Costa Rica —y el mundo— no necesita más apariencias. Necesita personas que se atrevan a expandirse, a crear espacios donde otros también crezcan, a hacer en lugar de fingir que hacen.

No hace falta mirar lejos para ver los síntomas de una sociedad cansada.

Parece un país que siente que algo se rompió entre el ideal de “pura vida” y los retos que se nos presentan cada día nuestro entorno.

Byung-Chul Han lo advirtió: vivimos en una sociedad del cansancio, una que nos agota bajo la ilusión de que todo depende solo de nosotros. Y Tal Ben-Shahar, desde otro extremo, nos recuerda que la felicidad y la resiliencia surgen cuando damos sentido a lo que hacemos; cuando el propósito nos empuja a seguir creando incluso en medio de la incertidumbre.

Hoy más que nunca, necesitamos gente que se atreva.

Personas que se expandan, no que se encojan. Que no repitan sin cuestionar, sino que se animen a construir y eso implica involucrarse.

No podemos seguir esperando que “alguien más” arregle las cosas ni que por fin la varita mágica de las hadas funcione.

Construir espacios donde el crecimiento sea posible no le toca solo a los líderes, ni al gobierno, ni a las instituciones ni requiere tener gran capital.

Nos toca a todos.

Nos toca al vecino que escucha, a la empresa que cuida a su gente y permite su crecimiento, al profesor que cree en sus estudiantes, al emprendedor que se esfuerza, al joven que se cuestiona, a la niñez que se educa.

Cada gesto cuenta.

Cada palabra que impulsa, en vez de juzgar, abre espacio para algo mejor,  es importante cuidar las formas, no es posible que los valores tengan fecha de caducidad y que ser gentil pase de moda.

Porque la sociedad que queremos no se hereda: se construye y a su vez des aprende lo que ha venido aprendiendo sin lógica alguna.

Hemos confundido éxito con apariencia, productividad con valor y conexión con exposición.

El botón del “like” nos afectó más de lo que queremos admitir y las redes nos permitieron disminuir distancias pero nos trajo el peso de aparentar para encajar.

El verdadero progreso no se mide en cifras ni en seguidores, sino en cuánto nos importa el otro: el vecino, la comunidad, la ciudad, los negocios, las instituciones.

Cuando nos atrevemos a mirar más allá de nosotros mismos, a colaborar en vez de competir, comenzamos a sanar el tejido que nos une.

Este no es el momento de aparentar.

Es el momento de hacer, de implicarnos, de dejar de observar y empezar a actuar desde donde estemos.

El crecimiento y el bienestar no se alcanzan aislándonos, sino participando activamente en lo que queremos cambiar.Tal vez no podamos transformar todo, pero sí podemos transformar algo.

Y ese “algo” puede ser suficiente para encender una cadena de cambios reales.

Costa Rica —y el mundo— no necesita más apariencias.

Necesita más personas que hagan el bien, que cuiden, que construyan.

Necesita gente que se atreva.

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