Hace siete años, mientras nos preparábamos para salir del país en unas vacaciones familiares, un problema migratorio con mi hija menor nos retrasó el viaje por un día. Una vez superado el inconveniente y estando ya en Alemania, me encontré con la disyuntiva de tener que elegir entre visitar el castillo de Neuschwanstein o el campo de concentración Dachau, de la Segunda Guerra Mundial. Debido al contratiempo migratorio, ya no era posible visitar ambos lugares, como inicialmente estaba planeado.

La primera opción, Neuschwanstein, es un castillo que parece sacado de un cuento de hadas, situado sobre los Alpes Bávaros y símbolo de la arquitectura romántica del siglo XIX. La segunda opción, Dachau, fue el primer campo de concentración nazi, establecido poco después de que Adolf Hitler asumiera el poder en Alemania. Ambos lugares, históricos y abiertos al público, eran sumamente distintos, lo que hacía que la decisión resultara más retadora.

Me pregunté: ¿quiero mostrarles a mis hijas un castillo que, de paso, fue el que inspiró el diseño del castillo de Cenicienta en Disney World, o prefiero que conozcan la realidad sufrida por millones de personas a manos de los nazis? Me pareció más educativo y menos superficial elegir la segunda opción. Algo me decía que era más importante enseñarles sobre hechos lamentables, de apenas unas décadas atrás, que bajo ninguna circunstancia deberían repetirse. Preferí mostrarles eso antes que un castillo que evocara princesas y vestidos largos. Neuschwanstein es sin duda un lugar muy lindo e histórico, con vistas increíbles, pero Dachau podría dejarles una lección más profunda.

Nos dirigimos entonces a la estación de tren para tomar el que nos llevaría al campo de concentración. Al llegar, Dachau era tan frío y gris como el clima de febrero en Europa. Recorrimos sus cámaras de tortura, celdas y crematorios, entre otros aposentos terribles, las cuales nos transportaban al pasado, mientras nuestro guía nos traía al presente explicando que, en la actualidad, las conductas relacionadas con el nazismo están prohibidas en Alemania.

“En Alemania es delito negar la existencia del Holocausto”, nos dijo el guía. Volteé mi cabeza hacia el guía sorprendida, pero de manera positiva. “Impresionante”, pensé. Se necesita mucha valentía y convicción para castigar penalmente una conducta de ese tipo, especialmente en un mundo donde, más recientemente, la realidad y la verdad parecen haberse convertido en conceptos subjetivos. Ahí confirmé que había tomado la decisión correcta. Estábamos en un lugar tan triste como impactante y educativo.

Mientras caminábamos por los pasillos que llevaban a los hornos donde incineraban a los prisioneros, muchas ideas pasaban por mi cabeza. Esas cavidades rodeadas de ladrillo y alimentadas por fuego para las víctimas, eran una muestra tangible de la crueldad humana. Más adelante, me detuve en una pared con un rótulo que decía:

"Esta sala muestra el contexto histórico del Tercer Reich.[1] La historia previa no implica necesariamente que todo lo que ocurrió después tuviera que suceder de esa manera, ni que no pudiera haber sido diferente. Sin embargo, las semillas del antisemitismo, el racismo, el desprecio por la dignidad humana y la democracia se habían sembrado durante el período anterior y ganaron terreno a partir de 1933 con una velocidad alarmante. Cada uno de nosotros hoy está moldeando el trasfondo del mañana".Chaim Schatzker.

Esta cita, que aludía a la responsabilidad individual de construir un futuro diferente al de un pasado oscuro, dio aún más sentido a nuestra visita a Dachau y a las palabras del guía sobre las leyes que penalizan negar el Holocausto en Alemania. En mi mente, caí en una conclusión en medio de esta locura. ¿De qué sirve un hecho tan doloroso y macabro si no aprendemos de él? ¿Para qué existe un sistema educativo si no es para abordar estos temas una y otra vez, con el fin de advertir los riesgos y prevenir que vuelvan a suceder?

Cuando la ley no permite vacilar ante hechos tan serios, como es el caso de Alemania, se marca un límite claro entre lo correcto y lo incorrecto. Ojalá, en nuestros propios contextos, reflexionáramos con la misma seriedad sobre las atrocidades del régimen nazi, como lo hace este país europeo. En Alemania incluso se prohíbe hacer el saludo nazi, un gesto que recientemente ha generado controversia y debates sobre su significado y las implicaciones de su uso en cualquier entorno.

Visitar Dachau fue un llamado a la consciencia sobre la importancia de una legislación robusta, así como el papel fundamental que debe jugar la educación preservando la memoria colectiva. La ausencia de estos elementos hace que las palabras de Chaim Schatzker nos acechen y nos adviertan sobre la velocidad a la que pueden correr los vientos de odio.

[1] El término “Tercer Reich” se utilizó como propaganda para describir el régimen nazi en Alemania, presentado como supuesto sucesor del Sacro Imperio Romano Germánico y del Imperio Alemán.

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