Terminaron los Juegos Olímpicos París 2024. En mi opinión, fueron un completo y rotundo éxito, lleno de innovación, seguridad, espectáculo, organización y desempeños grandiosos. No faltaron las noticias con detalles deportivos y logísticos, pero que no lograron opacar el resultado general. Con el fondo refrescante, cultural y paisajístico de París, Marsella y Tahití, no resta más que decir: Coup de chapeau Paris 2024; merci bien…!!!

Fue claro el nivel de esfuerzo, entrega y sacrificio con que participaron nuestros deportistas latinoamericanos; no obstante, considero que vale la pena debatir acerca de los resultados obtenidos.

Siendo yo un exdeportista y fiel seguidor de los Juegos Olímpicos, desde mi infancia, hice un análisis rápido del medallero y de las posiciones logradas por nuestros países. En la tabla, a continuación, aparecen los datos, tomados de las publicaciones del Comité Olímpico Internacional y del sitio Paris 2024. Agregué, también la población, según las cifras proyectadas para el final de 2024.

De los 204 países participantes 92 ganaron, al menos, una medalla de bronce. Como se aprecia, la distribución de esas medallas no fue sorpresiva. Las siete grandes potencias deportivas mundiales obtuvieron 163 medallas de oro y 315 de plata y bronce, para un total de 478 medallas de las 1044 disputadas. Del resto de los países, 85 obtuvieron 166 medallas de oro y 400 medallas de plata y bronce (46%, del total); 112 países, más de la mitad, se quedaron sin presea. Esto permite considerar la diferencia abismal del desempeño respectivo.

Resalta el hecho de que solamente quince países de América Latina y el Caribe consiguieron medallas: 13 de oro, 23 de plata y 32 de bronce, para un total de 68. Si todos los países de la región, América Latina y el Caribe, hubiesen sumado su esfuerzo y las medallas obtenidas, habríamos ocupado, tan solo, la octava posición en el medallero (ver la tabla).

Con una población de casi 650 millones de habitantes, su gran potencial humano, experiencia y registros históricos fértiles, es complicado explicar esa cosecha tan magra. El desempeño de las que se consideran potencias deportivas latinoamericanas: Brasil, Argentina, México, Perú, Cuba y Colombia, como se aprecia en la tabla, dejó deseando más. ¿Qué es lo que pasa?

Todos los países que no ganaron medallas terminaron ocupando el lugar 93, incluida Costa Rica. Nuestra situación es también preocupante, decepcionante, y no es excusa que nuestra población sea pequeña, pues ya hemos tenido medallas gracias a las hermanas Poll (1 de oro, 1 de plata y 2 de bronce). No parece razonable resignarse a considerar que con ellas haya terminado nuestra cosecha, si tomamos en cuenta que varios de nuestros deportistas se codean en torneos internacionales de primer orden.

No es sorpresa que, no obstante su inmenso esfuerzo y sacrificio económico, personal y familiar, nuestros deportistas no hayan alcanzado el podio; en un par de ocasiones estuvieron a muy poca distancia de ello. No se puede pretender un desempeño mejor cuando en el país no hay suficiente apoyo técnico ni económico para el deporte, bajo la excusa de que ahora impera la reducción del gasto público, en aras de controlar el déficit fiscal. Pero tampoco existe una política pública deportiva consistente, sistémica, transversal, estructurada y sostenible. La ausencia de incentivos y apoyo se vuelven una paradoja, sobre todo al tomar en cuenta que hay deportes que pueden practicarse y desarrollarse sin muchos requisitos económicos, como por ejemplo el maratón. Y ni qué hablar de las nuevas inclusiones olímpicas, como el street dance, la patineta, la bici callejera y otras que pueden practicarse casi en cualquier acera de las ciudades. Todo es cuestión de voluntad. 

Pero sí estoy claro en algo: De haberse conseguido alguna medalla, los políticos se hubieran peleado el puesto para tomarse selfies con el laureado. También es cruel que los deportistas que compitieron, contra viento y marea, aunque no hayan alcanzado la presea ansiada, rápidamente quedan en el olvido, se ignore su inmenso esfuerzo, se desprecie su experiencia adquirida y desaparezcan de las páginas de los periódicos y redes sociales, no obstante su desempeño respetable.

Es claro que, mientras no haya un proceso deportivo consistente, la probabilidad de que nuestros deportistas alcancen ese podio seguirá dependiendo, sobre todo, de los esfuerzos individuales y familiares. Es lamentable que esto suceda y se agreguen, al desprecio crónico, nuestros artistas, científicos y profesionales, numerosos y de elevado nivel y rendimiento, que lo tienen todo en su contra y que por ello, en muchos casos terminan migrando.

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