La historia no se repite, pero rima. Así lo decía Mark Twain, y pocas comparaciones resultan tan inquietantes como la que puede trazarse entre el ocaso de la República de Weimar en la Alemania de los años treinta y la deriva política que amenaza hoy a Costa Rica bajo el liderazgo de Rodrigo Chaves.

La República de Weimar surgió como un experimento democrático tras la Primera Guerra Mundial, pero fue erosionada desde dentro por líderes que, en nombre del “pueblo” y de la lucha contra la “corrupción” de las élites, socavaron las instituciones hasta vaciarlas de contenido. La constante deslegitimación del poder judicial, la presión sobre el legislativo y el uso del descontento social como herramienta de control abrieron el camino para que un proyecto autoritario sustituyera el sistema democrático por uno hecho a su medida.

Costa Rica atraviesa hoy una encrucijada. Rodrigo Chaves ha construido su narrativa sobre la idea de que los poderes Legislativo y Judicial son obsoletos, corruptos y, por tanto, obstáculos para el “verdadero cambio”. Más allá del discurso, ha lanzado amenazas explícitas contra ambos poderes y ha promovido la necesidad de reformas legales que reduzcan su independencia, preparando el terreno para un esquema de concentración de poder que, bajo la etiqueta de eficiencia, puede derivar en autoritarismo.

El riesgo se profundiza si su movimiento político y sus aliados logran una presencia significativa en la Asamblea Legislativa. Con un congreso alineado, el Ejecutivo tendría margen para impulsar reformas que alteren el equilibrio institucional, socavando contrapesos que por décadas han garantizado la estabilidad democrática costarricense.

La experiencia de Weimar demuestra que la democracia puede morir no de un golpe, sino de erosiones graduales. Una ciudadanía frustrada, instituciones debilitadas y líderes que presentan las reglas democráticas como trabas para el progreso son los ingredientes perfectos para el surgimiento de un autoritarismo “legitimado” por las urnas.

Costa Rica no está condenada a ese destino. Pero evitarlo exige reconocer las señales y actuar: defender la independencia de los poderes, fortalecer los mecanismos de control ciudadano y exigir un debate político que no se base en el miedo ni en el antagonismo, sino en soluciones reales para los problemas del país.

En Weimar, la advertencia llegó tarde. En Costa Rica, aún hay tiempo.

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