Hablar del azúcar genera muchas emociones, y no es para menos, ya que en los últimos años se ha convertido en uno de los temas más controversiales de la nutrición. En medio de tanta información, opiniones y mensajes contradictorios, muchas veces se pierde de vista lo esencial de la nutrición, que es entender el papel del azúcar dentro de nuestros hábitos y del contexto general de la alimentación.
Es cierto que una alimentación con exceso de energía, especialmente cuando proviene de productos ultra procesados o preparaciones ricas en azúcares y grasas, puede aumentar el riesgo de enfermedades metabólicas como obesidad, diabetes tipo 2 o alteraciones en el perfil lipídico. Sin embargo, también es importante mencionar que la evidencia científica no señala al azúcar, de forma aislada, como la causa directa de estas condiciones, sino al conjunto de nuestros hábitos, entre ellos el tipo de alimentos que elegimos, la frecuencia con que los consumimos y también cuánto nos movemos en el día a día.
Hablar de salud implica mirar más allá del plato. Nuestro cuerpo está hecho para moverse, y cuando ese movimiento se reduce, también se altera la forma en que utilizamos la energía que consumimos. No se trata solo de hacer ejercicio más estructurado como ir al gimnasio, sino de mantenernos activos al caminar más, usar las escaleras, levantarnos del escritorio, aprovechar los pequeños momentos del día para movernos, y todo aquel movimiento que podamos sumar a lo largo del día.
Ese movimiento cotidiano es una herramienta poderosa para acompañar una alimentación más balanceada y para que el consumo de alimentos, entre ellos el azúcar, tenga un papel más sano en nuestro organismo.
La comida es mucho más que nutrientes: también es cultura, tradición, celebración y vínculo social. El postre que prepara una abuela, el que acompaña un café con amigos o el que marca un momento especial no se mide solo en calorías. Y quizá parte de volver a una relación más sana con la comida y a un consumo de azúcar más seguro para nuestra salud, también implica volver a cocinar en casa, compartir recetas y disfrutar.
Cuidarnos no debería partir del miedo ni de la culpa, sino de la comprensión. Tal vez el primer paso sea simplemente detenernos un momento a observar cómo estamos comiendo, cuánto nos movemos y qué espacio ocupa el disfrute en nuestra vida diaria. Desde ahí, con más calma y conciencia, podemos tomar decisiones que nos acerquen a una alimentación más saludable.
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