La teología política, históricamente utilizada para legitimar el poder, resurge en el populismo. La escuchamos a diario en las narrativas de varios políticos latinoamericanos que intentan validarse a través de la desesperanza y frustración que viven nuestras sociedades, que no avanzan hacia el desarrollo prometido por la incapacidad de los gobernantes de turno.

En el populismo, la teología política simplifica lo complejo, ofrece narrativas claras y apela a las emociones, creando un "nosotros" contra "ellos". Carl Schmitt es ampliamente reconocido como el autor exponente de la teología política. Sus ideas sobre la relación entre teología y política, la soberanía, el estado de excepción y la distinción entre amigo y enemigo han tenido un impacto duradero que resurgen en el populismo latinoamericano.

La estrategia de "nosotros contra ellos", o "nosotros los buenos, ustedes los malos", aunque efectiva a corto plazo, polariza y erosiona el debate racional. Las narrativas han llevado incluso a expresar oposición sin el menor asomo de racionalidad. Lo hemos visto recientemente con las interpretaciones cargadas de sesgos religiosos hechas a la representación artística en los Juegos Olímpicos de París y desde hace algún tiempo con las críticas que políticos populistas realizan a temas como la Agenda 2030, los enfoques de género o la invalidación de los Derechos Humanos.

La teología política, históricamente ha sido utilizada para legitimar el poder a través de argumentos cargados de sesgos religiosos o espirituales, ha encontrado una nueva vida en el contexto del populismo moderno. Se trata de un aprovechamiento maquiavélico del sincretismo político-espiritual presente en el ser humano y que utilizado por un populista para validarse en el poder.

Políticos como Donald Trump, Nayib Bukele, Javier Milei y Nicolás Maduro, e incluso algunos personajes en la escena política costarricense, utilizan referencias divinas o religiosas para movilizar a sus seguidores y legitimar su liderazgo. No se trata de un discurso empático de fe, sino de una estrategia de manipulación política que es poderosa y tiene profundas implicaciones para la cohesión social y el debate racional.

En el político populista, el uso de lenguaje y símbolos religiosos se emplea como herramienta común para conectar emocionalmente con sus seguidores. Donald Trump, por ejemplo, frecuentemente termina sus discursos con frases como "Dios bendiga a América". Maduro también usa referencias religiosas, enmarcando su revolución heredada de Chávez como una misión casi divina. Estos políticos refuerzan la idea de que sus acciones y políticas están respaldadas por una autoridad superior, generando una conexión espiritual con su base.

Presentar su lucha política como una cruzada moral es otra táctica efectiva. Nayib Bukele, por ejemplo, al combatir la corrupción en El Salvador, enmarca su batalla como una misión sagrada, mientras que Javier Milei se posiciona como el redentor que liberará a Argentina de "la casta política". Esta presentación del líder como elegido o destinado a liderar fortalece su posición y deslegitima a los opositores, que son percibidos como actuando contra la voluntad divina.

Los líderes populistas a menudo se presentan como salvadores de la nación. Trump se ha presentado como el único capaz de restaurar la grandeza de América, y Maduro se presenta por estos días como el único redentor del pueblo venezolano.

La narrativa de "nosotros contra ellos" es esencial en el discurso populista. Maduro utiliza la dicotomía "Patria o Muerte", mientras que Trump ha dividido a la sociedad en "patriotas" versus "enemigos del pueblo". Esta estrategia crea una percepción de lucha apocalíptica entre el bien y el mal, con el líder y sus seguidores representando el bien. Esto intensifica las divisiones sociales y fortalece la lealtad a la causa populista.

A menudo, los líderes populistas prometen una renovación total, casi utópica, de la sociedad. Bukele promete un El Salvador libre de corrupción y violencia, mientras que Milei ofrece una visión de Argentina liberada de la "casta política". Estas promesas tienen un tono de redención, ofreciendo una visión idealizada del futuro que recuerda a las promesas de salvación religiosa. Al apelar a Dios, los políticos buscan una legitimación que trasciende las críticas mundanas. Esto hace que sus decisiones y acciones parezcan incuestionables. Los seguidores pueden ver al líder como infalible o especialmente guiado, lo que dificulta la oposición y el debate racional.

La intencionalidad de la apelación a la religión puede unificar a la base de seguidores bajo una identidad común basada en la fe compartida. Esto fortalece la cohesión del grupo y puede movilizar a los votantes de manera más efectiva, especialmente en contextos donde la religión es un factor significativo en la identidad personal y comunitaria. Con esto, los oponentes pueden ser pintados como contrarios a la voluntad divina o enemigos de los valores religiosos. Esto deslegitima las críticas y a los críticos, presentándolos como moralmente inferiores o peligrosos para el orden social y religioso, e incluso como detractores del desarrollo estructural.

La utilización de la religión en política puede aumentar la división entre diferentes grupos religiosos y no religiosos, o entre distintos credos. Esto puede llevar a una polarización profunda en la sociedad, donde los debates se convierten en confrontaciones morales absolutas en lugar de discusiones políticas racionales. Ahí es donde el populista alcanza su objetivo: controlar el poder sin que en el fondo le interesen la fe, la religión o las creencias de sus seguidores.

El uso de la teología política en el populismo permite a los líderes presentar sus acciones como moralmente correctas y divinamente aprobadas, unificando a sus seguidores y deslegitimando a sus opositores. Este fenómeno lo vemos a diario en nuestro continente y, por supuesto, lo vemos en Costa Rica, donde todo "lo canalla" es el enemigo de aquellos que intentan mostrar sus intereses como los únicos que poseen validez. Sin embargo, esta estrategia tiene consecuencias divisivas y erosivas para el debate político y la cohesión social.

Termino aquí. La próxima vez que vea a un político apelar a Dios aplique la máxima de cuestionar su bondad, porque detrás de las acciones aparentemente buenas se pueden esconder otros intereses que no necesariamente tienen que ver con una fe sana, madura y transparente, sino con el control del poder. Recuerde que es esencial mantener un enfoque crítico y cuestionar las verdaderas intenciones.

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