En la vida, en muchas ocasiones nos encontramos ante dos opciones: hacer lo que es fácil o hacer lo que es correcto. Algunas de esas ocasiones son decisiones sencillas, como cargar la basura un par de cuadras más hasta encontrar un basurero para botarla, en lugar de tirarla en la alcantarilla. Otras son cuestiones más relevantes como “vivir sin meterme en lo que no es conmigo” o “involucrarme en lo que pasa en mi país, aunque crea que no es conmigo”.

De eso van estas breves líneas.

Definir qué es “involucrarse con lo que pasa en el país” es complicado, porque surge la pregunta: ¿qué significa exactamente involucrarme? ¿Tengo que pertenecer a una agrupación? ¿Tener que crear un nuevo partido político? (Tal vez muchas personas piensen eso, y esto explicaría por qué ya casi vamos a tener más partidos políticos que curules en la Asamblea Legislativa). No lo sé; cada quien sabrá o tendrá que buscar qué significa “involucrarse” para cada uno. Pero creo que, sea lo que sea, todos deberíamos empezar por algo: tenemos que dejar de ser indiferentes ante la política de nuestro país.

Esa indiferencia es lo que nos tiene “metidos en un zapato”. Porque por mucho tiempo y de muchas formas, hemos sentido que “no nos toca” meternos en esto, que no “vale la pena” hablar de política, porque la política es política y siempre será para los políticos.

Pero ya no podemos darnos ese lujo, no después de estos cuatro años. Porque estos casi cuatro años han sido muy indignantes en muchas cosas y muy decepcionantes en otras. Han sido cuatro años donde el diario vivir de todos ha estado lleno de más noticias de asesinatos y de asaltos, del “boom” del narcotráfico, y de hasta de noticias de ataques de lavadoras en circunvalación. Hemos visto mil y un ejemplos de abusos de poder, de desaciertos y atropellos en temas de conservación del ambiente y de problemas y escándalos en la Caja. Han sido cuatro años de una ruta imaginaria (y hacia ningún lado) en Educación, y de presas de vehículos por todos lados y a todas horas. ¿Y soluciones? casi ninguna tangible al respecto. Porque hemos seguido en campaña política, pues el señor presidente y sus jerarcas se han dedicado a seguir en la etapa de echarle la culpa a todo mundo, en resumidas, a “no comerse la bronca”.

Entonces aquí lo “fácil” sería quejarnos, dejar de creer en que haya algo que podamos hacer. Y nadie nos culparía por hacer eso. Después de todo “a las pruebas me remito” cuando afirmo que hay muy pero muy pocas razones para creer que las cosas puedan mejorar o que haya gente con ganas de hacer las cosas bien y por las razones correctas.

Resignarse sería “fácil” porque resignarse casi nunca es complicado, es rendirse. Es inacción, es “dejar que las cosas sigan su curso”. Y yo digo “fácil” entre comillas, porque al final del camino las consecuencias de esa resignación no van a parecernos fáciles, pues sería renunciar a lo que fuimos (y aún somos hoy) como país, para convertirnos en otra fallida historia en nuestra región latinoamericana. Sería convertirnos en otra Costa Rica distinta que no reconoceremos, y que nos hará extrañar a ésta que tenemos.

Por eso creo que nos toca hacer lo correcto, no lo fácil. Ahora que estamos casi iniciando “oficialmente” esta nueva temporada electoral, hay que empezar por lo básico: tenemos que informarnos activamente y sobre todo exigir que se suba el nivel del debate político. Hay que conversar de política, reflexionar, cuestionar, en otras palabras, tomar en serio la decisión que se nos viene delante. No sentirnos con “miedo a incomodar”, y olvidarnos de una vez por todas del clásico “ni de política ni de futbol ni de religión se debe hablar”. No. Eso ya no.

Tenemos que demandarles a quienes se crean capaces de gobernar y se postulen para el cargo, que demuestren sus capacidades, sus propuestas, su plan para hacerlo. Dejar de lado las “banderas de partidos” que en algún otro momento determinaban por quien se votaba y por quien no, y fijarnos en las cualidades y capacidades de quienes están de candidatos, y sobre todo en lo que están proponiendo.

No podemos normalizar y resignarnos a aceptar que se haga un show que se base en el sensacionalismo, que explote y fomente el rencor, el odio, y en muchas ocasiones hasta insultos a distintas figuras e instituciones públicas. No deberíamos ver como normal que se reduzca la política a este tipo de espectáculos donde se alcen retratos cual procesión y se difundan mensajes llenos de improperios y violencia. Tengo el convencimiento que habemos muchos a los que esto nos indigna y nos molesta. Que estamos cansados de ver la manía de usar el nombre del pobre jaguar para arriba y para abajo, y que no les alcanzaron cuatro años para tomarse en serio lo de trabajar por el país donde vive el pobre jaguar.

Yo confío en que al final del día, a pesar de que hay muchas cosas en las que tal vez no estamos de acuerdo-ni vayamos a estarlo- a todos los ticos nos une un deseo sincero de cuidar nuestro país, de honrar lo que tantas personas han hecho por él en el pasado y siguen haciendo en el día a día. Nos une el deseo de trabajar por lo que sabemos que podemos llegar a ser. Yo prefiero confiar en que vamos a hacer la tarea, y que vamos a involucrarnos lo suficiente como para sentir que todos somos responsables de la dirección que tome Costa Rica en los próximos cuatro años.

Que en estos meses de temporada electoral que se nos vienen por delante, recordemos que es más importante hacer lo correcto que lo fácil. Nos toca a todos, nos toca ahora.

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