Una frase popularmente atribuida a Albert Einstein, aunque sin respaldo documental, señala que la locura consiste en repetir lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes. Esa idea resume con claridad lo ocurrido este 17 de noviembre de 2025 en el Congreso Nacional de Turismo, organizado por la Cámara Nacional de Turismo (Canatur), cuyo objetivo fue “construir, de manera participativa y con visión de largo plazo, la estrategia nacional del sector turístico privado hacia 2035, definiendo acciones y prioridades que fortalezcan la competitividad, sostenibilidad y resiliencia del turismo costarricense”.
Según el reportaje de Josué Alvarado en El Observador, los planteamientos expuestos por el presidente de Canatur, José Martí, sugieren que el sector continúa guiándose por el mismo modelo que ha predominado por más de cuatro décadas. Un modelo que identifica problemas, pero rara vez cuestiona la estructura que los produce. Durante el congreso se mencionaron preocupaciones bien conocidas: la inseguridad creciente, la saturación vehicular, el deterioro del transporte público, las deficiencias en la pista del aeropuerto Daniel Oduber Quirós, la precariedad en los puertos de cruceros, un tipo de cambio desfavorable para las empresas turísticas y la proliferación del hospedaje informal. La reiteración de estos temas muestra que el empresariado continúa interpretando la crisis como un conjunto de fallas técnicas por corregir, cuando en realidad son manifestaciones acumuladas de un modelo agotado que no integra de manera justa ni a los territorios ni a las comunidades que los sostienen desde los márgenes.
Diversas investigaciones internacionales como las de Monterroso Salvatierra en el caso mexicano y, numerosos estudios nacionales, entre ellos los de Cordero, Picón Cruz y Sandoval, así como trabajos producidos desde las universidades públicas, coinciden en señalar que los modelos turísticos latinoamericanos tienden a estructurarse sobre la concentración territorial, amplias facilidades para la inversión privada y una limitada integración de las comunidades locales.
En esta línea, en Costa Rica estos rasgos se expresan con particular claridad y ayudan a comprender por qué ciertos sectores del país captan la mayoría de los beneficios, mientras muchas comunidades participan desde posiciones frágiles mediante actividades informales, de subsistencia y con escaso respaldo institucional. Bajo estas condiciones, fenómenos como el llamado “hospedaje informal” no deberían interpretarse como “contrabando”(según Martí), sino como la respuesta de familias y colectivos comunitarios que han permanecido históricamente al margen del turismo oficial y que buscan construir formas alternativas de participación en el sector.
La raíz de estas desigualdades se encuentra en dos dinámicas estructurales ampliamente descritas por Karl Marx en el siglo XIX y retomadas en nuestros tiempos por David Harvey en 2004. La primera es la acumulación originaria, actualizada por Harvey como acumulación por desposesión, que surge cuando el Estado impulsa políticas de desarrollo económico que facilitan la apropiación privada de territorios, bienes comunes y recursos colectivos, generando condiciones para que el capital turístico se expanda sin mecanismos de redistribución real. La segunda es la acumulación ampliada, también formulada por Marx, que se expresa hoy en la explotación del trabajo asalariado característica del turismo empresarial contemporáneo. Su manifestación reciente se evidencia en iniciativas como la propuesta de “jornada 4x3”, donde la extensión del tiempo laboral intensifica la explotación sin garantizar salarios dignos ni bienestar comunitario. La interacción entre estas dos formas de acumulación explica por qué los beneficios se concentran y por qué las crisis del sector se repiten como consecuencia lógica del propio modelo.
Resulta preocupante que Canatur aspire a definir la estrategia turística privada hacia 2035 sin incorporar temas esenciales como la redistribución del poder territorial, el acceso comunitario a los medios de producción, la inclusión plena del turismo comunitario y la necesidad de examinar críticamente los discursos de sostenibilidad y regeneración que predominan en la agenda institucional. Sorprende también que, en un congreso orientado al futuro, no se haya reconocido el valor de enfoques emergentes como el turismo de proximidad o la co-creación turística. Investigadores como Juan Carlos Picón Cruz y Allan Cordero han mostrado que es posible construir modelos alternativos en los que los habitantes locales sean sujetos activos del turismo y no simples proveedores subordinados.
Así las cosas, Costa Rica puede pasar otra década diseñando estrategias sin que nada cambie, o puede atreverse a revisar críticamente el modelo que ha orientado su desarrollo desde la creación del ICT en 1955. La verdadera locura no está en la inseguridad, ni en la saturación vial, ni en la volatilidad del dólar; la locura está en mantener un sistema que reproduce desigualdad, desposesión y exclusión mientras se espera que produzca resultados distintos. Esta contradicción se vuelve aún más evidente cuando se contrasta con los propósitos anunciados por Canatur para el congreso, que prometió construir de manera participativa y con visión de largo plazo una estrategia destinada a fortalecer la competitividad, la sostenibilidad y la resiliencia del turismo costarricense.
Para que esos propósitos se materialicen, es indispensable asumir que:
- La participación no puede existir sin una redistribución real del poder territorial.
- La sostenibilidad pierde sentido si no incorpora la justicia social como fundamento.
- La resiliencia solo es posible en territorios donde las comunidades son fuertes, visibles y protagonistas.
De lo contrario, cualquier estrategia 2035 terminará siendo una reedición del mismo modelo que nos trajo hasta aquí, un plan técnicamente formulado pero políticamente insuficiente, incapaz de transformar las estructuras que mantienen al turismo atrapado en sus propias contradicciones.
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