Recientemente, en ocasión del Bicentenario de la Anexión del Partido de Nicoya a Costa Rica, el Archivo Nacional, en conjunto con la Imprenta Nacional, publicó la Memoria Documental en donde, además de documentos históricos, se presentan una serie de fotografías históricas de los viajes que José Fidel Tristán realizó a Guanacaste. Entre las imágenes que contiene el libro llaman la atención las lavanderas a las orillas de los ríos.

Estas mujeres fueron fotografiadas por Tristán y crecieron en el “imaginario nacional” como una estampa típica de la mujer costarricense. Sin embargo, poco se sabe sobre el origen de esta práctica que se realizaba en varias partes del territorio nacional.

De hecho, a finales del siglo XIX Jenaro Cardona publicó el poema “la lavandera” con el cual obtuvo un premio nacional. De igual forma, en 1911, la revista Páginas Ilustradas publicó otro poema, bajo el título, “las lavanderas”, firmado por Gilberto Gil. Ambos textos mostraban ese imaginario de la mujer campesina, metida en un río, lavando la ropa mientras el viento agitaba sus cabellos. De hecho, MAGÓN, en “la propia”, también usa la figura de las lavaderas como personajes significativos e idílicos del campo.

“Al despuntar el alba está sonriente con las piernas desnudas entre el río restregando la ropa en la corriente…” decía uno de los versos de Cardona.

Sin embargo, lo primero que hay que señalar es que no se trataba de estampas idílicas de la vida en el campo. Eso es un mito de las construcciones nacionales que ocultó un oficio mal pagado y una actividad donde se explotaba laboralmente a la mujer. En las estadísticas nacionales de 1883 el oficio de lavanderas contabilizaba un total de 663 mujeres en la provincia de Guanacaste, 201 en Puntarenas, 18 en Limón, 1682 en San José, 1882 en Alajuela, 853 en Cartago y 658 en Heredia.

Lo segundo que vale la pena aclarar es que no era una tarea placentera. Andrés Fernández, en su obra, “Pasado construido, crónicas de una arquitectura histórica josefina”, señala con claridad que en este oficio las mujeres vivían en cuarterías (principalmente en San José) en condiciones de hacinamiento mientras trabajaban para las familias de las élites de finales del Siglo XIX.

Por su parte, Vidal y Román (2002), en su libro, “Los vientos del liberalismo en el Caribe: efectos, transformaciones e intercambios en la transición del siglo XVIII al XIX”, muestran la forma en que las personas afrodescendientes y, también, de pueblos originarios, fueron alcanzando la libertad, pero, siguieron vinculados, en iguales o peores condiciones, a las élites económicas.

Las personas que abandonaron las condiciones de esclavización poco a poco fueron regresando a los mismos trabajos que realizaron en el pasado, en condiciones poco favorables, con salarios muy bajos lo que generó una población con terribles condiciones sociales o, peor aún, eran “alquilados” para realizar oficios en otras actividades económicas a las cuales eran enviadas. Esto generó un flujo grande de personas que viajaban de lugar en lugar buscando mejores condiciones, trabajos estables u ofreciendo su fuerza laboral en distintas localidades.

Las investigaciones nos revelan que el oficio de lavandera, además de no ser gratificante, nos muestra la explotación laboral a la que estuvieron sometidas las mujeres. Pero, también nos muestra que era un trabajo que realizaban las mujeres en condiciones de libertad o bajo la opresión de la esclavitud. De hecho, hacia 1925, en el marco de la Liga de Naciones, se denunció que este tipo de oficios y el denominado “peonaje” eran formas de mantener vigente el trabajo esclavizado. Elizabeth Dore (1988) demostró este tipo de dominación en su trabajo, “Mitos de Modernidad: tierra, peonaje y patriarcado en Granada, Nicaragua.”

Pero, vayamos más allá de los siglos XVIII, XIX e inicios del siglo XX para analizar las actividades que pudieron dar origen al trabajo de las mujeres en las orillas de los ríos, utilizando varios tipos de bateas.

Quien nos ofrece una imagen del origen de este tipo de “estampas” fue Gonzalo Sánchez de Oviedo en su, “Historia general y naturales de las Indias”, cuando relata la forma en que las mujeres esclavizadas (afrodescendientes u originarias) en las orillas de los ríos, utilizando unas bateas, de varios tamaños, lavaban los trozos de tierra que se extraían de las posibles minas para “catar” si había oro.

Oviedo señala en sus relatos que el trabajo en los lavanderos era el más importante y realizado por mujeres que, con el agua hasta la rodilla, lavaban con cuidado los trozos de tierra para corroborar si había oro o no. Por supuesto, ellas estaban sumamente vigiladas por militares o personal de servicio que las controlaban.

Los documentos de León Fernández, en sus diversos tomos, son ricos en información sobre la forma en que esta actividad se llevaba a cabo en Guanacaste, en Matina, en Turrialba, en Cartago, en lo que hoy se conoce como Escazú y otras partes del territorio, especialmente, en las montañas de Esparza, Bagaces y Abangares.

Por ejemplo, en el Tomo 2 se habla de las ricas minas del Tisingal y Estrella donde se describe la forma en que las mujeres usaban las bateas para lavar los trozos de tierra y verificar si había oro o no. En el Tomo 3, por otra parte, se mencionan los famosos lavaderos de las minas de Isla Chira, donde, además, Pedro de Alvarado, fundo un astillero e introdujo población afrodescendiente. En este documento, se muestran las diferencias entre las minas del Monte del Aguacate, las de Nicoya y las de Chira.

En el Tomo 4, en la crónica de Bernardino de Román (1539) se muestra la manera de extraer el oro, utilizando hombres o mujeres para lavar los trozos de tierra o piedra. En este texto, Bernardino Román solicita licencia para traer personas esclavizadas de Cabo Verde (colonia portuguesa) en un número de 80 “piezas” para las labores en la mina.

De igual manera, en el Tomo 5, en el “Informe del gobernador de Veragua sobre el Guaymí (1573) se explica de que forma las mujeres, con las bateas, extraerían las muestras de la presencia del oro. En este mismo Tomo (5), en el documento, “Proposición de don Gregorio de Sandoval, gobernador de Costa Rica, para la población y pacificación de Talamanca (1638), cuenta las riquezas de este territorio y los múltiples lavaderos que se han creado. De ahí la importancia de la conquista de Talamanca, pues, se creía que había minas con muchísimo oro. Incluso en una carta (Tomo 5) de Fray Antonio Margil a la corona española (1703) se relata la riqueza de las minas en Nicaragua, Costa Rica y Veragua, especialmente, “los ricos lavaderos de oro”.

Como se ha podido ver en este recorrido, la imagen idílica de las lavanderas de Tristán viene acompañada de una historia de esclavización, búsqueda del enriquecimiento personal y una serie de mecanismo de explotación hacia la mujer, sea de los pueblos originarios de América o provenientes de África o afrodescendientes.

Finalizo estas ideas con dos reflexiones sobre la evolución de una actividad a otra. En primer lugar, es posible suponer que, toda la infraestructura de las minas que no presentaron condiciones para la explotación del oro (u otros metales) fue abandonada y, con el tiempo, las poblaciones locales (principalmente esclavizadas) se las fueron apropiando y le dieron otros usos en sus actividades cotidianas. Por ejemplo, las bateas fueron utilizadas para el lavado de la ropa principalmente de quienes ejercían el poder.

En segundo lugar, es factible pensar que, las mujeres se fueron especializando no solo en “catar” la presencia del oro, sino, también, apropiárselo; de manera que disfrazaban esta actividad de forma clandestina cuando iban a lavar su ropa y otras telas en los ríos.

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