El anuncio reciente del gobierno de Estados Unidos sobre la imposición de un arancel del 15% a productos costarricenses generó indignación inmediata, especialmente en un sector agropecuario que ya venía golpeado por siete meses de cifras negativas. Desde la Cámara Nacional de Agricultura y Agroindustria (CNAA) se alzaron voces que exigen explicaciones al Gobierno. Pero la pregunta más urgente no es quién tiene la culpa, sino por qué seguimos sin construir una estrategia seria, moderna y soberana para el desarrollo agroproductivo del país.

Los aranceles no son nuevos. Lo que sí resulta cada vez más evidente es nuestra falta de preparación para resistirlos o, mejor aún, para superarlos con innovación. Seguimos atrapados en un modelo primario, exportador y frágil, donde cualquier decisión externa puede desestabilizar economías locales enteras. Apostamos durante años a los tratados de libre comercio como si fueran un salvavidas eterno, y hoy vemos que, cuando más los necesitamos, no nos protegen del todo.

Mientras el mundo avanza con inteligencia artificial aplicada al campo, agricultura de precisión, trazabilidad digital, robótica y biotecnología, en Costa Rica muchas zonas rurales siguen funcionando como hace treinta años. No se trata de falta de talento, sino de falta de visión. Un caso claro es Coto Brus, una de las regiones agrícolas más activas del país, con una ubicación geoestratégica junto a la frontera con Panamá que podría convertirla en un corredor logístico, productivo y comercial de alto valor para ambas naciones. Pero para eso necesitamos algo más que buena tierra: necesitamos un ecosistema de innovación rural.

En Coto Brus tenemos colegios técnicos, una sede universitaria, organizaciones cooperativas y productores resilientes que han resistido el abandono institucional por años. Si ahí se impulsara un verdadero modelo agrotech, con centros de innovación agrícola, laboratorios de transformación agroindustrial, formación dual, infraestructura digital y acceso a financiamiento especializado, tendríamos no solo una región más fuerte, sino un ejemplo nacional de lo que significa un nuevo agro: más tecnológico, más justo, más competitivo y más atractivo para las nuevas generaciones.

No es utopía. Países como Colombia, Chile o los Países Bajos han demostrado que con planificación estratégica y alianzas público-privadas, el campo se puede convertir en polo de innovación. En Costa Rica también es posible, pero necesitamos pasar del discurso al diseño, del reclamo a la propuesta, de la inercia al movimiento.

Hay que repensar el rol del INA, del MAG, del Sistema de Banca para el Desarrollo, de nuestras universidades regionales y de nuestras políticas públicas. Hay que crear un Plan Nacional Agrotech 2030 con enfoque territorial, donde zonas como Coto Brus sean punta de lanza, no notas al pie. Hay que apostar por una red de nodos rurales de innovación productiva, donde el conocimiento y la tecnología lleguen al productor, y donde la frontera deje de ser límite para convertirse en oportunidad.

Porque el problema no es el arancel. El problema es que todavía no entendemos que el agro de hoy necesita educación, ciencia, datos, tecnología y visión empresarial. Si no cambiamos el modelo, vamos a seguir en esta dinámica de golpes y respuestas tardías. Y lo más preocupante es que hay regiones listas para liderar esta transformación, pero no reciben los recursos, la atención ni el acompañamiento que merecen.

Y si lo veo yo, desde el sur, desde la academia, desde el campo, no entiendo cómo los que están arriba no lo ven. Quizás no quieren verlo. Pero el agro costarricense ya no puede esperar.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.