Por Erika Bagnarello Espinoza – Estudiante de la carrera de Psicología
¿Conocemos las discapacidades sociales?
Son muchas y largas las batallas que han librado tanto familiares como quienes padecen discapacidades sociales. Aspectos como la segregación, discriminación y, hasta cierto punto, la invisibilización por padecerlas son consecuencias a nivel del entorno social en el que se desenvuelven. Por suerte para ellos, existen alternativas para un manejo oportuno y eficaz ante estas crueles prácticas sociales. Para ejemplificar, las personas que las viven son las diagnosticadas con trastorno de ansiedad o trastorno obsesivo compulsivo, por mencionar dos.
Para quienes poco saben sobre el particular, se ve comprometida la autonomía, la paciencia, la asertividad, la tolerancia, entre otras (de las que se desprenden otros factores para una vida plena), pues muchas actividades básicas como lo concerniente al cuidado personal y la movilización, la contención de impulsos, la ira, así como otras tareas que involucran salud mental integral que no son tan imprescindibles, dependen para que la rutina del día a día pueda ser llevadera y mantenga una estructura básica que facilite la convivencia con los demás.
En ese sentido, Soto Fernández (2009) complementa aportando lo siguiente: “La autonomía y la independencia no son sólo la capacidad de hacer las cosas por uno mismo, sino la sabiduría para saber reconocer a quién podemos pedir ayuda”. Otros aspectos no menos importantes, y también comprometidos en personas discapacitadas socialmente, son la comunicación, el tiempo libre, las emociones, la seguridad, el acceso a la tecnología y la salud.
Desde este punto de vista, es vital tener presente la asistencia de profesionales en el campo, establecer fuertes lazos familiares y reestructurar dinámicas para evitar que las personas con discapacidad social se sientan rechazadas, abandonadas o excluidas, y para que sientan que pueden aportar en la interacción con otros, pero desde otras plataformas o estructuras diseñadas para dar a conocer sus talentos y habilidades. Sobre el particular, una de las recomendaciones para los miembros de la familia del paciente es no sobreproteger a quien la padece, pues se genera un fuerte cuadro de codependencia y genera incertidumbre y ansiedad cuando los protectores no estén presentes.
Por otra parte, teniendo claro que las personas con déficit en habilidades sociales experimentan aislamiento social, muy baja autoestima y el rechazo por autopercibirse socialmente incompetentes, es imprescindible reforzar la asertividad con la autoeficacia e ir haciendo ejercicios que impliquen relaciones interpersonales en pequeña escala que les satisfagan, así como ir estableciendo metas propias teniendo en cuenta los intereses de los demás que, aunque no siempre serán convergentes, se les incentive a aprender de ellos y afianzar su gustos, credos, preferencias, sentimientos, necesidades y opiniones respetando a los demás.
Sobre la base de lo anterior, y validándolas como recomendaciones o tips para promover una vida saludable frente a personas con discapacidad social, como bien indica García Ramos (2011), la forma en la que se aprenden habilidades sociales es mediante la modificación de la conducta:
• Enseñanza directa. Las habilidades sociales se transmiten por medio de instrucciones, dando la información de lo que es una conducta adecuada en una determinada situación. Por ejemplo, “no hables con la boca llena”. Al dar la orientación, se valora la capacidad de puesta de atención, comprensión de esta y el llevar a la práctica la conducta.
• Aprendizaje Vicario. También conocido o llamado Modelado, es cuando nos interrelacionamos, somos observados y se nos imita. Se educa con lo que se hace y dice.
• Práctica. Para que se logre la consolidación de las conductas, solo es posible lograrla con la puesta en marcha o ejecución. Se debe practicar para saber si hay o no capacidad de captación adecuada ante diferentes personas y contextos.
• Reforzar las conductas. Se logra cuando el acompañante del paciente refuerza lo que estuvo bien o ignora o reprende lo que no.
• Realimentar las prácticas positivas. Al observar algo positivo, es significativo felicitar porque potencia la conducta. Igual pasa en caso contrario: si la conducta es nociva o negativa corresponde el castigo, aunque se recomienda no hacer uso excesivo del mismo.
Una vez que se ha enseñado tanto el comportamiento como la técnica adecuada, el comportamiento observable tendrá lugar en una línea del tiempo que evidencia mejoras en las actividades diarias sin la intervención de terceros. Sobre el particular, Gonzales Quiñones (2013) ofrece una lista puntual de lo que debe incluirse en la práctica:
• Información específica de los comportamientos adecuados.
• Explicaciones claras de estos.
• Razones que expliquen la importancia de dichas conductas.
• Es importante implicar a los participantes instándoles a que aporten ejemplos o argumenten la importancia de los nuevos comportamientos.
• Deben caracterizarse por trasmitir información breve, frases cortas y utilizar un lenguaje claro.
• Han de enfatizarse y repetirse los conceptos clave.
A manera de conclusión, se deja la invitación abierta para que el interesado(a), mediante el abordaje de la terapia cognitiva, sea de gran utilidad a la hora de intervenir sobre trastornos psicológicos en los que los pensamientos que la persona tiene sobre sí misma, los demás, su futuro o el mundo, tienen una marcada incidencia sobre cómo se siente, cómo se comporta y cómo afronta sus problemas, aportándole calidad de vida, grandes beneficios y avances para la inserción en la sociedad, y se detenga la discriminación, la exclusión y la segregación.