Ese parece ser el grito que depositaron en las urnas las áreas rurales y costeras de nuestro país el 4 de febrero del 2018. Un grito lleno de decepción y frustración acumulada, de ahogo, de enojo. Sencillamente, brota la sensación de que los habitantes en esas zonas no se sienten representados y se percibe un clamor para que alguien los escuche.
Un análisis frío, conducido ágilmente por Gastón Castro, relaciona los votos obtenidos por el PAC, el PRN y la abstención con el nivel de desarrollo social. El resultado mostró un papel sencillamente fulminante. Gastón, en manera simple puso en el eje de las abscisas los cantones ordenados de mayor a menor nivel según el índice de desarrollo social, y en el eje de las ordenadas los porcentajes de votación obtenidos por los partidos en cada cantón, así como el porcentaje de abstención, para luego trazar líneas de tendencia. El gráfico de los resultados que obtuvo Gastón habla por sí solo.
Indica Gastón que el fenómeno observado en la primera vuelta es político y no religioso o, al menos, no es estrictamente religioso. Don Armando Vargas, en el programa radial Hablando Claro de Vilma Ibarra, bautizó el fenómeno como la "revolución de los excluidos". A mí me gustaría decir que el fenómeno es el respiro de la dignidad humana.
Pero si vemos con más detalle, brota una contradicción muy interesante. Por ejemplo, a nivel de desarrollo rural, analizando los planes de gobierno, es el PAC el que puso en la mesa varios planteamientos, mientras el PRN fue escaso al respecto. O sea, los votantes se inclinaron por el que no hizo planteamientos, y el que hizo planteamientos, no capturó votantes.
Lo inmediato sería inferir que el papel aguanta lo que se le ponga, y que esos planteamientos, o no son factibles, o el PAC, como partido en el gobierno y mayor proponente, no ha concretado la acción – al menos al nivel que se esperaba hace 4 años- y por ende la continuidad de estos planteamientos no es creíble.
Esto no es tan así. No es tan blanco y negro. Se puede identificar que sí han existido esfuerzos y políticas que buscan proveer soluciones y alternativas a la problemática de estas zonas. Por ejemplo, entre otros, la creación de la Banca de Desarrollo es una de esas políticas, y la transformación del Instituto de Desarrollo Agrario a Instituto de Desarrollo Rural, bajo la Ley 9036, y su posterior puesta en marcha de los Consejos Rurales Territoriales y planes de inversión es otra. Es más, son políticas que se diseñaron, ejecutaron e iniciaron implementación a lo largo de los últimos tres gobiernos, sirviendo como un ejemplo de avance articulado, independiente de color político. Puede ser debatible la velocidad y eficiencia y efectividad de su implementación, pero esto no les resta puntos a los planteamientos, los cuales, inclusive, contemplan esquemas para la participación local.
Entonces, si ha existo conciencia y preocupación de la clase política por el desarrollo rural y consecuentemente, política pública para buscar soluciones. ¿Qué pasó? ¿Por qué el grito de auxilio? ¿Porque no hay un voto a favor de la línea que se propone en un plan del partido de Gobierno y/o a la línea de los partidos tradicionales, y más bien se le brinda el apoyo a una alternativa de la cual se conoce poco como abordaría el tema?
Lo rural visto como la finca de la ciudad
Creo que la respuesta está en un tema de dignidad humana. Un sentimiento por parte de los ciudadanos de las zonas rurales y costeras, de que son objeto de políticas y planteamientos que se deciden por los “ilustrados” del Valle Central. Casi que un sentimiento de que son ciudadanos de segunda categoría que deben ajustarse al modelo de desarrollo bajo dinámicas que no capturan ni su sentir, ni sus necesidades reales, ni sus expectativas. Lo rural visto como la finca de la ciudad.
Por más buena, analizada, medible y ejecutiva que sea la política pública, si esta no se implementa con dignidad humana, pues no cala. Hemos logrado generar procesos bajo dinámicas de alta participación, pero no se han convertido necesariamente en procesos de empoderamiento local. Procesos en los cuales los propios ciudadanos sean quienes moldean y dan forma a su entorno. Pareciera que, permanentemente, los lineamientos son de arriba hacia abajo, y la participación gravita o se limita a talleres y espacios de discusión con agendas preconcebidas donde el requisito más importante es firmar la hoja de asistencia.
La coyuntura actual representa una oportunidad para revisar nuestra política pública de manera que se modifiquen y calibren las temáticas y dinámicas de trabajo, y concretar formas consistentes de ejecución para revertir este proceso de exclusión y finalmente lograr que la ruralidad se sienta representada.
El camino de Costa Rica
Creo que se puede empezar poniéndole atención a tres elementos:
- Desarrollar cadenas de valor partiendo desde lo rural.
- Evolucionar de esquemas de participación local a procesos de empoderamiento y responsabilidad social.
- Avanzar en una descentralización pragmática y operativa que incorpora responsabilidades locales.
He estado involucrado en experiencias donde, con poco, estos elementos toman fuerza y calan en la gente. Por ejemplo, con muy poco, se ha venido forjando El Camino de Costa Rica como una iniciativa dinámica y activa de turismo rural comunitario vía senderismo, que se desarrolla a partir de lo que las comunidades, en sus propios entornos y condiciones, están dispuestas a ofrecer. Permite que el conocimiento local, definido directamente por la gente en el medio rural, sea el activo principal de la propuesta, y que adquiera enorme valor al complementarse con el conocimiento de otros actores (instituciones, operadores turísticos, técnicos, etc.) que permiten que el esfuerzo se concrete. La partitura viene de abajo, no de arriba.
De manera más amplia, nuestro país puede articular experiencias exitosas y esquemas de producción sostenible de manera que se genere valor agregado. Por ejemplo, es posible que una oferta de bienes y servicios ambientales que se generen en lo rural, sean retribuidos a nivel del consumo urbano. Para esto, se requiere invertir en procesos de cadenas de valor, de manera que las economías de escala florezcan. Puesto en términos sencillos y simples, como hacemos para que la persona que se come la “Churchileta” se preocupe y fomente, a partir de sus preferencias, que la paleta de madera venga de un modelo de manejo forestal sostenible desarrollado a nivel rural bajo los más alto parámetros, y le confiera valor a esa práctica.
Con respecto al empoderamiento, rescato como ejemplo el proceso que se llevó por muchos años en las zonas de amortiguamiento del Parque Nacional Chirripó y el Parque Internacional La Amistad, el cual logró que funcionarios del estado y comunidades se posicionarían en un mismo plano, el de responsabilidades compartidas, como aliados en la gestión y manejo del área protegida.
Este tipo de esfuerzos deben ser consolidados para que las comunidades pasen a un segundo escaño, y así los resultados sean ganar-ganar. El proceso que llevó a que las comunidades manejen de manera directa el albergue del Parque Chirripó, muestra una ruta que es posible. El aliciente está en que las comunidades acaban teniendo espacios nuevos para el desarrollo de su conocimiento, para probarse a sí mismo, y que las oportunidades no se limiten a tener que trabajar en la piñera o migrar al norte.
La participación, más allá de ser puntual y receptiva, puede ser activa y propositiva. En Puerto Viejo de Sarapiquí, los jóvenes, por medio de ejercicios llamados “mapatones” han desarrollado capacidades y conocimiento para llevar a cabo “Open Source Mapping” y levantar, bajo un enfoque costo-efectivo, información que permite identificar vulnerabilidad ante eventos meteorológicos. Este proceso de generación de conocimiento se convierte en empoderamiento local, especialmente cuando la información es canalizada a y utilizada por el Comité Local de Emergencias para planear su estrategia de evacuación previo al Huracán Otto. Cuanto lograríamos si la política pública invierte sistemáticamente en estos procesos, y así las “Upalas” de Costa Rica caminarían por adelantado, por medio de los pasos de sus propios habitantes, y con la frente bien en alto.
Para que estas prácticas tomen fuerza y vida, es necesario acelerar la descentralización. La reforma del 2001 a nivel municipal debe subir el siguiente escalón. La propia OECD ya nos lo exige como parámetro, identificando que el sistema centralizado hace que el rol de las autoridades sub-nacionales (municipalidades) sea marginal, y que, por ende, el sistema no les provee a los ciudadanos con servicios a la medida en las diferentes regiones del país.
Sí, hasta los ochentas, el modelo de desarrollo de nuestro país y su efecto en el medio rural se caracterizó de ser un modelo que veía hacía adentro, y posteriormente pasamos por los siguientes 25 años a un modelo que veía hacia afuera, parece que ahora tenemos que plasmar un esquema diferente que conecte ambos elementos.
Tal vez, ahora nos toca un modelo que sea de raíz fuerte, pero ramas extendidas, y que cuya fortaleza esté en el saber empatar, en el mismo plano, ese conocimiento de lo rural con el conocimiento de lo urbano. Solo la verdadera apertura, respeto y tolerancia de los ciudadanos lo permitirá. Esperemos que el primero de abril sea el inicio de ese camino.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.