Estimadas y estimados munícipes:
No nos conocemos, pero compartimos algo profundo: ser costarricenses. Y eso, para mí, significa mucho. Compartimos una historia, unos valores, un idioma y quizás hasta una misma fe. Por eso les escribo, como conciudadana.
Sé que ocupan cargos públicos que exigen tomar decisiones complejas, representar a sus comunidades con compromiso y responder a múltiples agendas. Por eso también sé que no toman a la ligera una invitación como la que han recibido de la embajada de Israel para asistir al evento MuniWorld 2025, que se celebrará en diez días en Tel Aviv, con todos los gastos cubiertos por el gobierno de Benjamin Netanyahu.
No dudo que muchos de ustedes estén motivados por un deseo genuino de aprendizaje y fortalecimiento institucional. Pero a solo 70 kilómetros del lugar donde se celebrará ese evento, Gaza está bajo sitio. No hay agua, no hay comida, no hay electricidad. Hay hospitales bombardeados, filas de miles de personas esperando alimentos. Lo sabemos. Todos lo sabemos. No podemos fingir que no sabíamos, ni que un viaje así puede ser simplemente técnico o diplomático.
Ya he escrito en otras ocasiones sobre lo inaceptable que resulta que autoridades costarricenses, electas democráticamente, viajen a representar a nuestro país en medio de un conflicto así. Pero si aún no los he sensibilizado, si ni siquiera el acto de tener que devolver cuerpos de niñas y niños envueltos en sábanas los ha hecho recapacitar, les pido que lo piensen otra vez, porque los que han estado en Gaza lo describen como “Peor que el infierno en la Tierra”. Así describió la presidenta del Comité Internacional de la Cruz Roja, donde su organización ha estado presente desde el inicio del conflicto.
La jurista Francesca Albanese, Relatora Especial para los Territorios Palestinos Ocupados, lo expresó con claridad:
Si las atrocidades del pasado nos enseñaron algo, es que el problema nunca es solo ‘el líder’. Miremos a quienes lo siguen. Las manos que aplauden. Las bocas que incitan. Los cuerpos que obedecen. Y, sobre todo, a quienes podrían detenerlo… y eligen el silencio.”
Ustedes no están obligados a aplaudir. Ustedes pueden alzar la voz.
Yo solo tengo las manos con las que escribo, y el corazón con el que pienso. Pero ustedes tienen un cargo público. Tienen poder simbólico. Tienen legitimidad. Y tienen una opción: no participar.
Este no es momento para dar respaldo diplomático a un gobierno que ha fracturado a su propio pueblo, que ha erosionado las bases democráticas de su Estado y que ha infligido un daño inmenso no solo al pueblo palestino, sino también al judaísmo y a la comunidad judía global. Un gobierno que registra a las personas por castas, que ha deshumanizado al otro hasta llamarlo “animal humano”.
Costa Rica no es eso. Nosotros no tenemos ejército. No practicamos la pena de muerte. No hemos vivido masacres fratricidas. Somos una república pacífica, imperfecta pero digna. Lo mínimo que podemos hacer es no avalar con nuestra presencia políticas ajenas a nuestros valores más esenciales, porque su presencia no será inocente. Será leída -dentro y fuera de nuestras fronteras- como un gesto político: como una señal de respaldo a un gobierno que hoy enfrenta acusaciones por crímenes de guerra, limpieza étnica y apartheid.
Señoras y señores munícipes: ustedes no van a ese evento como en calidad individual, van como representantes de Costa Rica. Y ninguna de nuestras comunidades comparte los valores del régimen que hoy los invita. Se trata de ser coherentes con los valores que nos definen como país. De honrar la confianza de las comunidades que los eligieron, y de actuar con la dignidad que Costa Rica representa en el mundo. No se trata solo de un viaje: se trata de no legitimar, con su presencia, a un gobierno cuyas acciones y principios contradicen profundamente los valores costarricenses. De nuevo, se los suplico, como costarricense y como madre.
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