Hablar del financiamiento de la cultura en una sociedad, es, en el fondo, hablar de sostenibilidad social. Las ciudades creativas, como mencionamos en el artículo anterior, han mostrado cómo una apuesta estratégica por la cultura puede transformar realidades. Sin embargo, la cultura sigue sin ser vista como una prioridad, y los recursos asignados al sector son mínimos, y dejan a los trabajadores culturales en una lucha constante por la supervivencia.

Para que logremos impactos transversales y la generación de valor público en acciones que vayan más allá de la programación de actividades y espectáculos aislados, es indispensable un ecosistema de financiamiento adecuado. En este sentido se presenta una encrucijada, que se centra principalmente en el control y acceso a esos recursos limitados, pues lamentablemente se trata de una distribución de lo escaso. Y es justo en este sentido que contravienen los intereses y objetivos de los sectores impactados.

En el caso de Costa Rica, la disposición de recursos vía presupuesto nacional se ha visto influenciada por reformas presupuestarias, generalmente derivadas de ajustes fiscales posteriores a la década de 1990. En 2010 se identifica una contracción presupuestaria significativa, que evidencia con mucha precisión la investigadora Yanina Ruiz en su publicación: A cincuenta años de la creación del Ministerio de Cultura y Juventud de Costa Rica. La inversión e intervención estatal en el ámbito cultural, publicado en la revista Herencia. Ruiz es contundente al publicar que durante esas décadas el presupuesto del Ministerio de Cultura pasó de 1.2% a 0.6% del PIB y se ha mantenido así hasta el presente.

Si bien el rol del Ministerio de Cultura en el financiamiento público es preponderante, y aporta el 88% de los recursos, obedece a los requerimientos operativos y/o marcos legales de las instituciones que lo conforman, por lo que se hace difícil dimensionar su efectividad. Esto no necesariamente empata con una visión de fortalecimiento del ecosistema creativo y cultural del sector. Este esquema de financiamiento público, según datos del Ministerio de Cultura y Juventud en el año 2022, se complementa con un aporte de los Gobiernos Locales del 5%, las Sociedades Financieras del 5%, Sociedades No Financieras Públicas y los Fondos de Seguridad Social del 2%.  En países como Colombia o Brasil el mayor aporte lo hicieron las alcaldías.

Esta dispersión de recursos genera desigualdades y limita el acceso de los artistas y trabajadores de la cultura a la actividad pública. Si bien es cierto que en los últimos años se han generado instrumentos de fomento como los fondos concursables, se debe tener claro que la innovación y la creatividad pueden ser motores para generar ingresos, pero no todas las expresiones culturales responden a las lógicas del mercado, ni tienen por qué hacerlo.

El entorno creativo nace en su mayoría en espacios independientes, siendo este el laboratorio de innovación del sector, en dónde espacios como los programas de cultura de Banca para el Desarrollo, constituyen una herramienta de acceso; no obstante, se debe profundizar en nuevos instrumentos para financiar conceptos y elaborar  prototipos.

El financiamiento desde la demanda siempre ha sido un desafío, pero programas como Érase una vez del Teatro Nacional, creado en convenio con Vida Estudiantil del Ministerio de Educación Pública, que cumple casi 10 años de crecimiento constante, van orientados a este concepto: brindar acceso a la población estudiantil y fomentar el consumo cultural. Sumado a este ejemplo, existen experiencias internacionales de formación de públicos que han sido exitosas y funcionan a través de vouchers intermedios y finales de consumo cultural, también revisten importancia los vouchers creativos para acercar a trabajadores del sector con otras industrias.

En este sentido, el sector institucional de cultura bajo una supervisión estratégica, debe pensar en instrumentos financieros y legales que faciliten el desarrollo de alianzas con el sector creativo para promover proyectos culturales que impacten el desarrollo sostenible, y les permita a quienes conforman la fuerza laboral de la cultura, generar fuentes de ingresos alternativas.

Sin arte, sin cultura, las sociedades pierden una parte esencial de su identidad y de su capacidad para enfrentar los retos del futuro. La cultura no es solo espectáculo y entretenimiento; es una herramienta poderosa para construir sociedades más justas, inclusivas y resilientes. Sin un apoyo adecuado, corremos el riesgo de dejar a la cultura sin arte ni parte en la consolidación de un desarrollo sostenible.

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