Recientemente, la industria publicitaria ha estado en el centro de atención. La anulación de varios premios en Cannes Lions 2025 —incluyendo el Grand Prix y los Leones de Oro— no solo generó un escándalo internacional, sino que también provocó una reflexión necesaria sobre los límites entre creatividad, ética y estrategia.

Como publicistas, entendemos que la publicidad no se limita a informar o entretener. Tiene el poder de convencer, de mover emociones y de construir percepciones que afectan directamente nuestra vida social, cultural, económica y política. Y, como cualquier forma de poder, conlleva una gran responsabilidad.

Pero, ¿qué sucede cuando las agencias crean campañas con el único objetivo de ganar premios, en lugar de generar cambios significativos?

Lo que está en juego no es solo la integridad de un certamen internacional, sino el mismo corazón de nuestra profesión. Desde sus inicios, los festivales han sido vitrinas del ingenio creativo. Sin embargo, en los últimos años, muchas agencias los han convertido en plataformas de autopromoción. En otras palabras, se trata de hacer publicidad para ganar premios, dejando de lado el verdadero problema del cliente y enfocándose en lo que podría impresionar a un jurado internacional.

La ética del publicista no se define solo por no manipular datos a conveniencia, sino por a quién decide servir: ¿al bien común o al ego de la industria?

La campaña “Lessons of Shame” y la controversia que la rodea en Costa Rica —incluso investigada por la Cámara de Empresas de Comunicación— es solo un síntoma de un fenómeno más amplio: la desconexión entre la publicidad que transforma y la que solo busca resultados.

Cuando los datos se exageran, las fuentes son cuestionables y las causas sociales se utilizan como recursos estéticos, se socava la credibilidad de todos. No se trata de demonizar la participación en certámenes. Al contrario, es importante reconocer la relevancia de estos espacios, pero siempre con un enfoque en la ética y el impacto real que podemos generar.

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