Hace un par de días, Fabián Coto Chaves publicó un artículo titulado “¿Vale la pena leer?” No voy a referirme a lo expuesto en esa pieza, cuya posición comparto plenamente. Sólo pretendo ampliarla con ciertos resultados que, desde las neurociencias, respaldan la relevancia del hábito de la lectura. Entonces, ¿vale la pena? La respuesta es un rotundo sí y es importante conocer por qué.

En primer lugar, leer por simple satisfacción es un estímulo poderoso que reduce los niveles sanguíneos de la hormona del estrés conocida como cortisol. De hecho, muchos estudios demuestran que la lectura disminuye la percepción de estrés de las personas. Esto es fundamental porque los altos niveles de cortisol inducidos por el estrés diario de la vida moderna representan un factor de riesgo para padecimientos como la depresión, el trastorno de ansiedad, la dependencia a drogas, las enfermedades cardiovasculares e incluso el cáncer, entre otros. Por lo tanto, y sin riesgo de exagerar, es posible sostener la tesis de que, junto con el ejercicio, el contacto social positivo y otras estrategias ambientales de manejo del estrés, el hábito de la lectura representa un elemento importante para mantener una buena salud. Es por esta razón que la biblioterapia (es decir, el proceso de leer, reflexionar y discutir sobre literatura) ha sido señalada como una posible herramienta para el tratamiento de problemas de salud mental.

Y es que el poder de la lectura es tal que puede modificar la estructura del cerebro. Se ha observado que leer incrementa la conectividad entre varias regiones cerebrales relacionadas con el procesamiento del lenguaje y el habla. Nuestro cerebro trabaja gracias a la formación de circuitos (redes conformadas por varias regiones participantes en funciones específicas). La conectividad se refiere al número y el nivel de actividad de las conexiones entre una región y otra. Salvo algunas excepciones, un mayor número de conexiones conduce a una mejora en la función del circuito. Así pues, al incrementar la conectividad entre regiones, la lectura no sólo incrementa el vocabulario y mejora la forma de utilizar las palabras, sino que también mejora procesos neuronales asociados con las funciones del habla y del procesamiento e interpretación de la información.

Un último ejemplo demuestra la importancia del hábito de la lectura, ya no sólo para las personas sino para los grupos sociales a los que pertenecen. La teoría de la mente es un concepto de las ciencias cognitivas que se refiere a la capacidad de comprender y predecir estados mentales relacionados con creencias, deseos, intenciones y emociones en otros individuos. En términos simples, es la capacidad de inferir lo que sienten o piensan las otras personas, de manera que podamos interactuar adecuadamente con ellas. Por supuesto, esta habilidad es fundamental para el establecimiento y mantenimiento de relaciones con los demás y es central en el desarrollo de la empatía. Los resultados de varios estudios coinciden en que la lectura inmersiva de ficción (cuentos y novelas) mejora la teoría de la mente, favoreciendo así la interacción social y potenciando la empatía. El hallazgo tiene sentido si se piensa que a través de la lectura de historias entramos en contacto con una representación bastante realista de respuestas a diferentes situaciones sociales, así como a un mundo interno de pensamientos y sentimientos generados por tales situaciones en los personajes. Dicho de forma sencilla, la lectura de historias representa en cierta forma un entrenamiento para interacciones sociales reales.

En su artículo, Fabián Coto pregunta si promover la lectura vale la pena, si tiene sentido, siquiera, planteárselo. Él mismo nos ofrece una respuesta convincente. Toda la pieza es una demostración de la importancia de la lectura. Las neurociencias respaldan esta posición al describir una amplia gama de beneficios. Leer reduce el estrés, protegiéndonos de diversas enfermedades. Leer cambia nuestro cableado cerebral y potencia ciertas funciones. Y sí, por sorprendente que pueda parecer, leer puede mejorar nuestras interacciones con los otros. El secreto es hacer de la lectura un hábito, que sea parte de nuestro día a día. Dado lo apasionante que resulta leer un buen libro, no debería ser algo complicado ni desagradable. Empecemos, entonces, cuanto antes.

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