La agenda cultural siempre debe estar presente en los proyectos y políticas de un país. Por medio de la cultura podemos fortalecer el pensamiento crítico e imaginar respuestas a problemas sociales de seguridad, educación, mejores ciudades, en fin todas aquellas formas de conformar comunidades más dignas que nos permitan vivir mejor. La cultura es la herramienta para pensar la innovación y profundizar en la porosidad de la administración e inexorablemente debe estar presente en la administración pública.

La innovación en administración pública significa la sistematización de ideas prácticas y novedosas recopiladas a partir de consensos multidisciplinarios con el fin de generar valor social en la gestión pública. Las instituciones de cultura de América Latina y el Caribe siguen políticas disímiles en cada país, pero comparten la complejidad en las transferencias que reciben de los diferentes presupuestos nacionales.

En la definición de ese valor, la gestión ha convocado a que se vincule al sector de la cultura con la productividad como una herramienta de sostenibilidad. Hemos visto a lo largo de la región valiosos esfuerzos por aproximarse a un discurso económico (Producto Interno Bruto-PIB), que, si bien en algunos casos ha habilitado puentes de desarrollo, en otros no ha despegado del papel. Esto podría ser porque la significancia del valor vaya más allá, por ejemplo, con el impacto en la prevención de la violencia, la eficiencia en las metodologías de la educación, la dinamización en el turismo, modelos efectivos de paridad, pero este esfuerzo aún no ha logrado ser escalable. Y es justo en esa visión en la que se puede buscar la innovación.

Las diferentes estrategias empleadas para la visibilización de los aportes de la cultura a la sociedad pueden fortalecer tácticas claves para comunicar cómo la creatividad y el arte son transversales en toda actividad económica, tanto en los campos tradicionales como en esferas comerciales, que parecen carecer de elementos culturales, aunque están totalmente presentes. Desde el momento de la construcción de un nombre, una imagen, un circuito, una carretera, una campaña, los elementos de la construcción de identidades locales, la diferenciación de los productos por medios socioculturales, las iniciativas para la gestión del cambio en una organización se utilizan y manifiestan habilidades de la esfera de la creatividad y expresiones artísticas. Es decir, la cultura en su transversalidad.

Caminemos a lo práctico, la efectividad de un plan regulador en cualquier proceso urbanístico apela al sentir de las personas actoras y usuarias. Esos sentimiento y prácticas de las ciudades están vinculadas a la apertura que tengan los gobiernos para encontrar estrategias de vida expresadas, son procesos intrínsecos en todo acto cultural. Somos portadores de cultura y nacemos inmersos en significantes culturales, que pudiesen estar en riesgo de desaparecer si no entran en diálogo con las sociedades circundantes. Ese hilo conector cobra significancia a través de la innovación en los procesos que al ser actos públicos se complejizan y se vuelven multifactoriales.

La cultura es quizá la herramienta más efectiva para cumplir ideales de sociedades sostenibles, su capacidad generadora de contenidos contemporáneos y la capacidad del arte de representar las emociones y sentimientos colectivos, especialmente de grupos sociales no representados, potencia la posibilidad de atender grandes riesgos incorporando las problemáticas sociales en las mallas curriculares de la educación, o generando mejoras en la salud pública más inclusiva, todas condiciones que impactan una ciudad con posibilidades de réplica hacia lo global.

Pero cómo conocer y sistematizar lo que pensamos que es una práctica intransferible y en muchos casos heredada, para que no desaparezca, y más importante aún cómo provocar innovaciones que permitan su perpetuación. Una de las vías es conocerlas, visibilizarlas y darle accesibilidad, para eso toda estrategia de largo plazo debe ser participativa.  Gracias a las TICs esta tarea es cada vez más dinámica y efectiva, la amplitud de democratización que brindan va de la mano con el acceso a los bienes culturales permitiendo una participación más diversa y fomentando la inclusión social, que van desde la cocreación, perfilamiento de información estratégica, hasta el puro disfrute, lo que genera ecosistemas colaborativos y sostenibles.

Los discursos culturales apelan a comunidades y elementos compartidos por generaciones y grupos sociales, y se llenan de contenidos que destacan elementos únicos y particulares.

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