Mendoza, Argentina, noviembre 2024. Después de permanecer hospitalizado varios días en condición crítica murió Vicente, un hombre de 52 años que sufría de un trastorno del espectro autista (TAE). A Vicente lo mató su madre, su cuidadora, una mujer de 82 años. Ella confesó a la policía que le disparó dos veces porque se sentía “incapacitada para continuar cuidándolo”.

El título de este artículo, Los monstruos del desamor es el mismo del más reciente episodio del podcast Próxima Frontera; son palabras de Yayo Herrero, mi invitada, la antropóloga, ingeniera, ecofeminista, escritora y activista.

Busqué a Yayo por muchas razones, pero sobre todo después de leer su libro Ausencias y Extravíos: El descuido, la indiferencia y el abandono son los padres de los monstruos del desamor, nuestra sociedad está llena de ellos y el libro de Yayo está lleno de buenas referencias. Sin embargo, lejos de quedarse en la denuncia, ella nos invita a re-asumir la responsabilidad y a activar la esperanza en que podemos ser humanos, recuperar nuestra conexión con la Tierra y re-construir una sociedad en la que la suficiencia, el reparto y el cuidado sean los ejes de un nuevo modelo de convivencia.

Si hay algo que compartimos los humanos al llegar al mundo es una absoluta vulnerabilidad. Somos una especie tan frágil que sin alguien que nos alimente, nos abrigue y nos limpie moriríamos en días, sino horas y, esta dependencia se extiende por años.

Sin embargo, padecemos de una especie de amnesia, pues al igual que hemos olvidado que somos naturaleza y no entes separados o usuarios de ella, también olvidamos que somos producto de un sistema de cuidados y que en cualquier situación de discapacidad, de enfermedad o en la vejez, inevitablemente necesitaremos de alguien que nos cuide. Olvidamos que cuidarnos y sobre todo, cuidar a otros requiere recursos, tiempo, dinero, energía, especialmente ofrecida por mujeres, quienes tanto en el hogar como profesionalmente se han ocupado de cuidar a los demás, y muchas veces sin reconocimiento, sin pago, sin ser parte del PIB.

Cuidar se considera una tarea femenina realizada en el ámbito privado del hogar, escasamente valorada a la que, en general, no se le han atribuido conocimientos o competencias específicas, ni mucho menos compensación económica. Esta idea ha alcanzado al ámbito de la atención a las personas con problemas de salud en la que el trabajo de cuidado ha tenido, y aún hoy tiene, una consideración secundaria, a veces incluso invisible” dice la académica Marina Garcés.

La ética del cuidado

A Carol Gilligan se le atribuye la introducción del concepto de ética del cuidado. Feminista, filósofa y psicóloga estadounidense fue pionera en explicar que la preocupación por los sentimientos, las relaciones y la inteligencia emocional eran ventajas humanas. Mediante el trabajo de campo con mujeres y niñas analizó cómo hablaban de sus vidas, el lenguaje que utilizaban, las conexiones que hacían, y observó cómo las mujeres resuelven los conflictos morales de forma diferente a los varones.

Los varones aprenden en función de los derechos que se encuentran en litigio buscando el criterio imparcial y objetivo, las mujeres aprenden del compromiso entre las personas involucradas buscando atender a las peculiaridades de cada uno en cada situación concreta”, explicó Carol.

Algunos hombres que han sumado sus voces a favor de esta ética del cuido son Bernardo Toro con el paradigma del cuidado, y dice: "El cuidado no es una opción, o aprendemos a cuidar o perecemos". Edward O. Wilson lo llamó biofilia o sea “el cuidado amoroso hacia todas las formas de vida”; o Leonardo Boff: “Cuando amamos, cuidamos, y cuando cuidamos, amamos”, para Boff “el cuidado asume una doble función de prevención de daños futuros y sanación de daños pasados”.

En una sociedad en acelerado proceso de envejecimiento, con decenas de personas mayores abandonadas en los hospitales cada año, con cifras que superan el 18% de la población con algún grado de discapacidad, y con problemas estructurales en la educación, salud y sistema de pensiones, más nos vale hacer un alto, repensar las prioridades, y poner el Cuido en el centro de un nuevo estilo de desarrollo, pues ninguno de nosotros escapa al tema.

La socióloga y politóloga Marian Barnes dice en su libro Cuidado y Justicia Social que “a lo largo de la vida, todas las personas cumplen un doble papel: son cuidadoras y receptoras de cuidados, lo que en parte configura la identidad personal alrededor de la experiencia de ser cuidador y de recibir cuidados”.

Esta reflexión puede cambiar nuestra mirada y entender los cuidados, no como “situaciones de carencia, fragilidad o vulnerabilidad de alguien que precisa la protección de otro, sino como relaciones de reciprocidad e interdependencia entre personas que juntas buscan el bienestar”, según Barnes.

Además de buscar la solidaridad, la justicia y el bien común, hay grandes oportunidad económicas en los cuidados y en la economía plateada si hacemos llegar recursos a la fuerza laboral femenina: en la profesionalización de cuidadoras, en el fortalecimiento de emprendimientos de atención de niños y niñas, personas con discapacidad o de edad avanzada; en proyectos de infraestructura bien pensados y en las redes de colaboración e innovación a gran escala, para atender a una población en creciente vulnerabilidad y número.

En paralelo, la cultura del cuido permite formación de tejido social que a su vez será soporte y resiliencia para enfrentar otras amenazas, como las de la crisis climática. El próximo gobierno debería tomarse este tema muy en serio.

Citando al teólogo Leonardo Boff: “El cuidado necesario es un insumo para construir una sociedad donde las relaciones humanas se establezcan como una fuerza curativa. Hay que aceptar como dato realista que quien cuida necesita ser cuidado. Y hay que aprender a llevarlo a cabo de tal manera que nadie se sienta humillado o disminuido, sino que, por el contrario, ayude a estrechar los lazos y crear el sentimiento de una comunidad no solo de trabajo sino una comunidad de destino”.

¿Y la madre de Vicente, en Argentina? Esta mujer que a sus 82 años debería estar recibiendo cuidados, está atrapada por los monstruos del desamor y enfrentando un complejo proceso judicial; está en manos de un sistema que antes no le ofreció apoyo suficiente para el cuidado de su hijo autista, y que aún no tiene respuesta a la pregunta ¿Qué pasa cuando quien cuida envejece?

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.