Era abril de 1999 mis amigos y yo recorríamos la autopista camino a la playa. Íbamos en un Toyota Tercel año 95 y la hielera llena de latas y botellas de plástico, el intenso calor nos apremiaba. Las cosas cambian, de aquella época algunos amigos se han ido y el carro entregó sus últimos suspiros unos años después.
Además de mis recuerdos de aquel abril de 1999, algo más permanece. Todas y cada una de las botellas de plástico que utilizamos durante ese fin de semana aún están en el ambiente. Al igual que los primeros plásticos de los años cincuenta, cada plástico producido por el ser humano persiste causando graves daños a los ecosistemas y a la salud humana, estimaciones del Foro Económico Mundial lo calculan en $13 billones al año.
En el año 1950, el humano consumió cerca de 2 millones toneladas de plástico. En el 2015 alcanzamos la cifra de 407 millones de toneladas de plástico anuales. Se estima que hay más de 150 millones de toneladas de desechos plásticos en los océanos, y cada año de 8 a 13 millones de toneladas se suman a los mares. Esto equivale a un camión de basura lleno de plástico siendo tirado al mar cada minuto.
El Foro Económico Mundial alertó que, si no cambiamos el curso, en el 2050 tendremos más plástico que peces en los mares.
La salvación
La humanidad ha producido alrededor de 8.300 millones de toneladas de plástico, la mitad en los últimos 13 años y menos del 1% de esa producción corresponde a los biplásticos. De acuerdo a la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) los bioplásticos —o plásticos biobasadas, o biopolímeros— son aquellos que utilizan materia prima orgánica o son una mezcla de derivados del petróleo con insumos orgánicos (existen más de 21 tipos, entre los más populares Ácido Poliláctico o Oxodegradable).
La palabra “bio” ha confundido al consumidor (con total complicidad de las autoridades del Estado) haciéndole creer que es “biodegradable” cuando lo único que se está indicando es que contiene materia prima orgánica. Los bioplásticos no son necesariamente biodegradables —ni compostables— y difícilmente lo serán. Veamos el por qué.
El plástico —tanto el tradicional como el bioplástico— es el resultado de la polimeración artificial que convierte una molécula en una cadena de varios enlaces moleculares, es por decirlo de una forma sencilla, una super cadena molecular grande y fuerte. El objetivo es producir un material ligero y prácticamente indestructible.
Es indestructible porque el polímero artificial —tanto el tradicional como el bioplástico— hecho por el ser humano contiene varios enlaces y muy fuertes (los aditivos químicos colaboran con este fin tanto en los plásticos tradicionales como en los bioplásticos) y no existe microorganismo capaz de romper dichos enlaces, es decir, biodegradarlo.
La OCDE y actores globales han levantado la alerta. La comercialización de los bioplásticos está confundiendo a los consumidores, quienes compran y desechan dichos plásticos pensando que podrán biodegradarse en los jardines o incluso en ambientes marinos (donde las condiciones ambientales son todavía más complejas).
Si en 1999 mis amigos y yo hubiéramos utilizado botellas de algún tipo de bioplástico, el resultado sería el mismo. Hubiéramos invertido el triple de nuestro dinero y de igual forma las botellas estarían en el ambiente contaminando.
Desde Fundación MarViva hemos sido rotundos en los últimos 5 años. La solución comienza por decir #ChaoPlásticoDesechable, debemos cambiar nuestra forma de producción y consumo. La solución a la contaminación marina por plásticos desechables difícilmente la encontraremos en el consumo y desecho de plásticos, sin importar su origen.
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