La candidata presidencial Laura Fernández Delgado del Partido Pueblo Soberano, abre una conversación esencial sobre el tipo de liderazgo que Costa Rica está dispuesta a elegir. Antes de dejarnos arrastrar por la emoción del momento, vale la pena preguntarnos con honestidad:

¿Quién es realmente Laura Fernández?

¿Sería igual de atractiva su candidatura si no estuviera envuelta en el aura del “Rodriguismo”, ese movimiento que ha sabido canalizar el enojo, la frustración y la esperanza de una parte importante del electorado? Si fuera tan atractiva políticamente porque no quede de Diputado en las elecciones del 2018, con el partido Alianza Demócrata Cristiana, del alcalde actual de Cartago Mario Redondo.

Su protagonismo político no surge de una trayectoria partidaria extensa ni de un liderazgo construido durante años. Su ascenso está directamente ligado a su paso por el gobierno de Rodrigo Chaves como ministra de Planificación y posteriormente ministra de la Presidencia. Su relevancia actual proviene, sobre todo, de su conexión simbólica con un discurso que ha sabido mover emociones intensas en la ciudadanía.

Pero más allá de ese vínculo emocional, debemos preguntarnos:

¿Qué ofrece ella por sí misma?

Durante décadas, en tiempos del bipartidismo entre Liberación Nacional y la Unidad Social Cristiana, votábamos por banderas, por tradiciones familiares, por costumbre. No siempre votábamos por la mejor opción, sino por la familiar.

Hoy, con figuras como Chaves, pareciera que regresamos a una lógica similar: el voto guiado por el carisma, la indignación, el impulso emocional o la sensación de ruptura. Pero ¿es eso suficiente para un país con desafíos tan profundos como el nuestro?

Las emociones son poderosas, y es natural que influyan. Sin embargo, de cara al 2026, debemos cuestionarnos seriamente:

  • ¿Votaremos por cómo nos sentimos o por la realidad que enfrentamos?
  • ¿Pensaremos en el encarecimiento del costo de vida que golpea a las familias?
  • ¿Consideraremos el desempleo que obliga a miles a emigrar?
  • ¿Recordaremos a las empresas que cierran o se trasladan a otros países por los costos internos?
  • ¿O nos dejaremos llevar por narrativas que prometen “luchar contra el sistema”, aunque no siempre estén acompañadas de soluciones viables?

Sin la energía emocional del “Rodriguismo”, sin la percepción de continuidad del discurso de Chaves, ¿seguiría Laura Fernández siendo la opción más atractiva para muchos?

Esa es la reflexión que importa.

Costa Rica necesita más que discursos que encienden pasiones o que sacuden el tablero político. Necesita propuestas sólidas, liderazgo real, capacidad técnica y una visión de país que vaya más allá del momento electoral. No podemos darnos el lujo de decidir nuestro futuro solo con base en simpatías pasajeras o en figuras que generan emoción, pero no necesariamente soluciones.

Costa Rica está en un punto de inflexión. Ya no basta con elegir a quien emociona, impacta o hereda un discurso popular. Nuestro país exige decisiones valientes, maduras y responsables.

O escogemos líderes capaces de enfrentar la realidad, o seguiremos atrapados en ciclos de frustración, promesas y desencanto.

El desafío no es elegir a quien más ruido hace, sino a quien realmente puede construir.

No se trata del sello que alguien hereda, sino del país que queremos dejar.

La emoción puede encender una campaña.

Pero solo la razón puede construir un futuro.

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