Un niño de tres años llora por las violentas peleas entre papá y mamá, una niña de cinco es víctima de abuso sexual, un adolescente de trece sufre un bullying feroz. Son sólo algunos ejemplos de lo que se conoce como adversidad en la vida temprana o adversidad temprana, es decir, la exposición a experiencias negativas muy intensas o de duración prolongada durante la infancia y/o la adolescencia.

Dicho de forma sencilla, se refiere a sufrir altos niveles de estrés en esas etapas, lo que puede modificar nuestra fisiología y representa un importante factor de riesgo para el desarrollo de numerosas enfermedades. Así, el camino hacia padecimientos como la depresión, la ansiedad, la diabetes o el cáncer, entre muchos otros ejemplos, puede iniciar con las vivencias negativas de esos primeros años.

Por desgracia, la adversidad temprana es un fenómeno común en Costa Rica. Según el INEC, el 22,4% de nuestros niños y niñas viven en situación de pobreza (11,6% en pobreza extrema), lo que en sí mismo conlleva diferentes formas de adversidad. Por otra parte, datos de la CCSS revelan que en el año 2024 se atendieron cerca de 13.000 casos de abuso sexual de niños, niñas y adolescentes.  Además, se ha reportado que Costa Rica tiene altos niveles de bullying en comparación con el resto del mundo. Y si pensamos en lo frecuentes que resultan la disfunción familiar, la negligencia o la violencia social, la conclusión es simple y sombría: una proporción importante de las personas costarricenses conocemos la adversidad temprana de primera mano.

Entonces, es posible afirmar que la adversidad temprana es un problema de salud pública que además tiene profundas implicaciones sociales. Por ejemplo, al reducir capacidades cognitivas, afecta negativamente el desempeño académico, lo que incrementa la probabilidad de deserción del sistema educativo y limita las perspectivas futuras. También reduce funciones importantes para la interacción con otras personas e incrementa el riesgo de incurrir en condutas violentas y hasta criminales. En definitiva, reduce las posibilidades de vivir vidas más plenas y favorece el deterioro social, reforzando la desintegración que enfrentan nuestras sociedades modernas.

Es preciso recalcar que hablamos de riesgos, no de determinismos. El que una persona haya sufrido adversidad temprana no determina definitivamente su futuro y de ningún modo debe convertirse en un estigma para la discriminación o el ataque. Nos referimos a riesgos incrementados cuyos efectos finales dependen de otros factores tanto ambientales como genéticos, y es justamente esa dependencia de factores ambientales lo que nos revela las pautas para el abordaje. Por supuesto, la psicoterapia es una opción con buenos resultados. Por otra parte, estrategias como la incorporación del hábito del ejercicio, el contacto social positivo y la realización regular de actividades como el contacto con la naturaleza, las actividades artísticas, la lectura y la meditación, entre otros, tienen el poder de revertir o modificar los efectos fisiológicos generados por el estrés. Por increíble que parezca, la realización habitual de estas actividades impactará positivamente la vida de las personas y el funcionamiento de las sociedades. Entonces, reconocer que una persona o una población han sufrido adversidad temprana más que un estigma ofrece oportunidades.

Enfrentar el problema no es sencillo. Requiere de un pacto social con profundos cambios culturales para reducir la adversidad temprana y mejorar las posibilidades de enfrentamiento en quienes sigan sufriéndola. Hasta que eso ocurra (y ojalá llegue a ocurrir), usted, yo y cada persona superviviente de adversidad temprana debemos asumir la parte que nos corresponde según las condiciones de cada uno. El esfuerzo también debe venir de las comunidades, las instituciones, las empresas y el Estado, con el establecimiento de políticas y condiciones que propicien los cambios necesarios.

En tiempos de campaña electoral, las personas candidatas a la presidencia deben conocer esta realidad, discutirla, hacer propuestas basadas en evidencia y ponerse de acuerdo para trabajar por una sociedad más saludable y, por lo tanto, más funcional. El reto es enorme, y puede parecer imposible, pero sólo el esfuerzo colectivo mejorará las vidas de quienes estamos aquí ahora y la de quienes vendrán en el futuro.

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