En pocos días los magistrados de la Sala Cuarta tendrán en sus manos una importante decisión que cambiará vidas. Ya muchos han aportado amplios criterios jurídicos en este mismo espacio de por qué es necesario que esta votación sea positiva, así que hoy quiero escribir algo diferente sobre algunas pequeñas historias de vidas que merecen ser contadas porque son el ejemplo de muchas otras más.
La primera es mi propia historia y es la única que llevara los nombres reales de los actores. En las demás por respeto a la privacidad cambié los nombres de sus protagonistas, pero yo mismo las presencié.
En 2006 Michael, un hombre de New York, realizó su primer viaje a Costa Rica. En ese viaje le conocí y me enamoré. Después de 2 años me propuso matrimonio y nos casamos en Boston. Traté por todos los medios posibles de legalizar nuestra unión en la Cancillería y en la embajada pero no fue posible.
Durante uno de esos viajes para presentar mis papeles en Costa Rica, él sufrió un accidente camino al centro tecnológico de Boston. Quedó cuadripléjico. Desde ese entonces mi vida cambió y simplemente he luchado día tras día para tratar de brindarle una mejor calidad de vida ya que su estado de salud cada día se complica más y ha sufrido diferentes problemas médicos que necesitan de mi intervención. Sin embargo, mientras no seamos reconocidos como pareja no tenemos derechos ni puedo hacer mucho por él.
Para mí es evidente por qué la votación de la Sala trasciende las leyes, la dignidad humana y la calidad de vida que yo le pueda brindar a la persona que amo. Al no estar reconocida nuestra unión legalmente, se me han cerrado infinidad de puertas para brindarle una mejor calidad de vida.
Ana y Cristina
Ellas habían sido pareja por muchos años cuando tomaron la decisión que cambiaría sus vidas: una de ellas quería ser madre. Juntaron el dinero necesario para poder ir a otro país y realizar un proceso de inseminación artificial el cual conllevó al nacimiento de un niño, el cual ambas criaban con amor y cariño.
Pasaron 10 años y Ana, la madre biológica del niño, empezó a sufrir una serie de complicaciones médicas que eventualmente dieron cuenta de un cáncer que al final arrebató su vida. Cristina, después de la pérdida de la persona que amaba, trató por todos los procedimientos legales vistos y por haber en el país de mantener la custodia de su hijo, porque si bien no era su hijo biológico, lo crió con el mismo amor que cualquier madre o padre lo hubiera criado y padre es aquel que ama y no solo procrea. Lamentablemente unos familiares de Ana reclamaron la custodia del menor y el Estado le quitó el niño a Cristina...
La decisión de la Sala trasciende a los diferentes tipos de familias existentes en el país y que muchas veces invisibilizamos.
Alan y Josué
Tenían más de 20 años de convivir bajo el mismo techo. Josué era un enfermero que dedicó su vida atender a las personas y ayudar a los demás. De la noche a la mañana le apareció un cáncer en la garganta, el cual empezó a arrebatar su vida. Alan decidió dar su mayor esfuerzo para cuidar a Josué antes de que muriera, mientras la familia de Josué —la cual por muchos años había estado ausente de la vida de él— solicitó a Alan transferir a Josué a Guanacaste para que su madre pudiera participar del cuido en los momentos más difíciles de salud. En los últimos días, cuando el estado de Josué empezó a complicarse y era inevitable su muerte Alan vino a San José para alistar los trámites para la sepultura. Estando en San José, Josué muere.
De repente la madre de Josué tomó la decisión –sin consultar a Alan– de realizar una ceremonia religiosa y el entierro en horas de la mañana, para que Alan no estuviera presente. La hermana de Josué llamó a Alan y le notificó la situación, por lo que un grupo de amigos decidimos organizarnos y realizar un viaje de emergencia en la noche, para llegar al servicio religioso que se realizaría al siguiente día a las 6:00 de la mañana.
Estando en la iglesia la madre de Josué y sus otros familiares le impiden la entrada a Alan, de hecho tampoco permiten que puedan ir al cementerio cuando el cuerpo era sepultado. Hasta que ellos salen del cementerio Alan puede entrar y llorar a Josué.
Eso es violentar la dignidad humana y esa historia no es la única que podría contar a los lectores. Aparte de ser litigante también trabajo en la Caja Costarricense del Seguro Social y he visto como cada día se escriben historias de dolor y soledad. He atestiguado cómo se separan familias y se destruyen vidas a falta de una figura que reconozcan nuestros nombres y nuestros derechos...
La decisión que tiene la Sala Constitucional en sus manos va más allá de los argumentos meramente jurídicos, implica situaciones de vidas, historias de familias que pueden cambiar de la noche a la mañana. Por la decisión de la Sala —afirmativa o negativa— no dejarán de existir las personas LBGTI o las familias homoparentales. Pero su decisión si puede reconocer la dignidad humana de todas y todos aquellos que aún viven sin ser reconocidos por la sociedad y sin tener los mismos derechos.
Escribo este artículo en memoria de aquellos que han sufrido la indiferencia de la sociedad, aquellos que han luchado por cambiar la historia y aquellos que aún tienen esperanza y fe de que en Costa Rica todos seamos reconocidos de igual manera.
Falta mucho por que luchar, por aquellos que dieron todo en el camino y no pudieron ver los cambios que hoy muchos vemos y los cambios que vendrán, en honor a ustedes amigos y amigas: ¡Que el matrimonio igualitario sea una realidad en Costa Rica!
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