Resignificar el concepto de participación es un reto que tenemos como sociedad. Durante mucho tiempo en Costa Rica el término ha sido sistemáticamente reducido a ejercer el voto, a decantarse por un "sí" o un "no" en una consulta popular o a conformarse con uno que otro proyecto comunal, casi siempre presentado como "favor" y pre-concebido desde círculos partidistas, religiosos o ideológico-fundamentalistas.
Participar es mucho más que eso, es un ejercicio que comienza por acoger y celebrar las diversidades para trabajar desde las mismas, construir desde los muchos mundos que hacen de la pluralidad una herramienta y no un obstáculo, un aliado y no un enemigo en la búsqueda de la plenitud de todas y todos los seres humanos que respiran nuestro momento histórico y los que vendrán.
Es fundamental promover experiencias que amplíen el concepto de participación, sobre todo con las juventudes, que lo coloquen como una construcción colectiva y no como una imposición abstracta, como una invitación y no como un deber, como un tema país y no como un ornamento para salir del paso en los planes de gobierno. De esta forma estaremos más cerca de convivir con juventudes más empoderadas sobre sus derechos y con criterios más sólidos para exigir su cumplimiento.
Es común escuchar que las y los jóvenes de hoy no quieren participar, y esto es una realidad, pero es una realidad en tanto se les demande participar de las formas en que el adultocentrismo entiende y secuestra la participación.
Descubrir que pueden participar desde sus personalidades, desde sus intereses y motivaciones y desde donde realmente se sientan cómodos (as) e identificados (as) es lo que demandan estas poblaciones mal llamadas "del futuro", siendo valiosos y valiosas protagonistas del presente.
En ocasiones, lo anterior se logra de formas tan orgánicas y empáticas que las y los jóvenes, a pesar de que ejercen una participación activa y transformadora, no lo identifican tal cual, como un preconcepto normativo.
Pocas veces dirán: “Vamos a ejercer nuestro derecho a participar” -como quisiéramos escuchar los adultos-, sino que el mismo se metaboliza en la dinámica de sus grupos de pares, donde ellos y ellas construyen conocimientos, intercambian ideas u opiniones y materializan propuestas concretas que responden a sus necesidades y las de sus comunidades.
Esta participación que se sacude de estigmas y paradigmas, que se configura en la cotidianidad de las y los chicos y que no exige membrecías étnicas, sexuales, religiosas o partidistas para ejercerse, es lo que necesitamos potenciar, no las promesas huecas, trilladas y apegadas a la tradición demagogo-conservadora que dejan ver de la mayoría de candidatos y candidatas presidenciales, mismas y mismos que han cercenado administración tras administración las voluntades y talentos de cientos de miles de jóvenes costarricenses que no necesariamente se visten de saco y corbata desde 14 años, pero que poseen habilidades sociales y técnicas que se desea cualquier otro país.
La receta para que las y los jóvenes participen no existe como tal, mucho menos se encuentra en los sermones (enmascarados como estrategias) sobre leyes y códigos que algunas instituciones -que se dicen "de la juventud"- insisten en pregonar a las y los muchachos como si tratara de una terapia de culpa.
Las y los jóvenes pueden ser constructores y constructoras de su propia participación y con ella de sociedades más disfrutables para todos y todas, pero para ello, debemos comenzar por reconocerles como ciudadanas y ciudadanos activos, como las y los expertos más legítimos para hacer las lecturas de su cotidianidad y con éstas, de liderar las acciones que necesitan para vivir mejor como colectivo.
Fotografía: Wikicommons.
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