Xavier con solamente año y tres meses caminó hasta el otro lado del restaurante hasta donde estaba Tomás que tenía once meses. Ninguno de ellos hablaba. El primero le hizo señas al segundo para que caminaran juntos hasta otra parte del lugar. Muy rápido se percató de que su recién adquirido amigo no sabía caminar aún, por lo que se paró frente a él, lo tomó de las dos manos y comenzó a caminar para atrás.

Con solamente año y medio, la empatía demostrada por Xavier confirma lo que indican las neurociencias: salvo condiciones excepcionales, la empatía se refiere a capacidades programadas genéticamente que permiten sintonizar con los sentimientos e intenciones de los demás.

Gracias a las actividades de un grupo de neuronas (conocidas como neuronas espejo) logramos trascender nuestro propio mundo emocional y cognitivo para comprender, en un momento dado, el mundo emocional y cognitivo de los demás. Algunos estudios indican que personas que demuestran una gran empatía afectiva tienen una mayor densidad de materia gris en la corteza en el centro del cerebro; quienes demuestran una gran empatía cognitiva tienen una mayor densidad de materia gris en la corteza sobre la conexión entre los hemisferios cerebrales.

Las personas y sus cerebros son muy diferentes entre sí. Además, expertos sugieren que la empatía podría llegar a perderse o modificarse por lesiones o condicionamientos. Eso explica que hay personas que no tienen empatía y otras que son sumamente empáticas.

De acuerdo con el biólogo holandés Frans De Waal, todos los mamíferos somos capaces de sentir empatía, pero solamente algunas especies tienen suficiente inteligencia para adaptar su comportamiento ante las situaciones: los humanos, los simios, los elefantes y los delfines. Por ejemplo, cuando Xavier se pone frente a Tomás, le toma las manos y camina hacia atrás significa que ha adaptado su comportamiento a la situación. El ser humano es la especie con más capacidad para adaptar su comportamiento ante la empatía y al hacerlo es posible construir sociedades solidarias, pacíficas, respetuosas de las diferencias; que construyan relaciones con una perspectiva global; que puedan analizar el entorno de una manera más profunda y cuyos integrantes puedan comunicarse de manera más efectiva.

Pero, tal como arrojan diversos estudios como el llevado a cabo en la Universidad de Michigan, y a juzgar por las múltiples manifestaciones irrespetuosas, discriminatorias y de burla que diariamente se dan contra las diferencias, lamentablemente en los espacios familiares, educativos, religiosos y sociales (incluyendo las redes) más bien se está propiciando el debilitamiento de la empatía favoreciendo un egocentrismo muy marcado. El egocentrismo impide comprender y mucho menos respetar, el sentimiento y el pensamiento de otras personas.

Este debilitamiento de la capacidad de la empatía para dar lugar al egocentrismo está promoviendo cada vez más la violencia doméstica; el acoso laboral; el llamado bullying en las instituciones educativas; los insultos y burlas en las redes sociales; el irrespeto a los derechos humanos; los malos tratos a minorías y migrantes, la corrupción impune. Es un enorme peligro para el desarrollo de sociedades equilibradas, pacíficas y felices.

Por eso, creo que la empatía y las formas de traducirla en comportamientos que busquen el bien común debería ser la capacidad más importante que se desarrolle intencionalmente en el seno de los grupos familiares, en instituciones educativas, religiosas e incluso en contextos sociales. Muchas formas hay para hacerlo, incluyendo la escucha profunda, la observación cuidadosa, el contacto respetuoso con la naturaleza, el conocimiento de la historia y el desarrollo de la conciencia.

Es la única forma que podremos sobrevivir como especie, construyendo un mundo respetuoso en el que podamos convivir en paz.

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