Preguntarse si algo está haciendo falta es el inicio de la retroalimentación y de la curiosidad, del espíritu emprendedor y de la innovación, del mejoramiento continuo y de la creación de valor. Ese espíritu autocrítico es indispensable para una especie como la nuestra, que posee una privilegiada capacidad cerebral que resulta expansiva cuando colabora entre varios. Hemos entrado, quizás a la fuerza, a una fase de la economía del conocimiento que jamás imaginamos así de disruptiva.

Nos referimos a la propagación exponencial de herramientas digitales de inteligencia asistida (IA). Opto por este concepto en lugar del tradicional en vista de que la inteligencia continúa siendo humana, y lo que las nuevas herramientas ofrecen son múltiples formas de aumentar de manera exponencial la capacidad productiva de las personas. Las máquinas no piensan por nosotros. Son, en sencillo, sistemas predictivos de lenguaje con tanta capacidad que logran hacer un dibujo o un vídeo corto a partir de una instrucción verbal.

En esta economía del conocimiento, tendría una fuerte connotación ideológica y sería un análisis simplista afirmar que la IA desplazará empleos. Sí es cierto que miles, quizás millones, de empleos, dejarán de ser lo que eran. Lo mismo sucedió con las operadoras de llamadas —la inmensa mayoría de ellas mujeres— cuando surgió el teléfono: dejó de ser necesario que una persona física conectara dos cables para que dos personas pudieran comunicarse vía telefónica.

Lo que sí es un hecho contundente es que la IA está ensanchando de manera acelerada la brecha entre los seres humanos que utilizan estas herramientas y aquellos que no. En cualquier oficio o profesión, una persona que las use tendrá inmensas oportunidades y potencial sobre otra que no las use. Esta realidad es el diagnóstico más concreto para analizar el estado de situación de nuestro país en la búsqueda de soluciones a futuro.

La eficacia consiste en hacer bien lo correcto. Aquello que genera virtud, produzca valía, impulse el bienestar y cree riqueza, debe ser puesto en perspectiva de las herramientas disponibles, desde la política pública hasta la responsabilidad empresarial y la capacidad de agencia de la sociedad civil organizada. Si pensamos en la educación pública, preguntemos qué sería lo eficaz que el estado debería estar haciendo hoy por ese millón de costarricenses que han aceptado el pacto de que educarse es la manera más probable de ser ciudadanos prósperos en su adultez productiva y, de manera consecuente, de gozar de una vejez digna.

Con las herramientas actuales que están disponibles en el bolsillo, es una responsabilidad individual, una oportunidad corporativa y el potencial de convertirse en una revolución nacional el cultivo del talento en la dirección que a cada persona le dé le gana, por supuesto dentro de los límites de las leyes, la moral y las buenas costumbres, si pretendemos robustecer el estado de derecho.

Es dedicarse a soplar chispas queriendo atizar las brasas que enciendan el fuego del desarrollo, del crecimiento, de la generación y adecuada distribución de la riqueza, de la prosperidad, en fin, de la paz para toda la nación costarricense sin excepción ni exclusión. Seamos intencionales y diligentes soplando las chispas de humanismo que se manifiesten desde nuestro espíritu, que es también nuestro espíritu emprendedor. Esta es la mejor inversión y la mejor apuesta de que, lo que resulte de su convergencia con la IA, será del mayor provecho para la mayoría de personas y demás formas de vida de nuestro exuberante planeta.

Escuche el episodio 208 de Diálogos con Álvaro Cedeño titulado “Soplar chispas”.

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Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio.