El Refugio Nacional Mixto de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo, ubicado en el Caribe Sur de Costa Rica y fundado en 1985, representa un símbolo de la lucha por la conservación de los ecosistemas en esta rica región natural. Este esfuerzo, liderado por comunidades locales que decidieron unir sus tierras con las del Estado, ha sido crucial para la protección de la biodiversidad que caracteriza al área. Sin embargo, el refugio, con sus impresionantes paisajes y valiosos recursos naturales, enfrenta una amenaza constante por parte de desarrolladores interesados en urbanizar y transformar esta joya ecológica en proyectos turísticos y urbanísticos.
Mi compromiso con la defensa del medio ambiente ha sido constante a lo largo de los años. Este se reafirmó tras las dolorosas lecciones vividas durante la defensa de la soberanía de nuestra nación, cuando el ecosistema de la Isla Calero fue violado por intereses ajenos a nuestra patria. Fue en ese momento que comprendí la magnitud de las amenazas que enfrenta nuestro país, no solo en términos de soberanía territorial, sino también en la preservación de su riqueza natural. Trabajar junto a un equipo de profesionales dedicados a proteger tanto el medio ambiente como la integridad territorial me hizo ver la urgencia de actuar en pro de nuestras causas ambientales.
En una reciente conversación que sostuve con dos incansables defensoras del medio ambiente: Anacristina Rossi y Marta Castro me sorprendió el nivel de amenaza que recae sobre el Refugio Gandoca-Manzanillo. Ambas mujeres han dedicado gran parte de sus vidas a la preservación de esta área protegida, convencidas de que los ecosistemas que allí se resguardan son cruciales para la biodiversidad de la región. La charla fue profundamente inspiradora y reveladora, ya que ambas manifestaron la gravedad de la situación que enfrenta el refugio ante la ambición desmedida de los desarrolladores urbanísticos.
Sin embargo, las presiones externas no se han hecho esperar. Los intereses de grandes desarrolladores han puesto sus ojos en esta área de gran riqueza ecológica, con planes de construir hoteles y grandes complejos turísticos que devastarían los delicados ecosistemas del lugar. Lo más alarmante es que estas iniciativas, a menudo impulsadas por un afán desmesurado de lucro, ignoran por completo la legislación vigente en materia ambiental y los acuerdos de conservación que se han establecido para proteger el refugio. Los habitantes de las comunidades cercanas a Gandoca-Manzanillo han sido claros en su deseo de proteger el refugio, pero a menudo se ven impotentes ante la inacción de las autoridades y la presión de los intereses privados.
Este es un ejemplo claro de cómo el deterioro ambiental avanza cuando no hay una respuesta firme por parte de los gobiernos y las instituciones encargadas de velar por la protección de la naturaleza. La tala de árboles, el drenaje de humedales y la contaminación de los cuerpos de agua son solo algunas de las prácticas que amenazan la integridad del refugio. Además, la imposición de barreras físicas para delimitar territorios destinados al desarrollo inmobiliario fragmenta el hábitat natural de las especies que dependen de esta área para su supervivencia. Es urgente que las autoridades actúen de manera decidida para frenar estos abusos y garantizar que Gandoca-Manzanillo siga siendo un refugio para la biodiversidad.
A pesar de la gravedad de la situación, no todo está perdido. Aún estamos a tiempo de detener la destrucción y el deterioro del refugio. La lucha de Anacristina y Marta, junto con las comunidades locales, es un recordatorio de que la perseverancia y el compromiso pueden marcar la diferencia. Estas valientes defensoras del medio ambiente han demostrado que es posible resistir ante los grandes intereses y que la protección de la naturaleza es un deber que recae en cada uno de nosotros.
Desde mi propia experiencia, puedo decir que la defensa del medio ambiente es una causa que merece toda nuestra atención y esfuerzo. No podemos permitir que las maravillas naturales de nuestro país sean sacrificadas en nombre del desarrollo económico a corto plazo. El valor del Refugio Gandoca-Manzanillo radica no solo en su belleza paisajística, sino en los servicios ecosistémicos que ofrece, en su capacidad para albergar una biodiversidad única y en su importancia para las generaciones futuras. Es responsabilidad de todos nosotros asegurarnos de que este y otros espacios protegidos sigan cumpliendo con su vital función de preservar la vida en todas sus formas.
La protección del Refugio Gandoca-Manzanillo no es solo una cuestión de cumplir con la ley. Se trata de un compromiso ético y moral con la naturaleza, con las comunidades que dependen de ella y con las generaciones venideras. No debemos olvidar que lo que está en juego es mucho más que un simple terreno o un paisaje atractivo. Lo que se juega en Gandoca-Manzanillo es el futuro de nuestra biodiversidad, de nuestra herencia natural y de nuestra identidad como país comprometido con la sostenibilidad.
El Refugio Nacional Mixto de Vida Silvestre Gandoca-Manzanillo es un baluarte de la conservación que merece ser defendido con todas nuestras fuerzas. Aún hay tiempo para frenar los abusos, restaurar lo que se ha perdido y garantizar que esta área protegida siga siendo un santuario para la vida silvestre y un ejemplo de cómo la comunidad y el Estado pueden unirse para proteger lo más valioso que tenemos: nuestra naturaleza.
Gracias Anacristina y Marta, por su valentía, perseverancia y convicción en la defensa del medio ambiente; hay mucho que aprender de ustedes.
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