La mayor parte de nuestra población equivocadamente, por falta de información, cree que nuestro sistema educativo es muy bueno.

Por los méritos de nuestros antepasados a finales del siglo XIX los niveles de alfabetización en nuestro país eran satisfactorios en relación con los de otras naciones. En el siglo siguiente los resultados se mantuvieron a un nivel aceptable, aunque durante la primera mitad del siglo XX la cobertura de enseñanza secundaria no se incrementó adecuadamente. Mientras en 1900 con una población de 307.499 habitan­tes, teníamos 5 instituciones de educación media públi­cas, o sea una por cada 61.500 habitantes, en 1948 había 8, un colegio público por cada 103.925 habitantes.

En la actualidad la calidad de nuestra enseñanza pública es satisfactoria si se compara solo con Centroamérica.

Desdichadamente no es así si nos comparamos con las regiones del mundo con las que tenemos que competir para alcanzar un alto grado de desarrollo humano que requiere un mayores niveles de productividad y de eficiencia económica e institucional.

Quienes tienen acceso a la información saben que las pruebas internacionales PISA conducidas por la OCDE han dejado en claro las debilidades de nuestros estudiantes de 15 años. Son bajas sus habilidades para utilizar conocimientos de matemáticas, ciencias y lenguaje, lo que los pone unos dos años por detrás de las capacidades del promedio de los jóvenes de esa edad de los países miembros de la OCDE.

Saben también quienes conocen la información de los muy pobres resultados de nuestros estudiantes en las pruebas para ingreso a las universidades, e incluso de las grandes dificultades para la enseñanza de matemáticas e inglés.

Durante la crisis de la década de 1980 nuestra educación pública sufrió muchísimo. Una equivo­cada opción de cómo disminuir el gasto público hizo retroceder el aumento en la escolaridad en secundaria que se había generado en las décadas previas. De 1980 a 1988 (año más bajo de escolaridad en secundaria pos­terior a esa crisis) la escolaridad bruta bajó casi en una tercera parte, 18,3 puntos porcentuales. Casi una quinta parte de esa generación tuvo una menor capacitación en secundaria, lo que todavía se siente en el país. No se re­cuperó la escolaridad de 1980 sino hasta 1999.

Pero después de esa recuperación y el crecimiento en los años inmediatos, la escolaridad no ha crecido lo suficiente y hoy al grave problema de la calidad que se vio agravado por el “apagón educativo”, creado por la pandemia que no se recuperó adecuadamente, se añade la relativamente baja escolaridad en secundaria que sufrimos, no solo respecto a los países de altos ingresos con los que debemos competir para vencer la trampa de los ingresos medios, sino también respecto a América Latina, lo que debería ser causa de vergüenza para las generaciones actuales.

Infortunadamente esa desventaja en cobertura de nuestra educación media también se da respecto a la educación universitaria.

Con datos que agradezco a CEPAL de una muestra de 14 países de América Latina que presento en una tabla en este artículo, se determina que en tercer ciclo (enseñanza secundaria baja en términos de CEPAL) tenemos una escolaridad significativamente menor que el promedio de esos países. La nuestra para jóvenes de 20 a 24 años en el año 2022 fue de 84,1% frente a un 90% de personas en esa edad que habían concluido tercer ciclo para el promedio de esas 14 naciones.

Es más, 11 de esas otras 13 naciones tienen una mayor proporción que Costa Rica de sus jóvenes de 20 a 24 años con estudios de tercer ciclo terminados: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile Colombia, Ecuador, México, Panamá, Paraguay, Perú, y República Dominicana. De esos 11 países solo Chile tiene un ingreso por habitante superior a Costa Rica, pero en comparación con nosotros una mayor proporción de los estudiantes de esos países más pobres terminan tercer ciclo. Solo tenemos ventaja frente a El Salvador y a Uruguay.

Respecto al ciclo de enseñanza diversificada nuestra cobertura de 74,2% de estudiantes que la terminan es ligeramente superior al promedio de estos 14 países de América Latina de 73%, de nuevo medida la escolaridad para jóvenes de 20 a 24 años. Pero debemos aceptar nuestro rezago, 6 de los otros trece países tienen un mayor porcentaje de personas en este rango de edad con secundaria completa terminada: Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú, y de ellos 5 tienen un promedio de ingreso menor al nuestro.

Con relación a estudios terciarios la situación es igualmente negativa. Un 22% de las personas de 25 a 29 años de esos 14 países han efectuado al menos 4 años de educación terciaria mientras en Costa Rica solo 15,4% lo han logrado. De los otros 13 países en esta muestra 11 tienen mayor porcentaje de estas personas de 25 a 29 años con al menos 4 años de estudios postsecundarios. Todos ellos menos Chile con un ingreso por habitante menor al nuestro.

Es hora de aceptar esta triste realidad y de tomar medidas en serio para resolver la situación de nuestra educación pública, tanto respecto a su calidad, como en cuanto a su cobertura en educación secundaria y terciaria.

La necesidad de ampliar la cobertura también se da en los dos años de enseñanza preescolar y en la red de cuido de niños y niñas de 0 a 5 años. Es especialmente importante atender estas necesidades para asegurar que en la etapa de formación y vinculación de sus neuronas nuestros infantes tengan una estimulación adecuada a sus requerimientos. Lo es también para poder hacer buen uso del bono de genero que se genera por la baja participación actual de las mujeres en la fuerza laboral, pues dar facilidades de cuido que a la vez estimulen a los niños, es indispensable para que más mujeres pueden participar en el mercado formal de trabajo.

No se trata de simplemente aumentar los recursos destinados a la educación pública sin obtener mayores resultados satisfactorios, como se hizo a finales de la primera década de este siglo.

Se trata sí de invertir más, pero seleccionando adecuadamente a los docentes que se contratan, dándoles apoyo al inicio de sus servicios, evaluándolos regularmente, y remediando sus falencias de manera eficiente. Ver “Reflexiones sobre una Educación Pública para ser Mejores”.

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