Los jaguares como bien sabemos son felinos, mamíferos, un depredador de primer orden y uno de los seis felinos silvestres que habitan en Costa Rica, se encuentran presentes en al menos 18 países de todo el continente según datos de la Unión para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).
Su presencia se extiende desde Argentina hasta México, y han sido registrados en cantidades mínimas con presencia esporádica en Arizona en los EE.UU., mientras que han sido declarados extintos en El Salvador y Uruguay.
Es una especie emblemática, protegida por la Ley de Conservación de Vida Silvestre (Ley 7317 y sus reformas) y la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES).
La cacería de otros animales —que son su alimento—, como los chanchos de monte, los saínos y tepezcuintles, el tráfico ilegal, la pérdida y fragmentación de su hábitat, la deforestación y la cacería del propio jaguar; son las principales amenazas que les afectan.
Debe recordarse que la cacería se encuentra prohibida en Costa Rica desde el año 2012, salvo la cacería de control y la llamada cacería de subsistencia, ninguna de estas resulta aplicable a especies con poblaciones reducidas, amenazadas o en peligro de extinción. Según el Sinac los jaguares son considerados una especie en peligro de extinción.
La WWF estima que la población de estos felinos en Costa Rica es de aproximadamente 350 individuos y según datos de la UICN su población en el continente ha disminuido entre un 20% y 25% durante este milenio.
Además de ser imponente, su importancia como depredador superior implica que su presencia es un indicador de la salud de los ecosistemas donde habita. Su valor ecológico implica inclusive que los restos que deja de algunas de sus presas sean aprovechados por otras especies, por ejemplo, los restos de tortugas marinas.
Su relevancia ecológica ha hecho que desde hace décadas las universidades públicas (principalmente la UNA), distintas ONG y el Sinac hayan unido esfuerzos para su monitoreo y estudio.
El Instituto de Conservación y Manejo de Vida Silvestre (INCOMVIS) de la Universidad Nacional ha desarrollado durante décadas el programa de monitoreo de jaguares más antiguo del país. Existe además amplia literatura y documentación, tanto a nivel nacional como internacional sobre estos fascinantes animales.
Debido a su importancia y en aras de generar consciencia sobre ellos, desde el 2018, cada 29 de noviembre se conmemora el Día Internacional del Jaguar, mientras que otras iniciativas internacionales como el Plan Jaguar 2030 vienen siendo desarrolladas con el propósito de protegerlos.
Su nombre tiene su origen en las lenguas indígenas tupí y guaraní, este felino tiene una connotación espiritual en distintos grupos indígenas del continente. De manera tal, tanto la comunidad científica como los pueblos indígenas han resaltado la importancia de esta icónica especie.
En resumen, estamos ante una especie de valor ancestral, cultural, ecológico, biológico y científico. Es además el felino más grande del continente americano.
Es por esto, que planteo esta breve reflexión para su reivindicación, no desde billetes o desde posibles declaratorias de símbolo nacional, ni mucho menos desde discursos políticos populistas, que solamente muestran un profundo desconocimiento sobre estos felinos.
Es una verdadera pena, que con toda la información científica y cultural que podríamos generar alrededor de estos animales, sea un discurso político oportunista el que los posicione en el debate público.
Reivindiquemos a los jaguares, especialmente de quienes lejos de la seriedad con la que deberían ejercer sus cargos, no tienen ningún reparo en reducir el valor y la importancia de la fauna y los ecosistemas donde habitan.
Si de propuestas políticas se trata, las autoridades y los partidos políticos deberían enfocarse en discutir medidas de protección y no en banalizar la flora y la fauna.
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