La formación universitaria y su vínculo a una profesión específica, están completamente unidas a la educación técnica y sistematizada en términos del aprendizaje de los marcos formales y conceptuales básicos para el ejercicio laboral de una determinada área del conocimiento, donde su gestión general responde a programas debidamente aprobados por la casa de enseñanza, así como por las autoridades competentes y reguladoras de la calidad en el sistema de enseñanza superior del país.

Claramente, gran parte de la calidad y la excelencia en la puesta en marcha de una determinada carrera universitaria y todas sus aristas, recaen en la confección y actualización constante de los programas de estudio, sus contenidos y su ligamen con la realidad de la profesión en cuestión, no obstante, estos elementos denotan ser insuficientes si quien los debe implementar y gestionar desde un enfoque de la mediación andragógica, adolece de las capacidades necesarias para lograr su maximización y efectividad técnica y aplicativa, entiéndase el docente.

En esta línea, debe recordarse que la formación universitaria, aunque evidentemente, debe contar con un contenido integral, social y humano, no debe olvidar su norte inicial, el cual es la educación enfocada en la edificación de profesionales éticos y con un dominio profundo y estructurado de los contenidos técnicos, conceptuales y prácticos de su área del conocimiento, los cuales constituyen la base para el correcto ejercicio de lo aprendido en el desarrollo personal dentro del universo laboral existente. Para estos efectos, es necesario hacer hincapié en el perfil docente, pues indiferentemente de contar con los mejores programas y contenidos, así como las herramientas tecnológicas de punta, la persona encargada de la gestión educativa toma un rol fundamental, tanto en la guía, así como en la transmisión del conocimiento de forma efectiva.

Al analizar el rol docente en la formación universitaria, se esperaría que la persona a cargo de impartir de cursos atinentes a una malla curricular de una determinada carrera, no solamente cuente con una formación mínima y un grado superior en el área en cuestión, sino que también, dentro de su hoja de vida tuviese la experiencia profesional suficiente, así como la actualización y contacto directo con el área de trabajo técnica, de forma que pueda entender la realidad y el entorno situacional, logrando así posicionar su clase de forma coligada a la realidad pragmática de la profesión en el mercado correspondiente.

Ahora bien, al analizar los requisitos para ser docente universitario, y de forma generalizada, estos no suelen ir más allá de contar con grado de licenciatura o maestría en el área específica, y aunque es deseable la experiencia educativa, el requerimiento de estar activo laboralmente no denota ser de importancia, tanto en instituciones públicas como en privadas, e incluso tiende a ser visto de forma ambigua, pues es usual observar profesores que pierden todo contacto con el ámbito laboral, en aras de estar únicamente ligados a la universidad en cuestión. Claro está, hay carreras cuya misma participación dentro de la casa de enseñanza es su ligamen al campo práctico, sobre todo en aquellas entrelazadas a las ciencias, la educación misma, o la investigación, no obstante, resulta llamativa la observancia de esta práctica en especialidades tales como la Administración, la Economía, la Contabilidad, las Ingenierías, el Derecho y otras, donde la relación y el contacto con el ámbito laboral son fundamentales.

Al analizar lo antes señalado, surgen algunos puntos de interés, los cuales parecen denotar falencias claras en la selección de docentes universitarios para aquellas profesiones que requieren una relación directa con la realidad, temas que, aunque debiesen ser requisitos para la contratación de un experto a cargo de la impartición de cursos, no parecen ser de incidencia en la práctica de la educación superior, observando los siguientes:

  1. Falta de experiencia profesional: de relativa lógica y sumamente necesaria para la formación técnica e integral, y que recae sobre la cognición y vivencias que un docente tenga en su campo práctico, sin embargo, no señala ser un requisito fundamental en la elección de profesores, observándose incluso casos, donde la persona ingresa a impartir lecciones en una casa de enseñanza superior, por el hecho de no haber encontrado trabajo en su ciencia específica.
  2. Falta de actividad actual en campo: diferente a la experiencia, la cual denota un hecho pasado, este punto señala la relevancia de encontrarse activo laboralmente, pues es la única forma que un docente y profesional pueda conocer la realidad del mercado, sus distorsiones, problemas y oportunidades, y al no contar con este pragmatismo aplicativo, las clases serían únicamente conjeturas teóricas, resaltando que el desempeñarse en el ámbito de trabajo, en algunas ocasiones es hasta mal visto por las mismas autoridades u otros colegas que lo adolecen.
  3. No conocimiento de actualizaciones técnicas, jurídicas y prácticas: al estar un docente alejado del campo práctico, su noción de la realidad laboral es ambigua, pues su campo de acción se limita a las aulas universitarias, por lo que los contenidos y las teorías analizadas, parecen estar sujetas únicamente a marcos teóricos, que evidentemente, tardan en ser actualizados con nuevas aplicaciones del mercado, o bien, actualizaciones normativas.
  4. Falta de investigación y aportes: aunque la investigación no es estrictamente un proceso ligado directamente al ejercicio de una profesión en particular, su desarrollo permite que los docentes se encuentren actualizados, por lo que observar profesores que no se encuentren relacionados con este tipo de actividad, también es un indicador de una falencia en la educación integral.
  5. Carencia de publicaciones: en este punto debe hacerse una separación clara entre lo que son las denominadas publicaciones científicas, y aquellas ligadas a la actividad mediática, precisando ser las primeras las de mayor relevancia, pues son sustentadas en procesos de investigación y una constante sistematización de experiencias competitivas en el campo y el estado de la ciencia y el arte, revelando ser un educador en constante dinamismo quien cuente con un perfil de este tipo.
  6. Observancia de falacias profesionales: quizás uno de los aspectos de mayor lesividad para la gestión docente, el cual es observable en aquellas personas contratadas como profesores, que señalan ser consejeros o consultores, pero que no denotan tener una experiencia evidenciable o una posición que respalde dichas asesorías, resultando estas ser un telón para ocultar el hecho que al no conseguir colocarse en el mercado laboral, se autodenominan asesores, nunca habiéndolo sido, señalando un divorcio con la realidad práctica.

Cabe señalar que la docencia universitaria va más allá de solo la formación técnica y profesional, de esto no debe perderse perspectiva, y de igual forma un profesor de educación superior debe estar totalmente capacitado y buscar la actualización en temas andragógicos, de mediación y de metodología, pero estos deben ser un complemento a la base técnica, logrando así maximizar el impartir los contenidos y el desarrollo de las clases.

Sin duda la universidad y el aprendizaje son mucho más profundos que únicamente la existencia de una figura instructora, y mucho depende de la voluntad y disciplina del educando, no obstante, el contar con profesionales–docentes integrales, activos laboralmente, y con una instrucción continua, permite la maximización de la calidad académica, práctica y real.

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