La llegada de la inteligencia artificial (I.A) y sus diferentes modelos constituye un parteaguas que viene a cambiar irreversiblemente a la sociedad globalizada de la que Costa Rica es parte. Los avances en este campo traen consigo altos niveles de automatización industrial y comercial, nuevos modelos de negocios y un potencial casi incuantificable para asistir la investigación científica.
El proceso de transformación impulsado por la I.A se expande a un ritmo acelerado, acarrea la necesidad de modernizar el sistema educativo para dotarlo de la capacidad de alfabetizar en este campo con relevancia irrefutable. Tan pronto como sea pedagógicamente posible educar a los estudiantes en la informática, se debería prever su instrucción para acercarlos a las ideas y funciones básicas de esta tecnología, algo que requiere, además, la formación o actualización técnica del personal docente a cargo de esta labor.
Las aplicaciones como “ChatGPT”, “Copilot” y “Gemini” son herramientas poderosas para asistir a las personas en una amplia gama de tareas que van desde la redacción y el mejoramiento de textos hasta la detección y prevención de errores en los códigos de programación que se emplean en el desarrollo de software.
Los usuarios capaces de utilizar eficazmente estas aplicaciones van a tener una ventaja crucial sobre aquellos que desafortunadamente las desconozcan por completo o tengan una capacidad limitada para explotarlas. En este punto es difícil imaginar una área del conocimiento o profesión que no pueda integrar la I.A para mejorar su desempeño.
Los conceptos básicos asociados a la “I.A”, como “algoritmo”, “machine learning”, “redes neuronales”, “el procesamiento de lenguaje natural” y de “transformadores generativos pre-entrenados” deben ser explicados al público en general en términos comprensibles para que les sea posible explotar los nuevos recursos y construir opiniones informadas sobre la implementación de la tecnología en los ámbitos público y privado. A propósito de esto último ¿Sería posible legislar un marco jurídico regulatorio verdaderamente funcional sobre una tecnología cuyos alcances y potencial se desconocen por completo? Lo más razonable sería pensar que no.
La I.A no encierra ningún misticismo en sí misma, en términos generales, su capacidad para responder preguntas, generar textos, imágenes o sonidos obedece a reglas o instrucciones lógicas basadas en principios matemáticos sobre los que la máquina aprende lo necesario para resolver problemas, crear nuevos contenidos, responder o tomar decisiones a partir de los datos con los que ha sido entrenada para hacerlo.
Esto último ocurre de manera diferente según la aplicación, por ejemplo, ChatGPT, trabaja con procesamiento de lenguaje natural (NLP) y se basa en una arquitectura de tipo “transformador”. Los generadores de imágenes, sonido o video emplean otro tipo de arquitectura conocida como Redes Generativas Adversariales (GANS en inglés) para entrenar a la máquina y generar su contenido.
Los datos con los que se entrena a las máquinas inciden en las respuestas o el contenido generado por ellas y por ese motivo, los creadores y administradores de las distintas aplicaciones de I.A se procuraron una importantísima cuota de poder.
Para todos los efectos prácticos conviene democratizar el conocimiento sobre I.A de modo accesible y así preparar a la ciudadanía para que pueda sacar provecho de estos avances e identificar los riesgos que trae aparejada, riesgos que van mucho más allá de los ya conocidos “Deepfakes” y cuyo peligro se incrementa considerablemente si la población se mantiene en un estado de oscurantismo con respecto a lo que se califica como el mismísimo motor de la “cuarta revolución industrial”.
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