Costa Rica siempre se ha vendido como ejemplo democrático. Estado de derecho, contrapesos, abolición del ejército. Esa imagen fue marca país durante décadas. Y sin embargo, el Gobierno anuncia que va a copiar los planos de la megacárcel salvadoreña. En el papel, dicen, es una solución técnica al hacinamiento. Pero no es solo eso. Es otra cosa. Es importar un símbolo, la narrativa del orden a cualquier costo.
En El Salvador la cárcel es show. Bukele la convirtió en escenario político, como un teatro de hierro y cemento. Las fotos de reos rapados, semidesnudos, puestos en fila como soldados vencidos recorrieron el mundo. ¿Eso reduce el crimen? Tal vez en los números oficiales. ¿Eso muestra poder? Sin duda. Pero todo ocurre bajo un régimen de excepción que suspende derechos, que encierra primero y pregunta después.
Aquí el contexto es distinto. La violencia no la marcan pandillas juveniles; es narcotráfico con plata, con armas, con territorio. Los homicidios rompen récords, las cárceles revientan, la gente se desespera. Y sí, en medio de ese miedo aparece la tentación: copiar el modelo Bukele. Fácil, rápido, con fotos que parecen respuestas. Pero no es lo mismo. Costa Rica todavía tiene contrapesos. Sala Constitucional, Defensoría, prensa incómoda. La pregunta es otra: ¿aguantarán esos contrapesos cuando el discurso de “mano dura” se vuelva la única narrativa política aceptada? ¿O se van a doblar también?
Una megacárcel no corta la cabeza al narco. Apenas guarda cuerpos por un rato. El negocio sigue vivo, sigue generando dinero, sigue reclutando. Y en unos años, el hacinamiento vuelve. Eso ya lo sabemos. Lo que sí cambia es el mensaje. Que la fuerza bruta es más importante que la inteligencia policial. Que la foto viral importa más que un proceso judicial rápido y justo. Que la cárcel es la política pública.
Ahí está la contradicción. Costa Rica presume de democracia, pero legitima un modelo diseñado en un régimen autoritario. Una cosa es reconocer la necesidad de más espacio penitenciario, porque sí hace falta. Otra, muy distinta, es tragarse la idea de que el castigo puede sustituir a la política de seguridad. Copiar los planos es fácil, baratísimo comparado con pensar en estrategias. El problema es que con los planos se cuela también la lógica. Y esa lógica es peligrosa.
El riesgo no es solo el hacinamiento. El riesgo es acostumbrarnos al show. Creer que seguridad significa enciero masivo, que basta con rejas nuevas y más gruesas. La cárcel de Bukele se puede copiar como edificio, claro. Pero no se debería copiar como forma de poder. Y la pregunta sigue abierta, sin respuesta clara: ¿estamos levantando una prisión necesaria, o estamos ensayando ya sin darnos cuenta esta forma de gobierno?
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