En el más reciente episodio de La Telaraña, Jurgen Ureña conversó con la cantautora y artista visual Eva González CANINA y el entomólogo John Vargas acerca de las moscas. Eva tiene una serie de obras pictóricas donde representa estos insectos y John, por su parte, dedica su vida al estudio de tan mal malhadados y alados bichillos. Un hecho curioso: las moscas que pinta Eva son de la misma especie que John ha investigado. ¡Y ellos no se conocían!

La palabra mosca, según parece, tiene un origen onomatopéyico y su etimología se remonta al latín. Mosca, así, estaba asociado al sonido del zumbido, a sus frenético batir de alas. Luego, con el tiempo, vino toda esa carga semántica tan pesada, toda esa vinculación con lo putrefacto y ominoso. Pero, bueno, más allá de eso, la historia de la humanidad, como mencionó Jurgen, es también la historia de las moscas: desde sus representaciones en el arte y la literatura hasta su importantísimo rol ecosistémico, pasando por su uso en la entomología forense.

Mientras grabábamos el programa pensé que, a menudo, olvidamos que toda expresión, toda palabra, es en el fondo una metáfora. Salvo ciertas acciones muy básicas y rudimentarias, absolutamente todo termina siendo un juego de símbolos que se va opacando o destiñendo por el uso constante. Owen Barfield, incluso, fue más allá y dijo que un montón de palabras concebidas para describir nuestro mundo interior, en su momento, estuvieron asociadas al mundo exterior. Y por eso, de repente, para algunos la mitología y la religión no pasan de ser resultado de un error en que se incurrió cuando las metáforas fueron asumidas de manera literal.

En un poema de don Abel Pacheco se habla de un combate. Un soldado le pega un tiro a otro. Es altamente probable que ese sea un poema inspirado en la Guerra del 55, un enfrentamiento bélico entre Costa Rica y Nicaragua donde el autor tuvo participación en el bando de los vencidos. Don Abel dice que de la boca del soldado muerto salió una mosca. Se pregunta, entonces, si aquello, en realidad, era el alma. Y concluye que seguramente sí, que deben existir las almas moscas.

Tal vez la consideración de don Abel no sea tan persuasiva como esa otra leyenda según la cual los colibríes que nos visitan, en definitiva, son antepasados muertos que vienen a saludarnos. Eso explica, de cierto modo, que en los hogares tengamos matamoscas en vez de matacolibríes.

¡Pero quién quita!

A lo mejor en la mosca, independientemente de zumbidos e iridiscencias, no hay más que un colibrí caído en desgracia por obra y arte de la cultura.

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