Es altamente deseable que quien ocupe el cargo de rector o rectora en una universidad posea el grado académico de doctorado. Sería conveniente que las universidades establezcan este grado como un requisito indispensable en sus procesos de selección, reflejando así su madurez académica institucional y alineándose con los estándares de las universidades modernas. El establecimiento del doctorado académico como requisito, que es también el máximo grado que otorgan, se justifica plenamente por las siguientes razones:

La persona que ocupe la rectoría debe demostrar amplia credibilidad académica y liderazgo intelectual. Como máxima autoridad académica y principal figura de la universidad, debe encarnar el más alto nivel de rigor intelectual. Debe evidenciar un compromiso sostenido con la investigación, la docencia, la acción social, así como la generación y difusión del conocimiento.

Poseer un doctorado académico evidencia una profunda inmersión en un campo específico del saber y la capacidad de llevar a cabo investigación original, contribuyendo significativamente al avance del conocimiento. Esta credibilidad académica es fundamental para guiar a toda la comunidad hacia la excelencia. Un rector o rectora con doctorado lidera desde la experiencia y la legitimidad académica.

Quien ocupa la rectoría actúa como principal representante de la universidad ante la sociedad, instituciones gubernamentales, organismos de financiación y otras universidades, tanto a nivel nacional como internacional. La gran mayoría de sus pares cuentan con el doctorado, lo que otorga mayor autoridad a esta representación.

Además, un rector o rectora con formación doctoral posee la autoridad intelectual y técnica necesaria para interactuar con organismos de investigación, redes académicas internacionales, agencias de acreditación y fondos de financiamiento científico. Esto facilita el posicionamiento y la proyección global de la universidad.

Contar con un doctorado también fomenta una cultura centrada en la investigación, el pensamiento crítico y la excelencia académica. Este logro académico implica un proceso formativo riguroso que familiariza al individuo con los valores y desafíos del ámbito académico, fortalece sus habilidades analíticas y su capacidad para generar ideas innovadoras. Es más probable que priorice la asignación de mayores recursos a la investigación como una actividad fundamental.

El proceso de formación doctoral cultiva competencias fundamentales para el análisis crítico, la evaluación de evidencias, la resolución de problemas complejos y la formulación de soluciones basadas en datos. Estas capacidades resultan esenciales para liderar una institución de educación superior en un entorno cada vez más desafiante y dinámico.

Además, las habilidades adquiridas durante el doctorado promueven una comprensión profunda de las necesidades y aspiraciones de académicos, investigadores y estudiantes. Esta perspectiva facilita la toma de decisiones informadas y el fomento de un ambiente que impulse la innovación en la docencia, la investigación y la extensión

La persona que ocupa la rectoría generalmente se convierte en un modelo a seguir para los estudiantes y el personal académico. Su trayectoria académica debe demostrar dedicación y perseverancia, elevando el nivel de exigencia y aspiración de toda la comunidad universitaria.

Por último, sería contradictorio que quien lidera una universidad, cuyo pilar es la formación de profesionales con el más alto nivel académico, no encarne ese estándar en su propia trayectoria. Los rectores o rectoras deben ser un ejemplo viviente de los valores y objetivos que promueve la institución.

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