una evolución cultural pendiente desde hace tiempo.
Lo anterior no significa de ninguna manera subestimar la importancia de las publicaciones, independientemente del medio por el que se hagan. Esta iniciativa de levantar la mano, además de ser una manera explícita de concientizar sobre la real existencia de acoso sexual en distintos ámbitos, se ha convertido en una poderosa herramienta para motivar a otras personas a contar su experiencia. Las personas que se consideran víctimas de faltas de naturaleza sexual, además de las consecuencias personales de lo vivido, se encuentran también con el dilema de si están preparados y dispuestos para lidiar con las ramificaciones de que su historia se haga pública y alcanzar ese punto de decir, “estoy listo” en muchos casos ha sido definido por leer experiencias similares comentadas por alguien más, he ahí la esencia inicial del MeToo.
Listo, conocemos el problema e incitamos a que se hable abiertamente sobre ello, ¿qué sigue? Ahora corresponde enfocarse en cambios reales y permanentes con efectos a mediano y largo plazo, lo cual hará la diferencia para que el movimiento no se quedé en solo un hashtag.
En los centros de trabajo no es suficiente contar con una política para la prevención e investigación del acoso sexual en caso de denuncia. Al igual que muchas cosas en la actualidad, las medidas deben ser preventivas y no paliativas. Las organizaciones deben enfocarse en al menos dos aspectos esenciales.
- Asegurar la ausencia de represalias al momento de denunciar. Si a una persona le preocupa el sufrir represalias por denunciar algo incorrecto, de naturaleza sexual o no, es claro que existen problemas mayores dentro de la organización. Las consecuencias no serán solamente decisiones relacionadas con si me quedo o no en la empresa, sino que implica ser blanco de especulación, juzgamiento, bromas, por mencionar algunos. Pero al menos el denunciante debe tener confianza que independientemente de lo que se diga a sus espaldas y contra quién se dirija su denuncia, quien recibe su manifestación le dará el trato objetivo y serio que merece, con la investigación debida y sin que se vea su denuncia solamente como una complicación ocasionada por una persona insatisfecha.
- Motivar el cambio de actitud de aquellos que ven y escuchan lo denunciado, pero solamente observan. El efecto espectador. Es un comportamiento que se arraiga cada día más y que se debe atacar de manera constante. Como se indicó, no es suficiente tener un afiche o una política corporativa que anuncie lo que es hostigamiento sexual y su prohibición, así como tampoco es suficiente el enumerar lo que no debe hacerse. Las figuras de liderazgo deben hacer un acompañamiento en tiempo real. Al igual que sucede con los conocidos propósitos de Año Nuevo, los centros de trabajo que genuinamente quieran cambios más que pequeños y resultados concretos, requerirán esfuerzo, inversión de tiempo y perseverancia.
Es claro que el objetivo del movimiento no es solamente que las personas, sean hombres o mujeres, cuenten lo que les pasó. Consideremos el MeToo como un síntoma de una enfermedad diagnosticada y conocida. Lo que se denuncia es el abuso de poder, sea poder físico, psicológico o económico, y lo que se desea es que suceda menos, hasta el punto de que conductas de naturaleza sexual indeseadas, así como cualquier otra situación arbitraria disminuyan y efectivamente alcanzar igualdad, sin importar el género.
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