Según Aristóteles, un individuo no logra ser feliz en una ciudad infeliz, porque las penalidades de sus vecinos son también las suyas. Esto lo recuerda la escritora Irene Vallejo, en una columna publicada recientemente en el diario Milenio. Somos animales cívicos -enfatiza Vallejo- “inseparables de las redes de afectos, vínculos, intercambios, solidaridades y sueños compartidos que nos anudan y sostienen”.

Penas compartidas, redes de afectos y solidaridades. Es difícil seguir el hilo de estas palabras sin pensar que se trata de conceptos y experiencias en vías de extinción, gracias al trabajo diligente de los Trump, los Milei, los Chaves y los gobernantes del mismo pelaje, que han hecho carrera política echando mano de la matonería y el grito de guerra y han erosionado de manera sistemática los sistemas democráticos y de salud pública de sus países.

El caso costarricense resulta particularmente paradójico. Un caso de estudio para los sociólogos, filósofos e historiadores. El tico se enorgullece de que su país sea reconocido como un rinconcito pura vida, pero apoya mayoritariamente a un gobernante que se presentaba a las elecciones con una frase que fácilmente pudo ser pronunciada por Atila, el rey de los hunos: "somos un tsunami y vamos a causar destrucción”.

Esas formas agresivas se oponen abiertamente a la tradición civilista de un país que ostenta entre sus mayores logros la ausencia de un ejército en su territorio. Por otra parte, son coherentes con la deuda del Estado con la Caja Costarricense del Seguro Social, que creció en ₡1 billón en los dos primeros años del gobierno de Rodrigo Chaves. En otras palabras, estamos cambiando un Estado compasivo por uno combativo.

Compasión y maldad

Esta semana, la geóloga Emma Tristán publicó un artículo que recoge declaraciones recientes de Rodrigo Chaves, en las que afirma que no hay que dejarle el bosque a los monitos el Caribe Sur. Tristán señala que existen condiciones idóneas para llevar a cabo un desarrollo inteligente en esa zona del país, pero esas condiciones se ven amenazadas por una forma de estupidez “que desprecia y banaliza nuestro más preciado recurso: la biodiversidad”.

Ampliando la definición de estupidez presentada por Emma Tristán, podríamos afirmar que esta se produce, con excesiva frecuencia, mediante la combinación de ignorancia y prepotencia. Ignorancia del funcionamiento y el profundo valor de la naturaleza. Prepotencia frente aquello que nos enseña cuando estamos dispuestos a escucharla. Son precisamente los monitos, como los describe Chaves con evidente desdén, quienes podrían ofrecernos algunas lecciones de humanidad.

Cuenta el biólogo Frans de Waal, en su libro El bonobo y los diez mandamientos (2013), que los mamíferos de todas las especies son sensibles a las emociones ajenas y reaccionan ante los necesitados. Los chimpancés, por ejemplo, consuelan a compañeros afligidos, abrazándolos y besándolos. Además, abrirán voluntariamente una puerta para permitir el acceso de un compañero a la comida, aunque pierdan una parte en ese proceso. Por otra parte, los monos capuchinos están dispuestos a obtener recompensas para otros.

Nuestros ancestros mantenían a individuos que contribuían poco a la sociedad”, afirma de Waal en su libro. “La supervivencia de los débiles y otros individuos que representaban una carga es contemplada por los paleontólogos como una piedra angular en la evolución de la compasión”, concluye de Waal. Muchas de estas lecciones de humanidad se perdieron o se olvidaron en el camino: que somo animales, monitos específicamente, capaces de crear, compartir y cuidar a otros seres vivos.  Que el reverso de la compasión es, muy probablemente, la maldad.

En el santuario Toshogu, en Japón, hay una célebre escultura de madera que se conoce como los tres monos sabios. El primero de estos monitos cubre con sus manos los oídos, el segundo se tapa la boca y el tercero los ojos. Estos gestos se han interpretado en diversas culturas orientales como “no ver el mal, no escuchar el mal y no decir el mal”. En algunos países se añade un cuarto mono que se cubre con sus manos debajo del vientre, en una acción que representa “no hacer el mal”. Esta es una tarea pendiente por asumir y una lección urgente por aprender. No hacer el mal.

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