¨La democracia es el régimen que solo puede establecerse mediante una interrogación permanente sobre sí mismo, régimen que jamás estará definitivamente dado ni logrado por las instituciones que lo fundan, que permanece siempre marcado por una forma de indeterminación primera¨
— Pierre Rosanvallon
Los resultados de la primera ronda y la contienda electoral de la segunda vuelta tienen claros efectos estructurales para nuestro país. Ningún partido político u organización social va a salir indemne de las posturas políticas implícitas o explícitas que se hayan adoptado en esta coyuntura, dado que, cualquiera sea el próximo gobierno, acarreará un radical cambio político para Costa Rica. Y es que estamos frente a dos escenarios: un gobierno populista imprevisible, basado en un fundamentalismo protestante y apoyado hasta nuevo aviso por algunos políticos tradicionales y parte importante del empresariado, o un gobierno de unidad nacional en que se alcancen acuerdos políticos inéditos.
La segunda fase de la contienda electoral ha permitido decantar nítidamente dos candidaturas en las antípodas. A mi juicio estamos ante un candidato que ha revelado tener pasta de estadista, y un candidato populista, que se muestra y oculta a la vez y que, por tanto, siembra sendas dudas sobre su real identidad.
Carlos Alvarado se ha puesto a la altura de las circunstancias. Comprendió que los inesperados resultados electorales que lo favorecían eran una clave que revelaba un país en una etapa muy crítica de su historia, y cuyo futuro democrático estaba expuesto a una elevada incertidumbre. Tuvo las agallas para entender que los votos que había reunido como candidato no eran simples votos por el PAC, que incluso alcanzaba una menor representación parlamentaria, tras “cementados” desencantos de sus partidarios. Pudo ponerse por encima de su partido, tradicionalmente tan huraño, arrogante y desafecto a los acuerdos, para liderar un diálogo en torno a un pacto nacional con demócratas de diversas pertenencias partidarias que otrora habían sido blanco por excelencia de los ataques del PAC.
Mediante ese diálogo se ha avanzado en un diagnóstico de la situación nacional, se ha construido una narrativa acerca del camino por emprender, y se ha consolidado el germen de una agenda nacional, sin que los participantes del acuerdo estén adhiriendo al PAC ni modificando sus valores. Carlos ha buscado ampliar la base social de su candidatura, y ha proclamado sin ambages la necesidad de una política fiscal que aborde el problema fiscal desde el punto de vista de los ingresos y de los gastos y que incremente la eficiencia del Estado.
Como lo formuló Edna Camacho, además de confiar en la palabra de don Carlos, el cumplimiento de los acuerdos estará asegurado por la participación en el gobierno, y por el hecho de que el rompimiento de acuerdos que son conocidos por toda la ciudadanía destruiría automáticamente el espacio político necesario para la gestión del gobierno.
Costa Rica está presenciando el insólito surgimiento de un populismo nacido de movimientos fundamentalistas religiosos casi carentes de partido (ya que, hasta febrero, Restauración Nacional había sido un “partido” casi unipersonal) y que se alían con políticos tradicionales, que extienden un cheque en blanco a un líder carismático de cuestionable vocación democrática.
Las adhesiones de liberacionistas que han acontecido en los últimos días revelan la profundidad del cisma del Partido Liberación Nacional, ya no solo penetrado por el fundamentalismo religioso, sino que en medio de un radical giro que le costará el apoyo de sus bases históricas socialdemócratas inconformes, y que derivará en un fortalecimiento del partido fundamentalista.
La amenaza del fenómeno populista ya se proyecta claramente en la imagen que Costa Rica empieza a dar al mundo, como lo revela el análisis de la Unidad de Inteligencia de The Economist, del día de 28 de marzo y que debiera conmover a algunos tecnócratas y políticos favorables a Fabricio, en cuanto a los efectos negativos de esa candidatura en la reputación de Costa Rica.
La estrategia discursiva y política de Fabricio ha sido una que muestra y que oculta, en dos diversos “canales” comunicativos: su campaña en las redes sociales y en las comunidades religiosas ha recurrido a la teatralidad y al sectarismo religioso, que en sus apariciones públicas crecientemente ha tratado de negar. Su aparición del viernes 23 de marzo en Café política es un interesante ejercicio de desdecirse, de distanciarse de personas, de negar que su apuesta ha sido por una politización hostil de electores y plagada de mensajes de odio, aunque sus convicciones parecen asomar a la comisura de sus labios cuando lo hace.
Por su parte, en el acto de cierre de la campaña del sábado, Restauración Nacional negó que el componente religioso haya sido medular para su campaña política y denominó “campaña sucia” la de sus oponentes, escamoteando que son las propias palabras del candidato, de su “apóstol” y de sus adláteres, fácilmente documentables mediante publicaciones escritas y videos, las evidencias que muestran fehacientemente la visión fundamentalista que tiñe su visión del mundo y de la política. Por otra parte, con un ejercicio autoritario y verticalista, don Fabricio ha “escondido” a sus diputados, les ha limitado la exposición pública, o ha negado vocería a personajes tales como la “epistemóloga”, que emprendía peroratas contra la inventada “ideología de género”, para que no quedara cada vez en evidencia la ignorancia que les caracteriza respecto de los problemas fundamentales del país, y su visión sectaria y fundamentalista.
Por el contrario, el gobierno nacional que impulsa Carlos Alvarado es una promesa cargada de presente y de futuro contra la negatividad y el poder de obstrucción que ha impedido avanzar a nuestro país. Tenemos que romper con la eficacia de la “política negativa” que se hace presente en los campos más diversos, tales como el filibusterismo parlamentario y los bloqueos de las licitaciones públicas. El país requiere que se fortalezcan la democracia y la institucionalidad y la amistad cívica de los ciudadanos, para acometer los desafíos en la lucha contra la pobreza y la desigualdad, la reforma tributaria, del transporte público, de las comunicaciones, de la calidad de la educación, de los derechos humanos, del combate a la narcoeconomía, que nos permitan proyectarnos promisoriamente hacia el siglo XXI en un mundo globalizado y con aceleradas transformaciones tecnológicas y sociales.
Al decir de Rosanvallon, en estos momentos emerge la historia como “un laboratorio en actividad del presente”. Sigamos construyendo en Costa Rica una historia común, con aliento y esperanza, manteniendo viva la llama del presente y del porvenir, mediante la fuerza de los compromisos recíprocos respetuosos de las diferencias.
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