Inicié como profesora hace más de 16 años, dando clases para la carrera de periodismo, durante muchos mucho tiempo he estado inmersa en las aulas, en cursos de la Gestión Administrativa de la Comunicación, así como Recursos Humanos, Comunicación Corporativa y Estratégica, en una oportunidad, impartí varias veces o los ochos cursos del Técnico en Gestión de Talento Humano para una universidad privada.
Luego, dejé de dar clases para concentrarme en el oficio de consultora en comunicación y manejo de las emociones, además me convertí en mamá, y eso implica limitación y cambio de prioridades, el tiempo pasó y volví este año a las aulas.
Estoy la mayoría del tiempo con estudiantes de universidades privadas, pero se ha abierto la ventana de algunos cursos en el sector de la educación pública, por lo que también tengo estudiantes pretileros, de todas las carreras, todos aquellos que quieran mejorar sus herramientas de comunicación y no ha sido fácil.
Digo, que no ha sido fácil ni para ellos ni para mí, después de pandemia las clases se convierten en un híbrido, el que quiera se conecta y que quiera llega presencial, la semana pasada yo estaba sola en la clase y todos mis estudiantes conectados desde cualquier lugar. Lo traté de llevar bien, no soy muy diestra con las aplicaciones para las reuniones virtuales, me falta mucho, me resisto a no sentirlos cerca, a no poder verlos en sus escritorios, pupitres como decía yo, ahora más bien la clase es una sala de cine. Ellos esperan que todo les llegue, que todo se suba a la nube, he lidiado este tiempo con suplicarles que lleven dónde apuntar y me refiero a lapicero y cuaderno no a computadora, han pedido el Power Point para dar seguimiento, cosa que yo no uso, porque yo utilizo la pizarra.
Y sí, he tenido que adaptarme al silencio, a las caras de no sé, porque no leen, son estudiantes universitarios pero en su mayoría, no están interesados en el entorno social, político y económico, sino más bien, en el mercadeo, la farándula, los famositicos, y los reguetoneros, en cómo se ven, en cómo comprar un mejor celular, en cómo usar más y más la inteligencia artificial de manera que ellos hagan menos, se preocupan por sus trabajos y gran competencia que tienen día a día para no perderlo, se preocupan de sus redes sociales constantemente y sufren de síndrome de la apatía hacia lo que acontece en el mundo.
Escribiendo esta columna pensé que podrían sentirse mal de mis palabras, y luego recordé que no leen columnas o investigaciones. Pero ojo, les dije que sí iba a escribir un poco de esta experiencia y no todo es tan gris.
Ellos me han enseñado que, si no cambio hacia esas necesidades, no puedo seguir siendo profesora de esos espacios, también que si ponen de su parte es porque logré captar su atención tocando fibras de pedacitos de madurez que vienen asomándose en personas de 21 y 22 años que trabajan y están dispuestas a comerse el mundo, pero su mundo. Me han enseñado que van muy rápido y que son muy diestros en eso. Yo en comparación a ellos voy despacio, o fui. Yo duré 10 años mientras hice bachillerato, licenciatura y maestría. Ellos tienen tres o cuatro años en la U y ya son licenciados y tienen dos carreras. Además, se van de fiesta y van al gimnasio, y tienen pareja.
A mí me dio clases don Alberto Cañas, él con su traje de corbata y saco de dos colores y su maletín de cuero, mandaba a sacar fotocopias de algún escrito que debíamos cuestionar, comprender y rumiar en clase con él, yo fui feliz escuchando sus historias y así aprendí mucho.
La clase vacía y la computadora llena de respuestas en el chat también es una forma de enseñar, pero no reemplaza jamás la vivencia presencial, la palabra, la voz, la mirada y la energía de un aula llena de personas ávidas de conocimiento. Me pregunto si soy yo la única docente que se cuestiona esto.
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