Carl Edward Sagan (1934-1996) es reconocido como el científico estadounidense más famoso en la década de 1980 e inicios de la de 1990. Cosmólogo, astrofísico, astrónomo, profesor y escritor, fue, especialmente, un gran divulgador científico.

Su trabajo generó significativos aportes al entendimiento del vecindario: Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Fue, también, un entusiasta investigador sobre la vida extraterrestre y codiseñador de la placa enviada en la sonda Pionner que incluye detalles como la ubicación del planeta tierra en el espacio en función de nuestra estrella el sol; además, el dibujo de un hombre y una mujer. Cualquier civilización suficientemente inteligente que la encuentre, podría localizarnos y comunicarse con nosotros.

Motivado por el alcance y las posibilidades que ofrecía la novedosa televisión en aquel entonces, coescribió y narró los trece capítulos originales de la serie Cosmos: un viaje personal; dichosamente traducida y presentada también en televisión abierta en Latinoamérica. Fue de esta manera, que muchos conocimos su trabajo y nos adentramos en las fascinantes explicaciones del universo.

En su prolija faceta como escritor, fue autor de por lo menos 20 libros de diversos temas científicos. Particularmente, el último título que escribió en vida, junto con su esposa: El mundo y sus demonios, cumplirá 30 años en 2025 y su esencia, tristemente, sigue intacta.

De forma metafórica, Sagan usa la palabra “demonios” para describir creencias irracionales, supersticiones y las pseudociencias que, según él, nublan el pensamiento crítico y la comprensión científica. Estas prácticas fomentan la aceptación de ideas sin evidencia; crean miedo o desinformación y degradan el avance científico y la educación, perpetuando la ignorancia y el estancamiento en el entendimiento de los fenómenos naturales. Alerta sobre un futuro oscuro en el cual las personas, ignorando la realidad que las rodea, son incapaces de distinguir que es verdad y qué no; prefiriendo creer algo falso o supernatural sin ningún cuestionamiento.

Pareciera que hoy el mundo (y en especial Costa Rica) sigue estando acechado por estos demonios. Todavía se encuentran brujas, adivinos, chamanes, y demás hierbas que prometen por igual amarres, limpias o números de la lotería. ¿Acaso alguien quiere sentirse triste, enfermo, excluido? Nosotros le arreglamos sus problemas. El amable lector de seguro podrá nombrar otros ejemplos cercanos a su realidad.

Durante la pandemia del COVID-19, fuimos testigos de teorías conspirativas sobre la veracidad del virus y la efectividad de las vacunas. “No creo en la vacuna, ni que sea efectiva ni la última maravilla” llegó a exclamar de forma ilógica e irracional un padre de la patria en aquel momento. Sin querer, da en el clavo: la ciencia no se trata de creer o no creer, se trata de pruebas fehacientes y evidencias.

Sagan indica que, con todo y sus limitaciones, la ciencia no es un simple conjunto de conocimientos sino una forma de pesar. El pensamiento científico, disciplinado e imaginativo, nos permite comprender cómo es el universo, en vez de como lo quisiéramos percibir. Plantea que la gran diferencia por cual la ciencia está por encima de otros sistemas es que incorpora en sí misma una maquinaria auto correctora de errores. Es decir, acepta la duda y el cuestionamiento y le es posible realizar ajustes y cambios si se muestran argumentos o resultados mejores.

El pensamiento escéptico permite construir, comprender, razonar y reconocer argumentos válidos e inválidos. Siempre y cuando sea posible, se debe contar con una validación independiente de los conceptos cuya verdad se desea probar. Desde ese punto de vista, afirma, la razón y la lógica triunfarán una vez que se releve la verdad. ¿Cuál es papel que como padres o educadores debemos tomar al respecto?

Para el autor, los métodos de la ciencia, aún imperfectos, se pueden usar para mejorar los sistemas sociales, políticos y económicos; independientemente del criterio de mejora que se adopte. En la medida que podamos pensar de manera crítica por nosotros mismos podremos cuestionar el poder y exigir resultados. Incluye un párrafo que pareciera escrito hoy mismo:

Con el descenso del nivel de la educación, la decadencia de la competencia intelectual, la disminución del entusiasmo por un debate sustancial y la sanción social contra el escepticismo, nuestras libertades pueden irse erosionando lentamente y nuestros derechos quedar subvertidos”.

No todos podemos llegar a trabajar en agencias espaciales o grandes centro de investigación en países desarrollados. Pero podemos, al menos, cuestionar el origen y la validez de videos u opiniones en redes sociales, aun cuando provengan de medios gubernamentales y al menos, exigir pruebas.

Como país, enfrentamos grandes retos: delincuencia, narcotráfico, corrupción, violencia, discriminación. La falta de educación científica y el auge de la pseudociencia pueden contribuir a la perpetuación de la pobreza y la desigualdad, ya que los ciudadanos podemos tomar decisiones mal informadas sobre salud, tecnología y política. Treinta años después, El mundo y sus demonios sigue siendo un llamado a usar el conocimiento y la razón para combatir no solo la ignorancia, sino también las injusticias que nos afectan sociedad.

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