La guerra es un infierno en la tierra, y aunque puede sonar a título de videojuego, en la vida real está muy lejos de ser un entretenimiento. Tampoco es un deporte. No es un partido de fútbol, en el que se escoge un equipo, se saca una bandera, se aplaude a uno y se abuchea al otro. La guerra en la Franja de Gaza es un conflicto complejísimo y doloroso. A la distancia, las ideologías políticas y religiosas empujan a la demonización de los ciudadanos palestinos e israelíes, en vez de problematizar sobre las violentas acciones de Hamás o del gobierno de Netanyahu.

En la comodidad de la distancia, las reacciones del ataque del grupo terrorista Hamás contra la población civil israelí han sido desconcertantes, negativas de condenar los actos terroristas, declaraciones de neutralidad y lo más grotesco e insensato, la algarabía por los muertos judíos. La escritora catalana de origen marroquí Najat el Hachmi lo ha llamado “matar la compasión”. Cuando criticó los asesinatos perpetrados por Hamás, algunos le recordaron que no se lloran los muertos del enemigo y se pregunta: “¿Cómo va a ser el enemigo una gente que estaba en una fiesta? ¿Una niña llena de vida? ¿Una mujer anciana que estaba en su casa?

Por otra parte, sobre la brutal reacción del gobierno de Netanyahu, la escritora el Hachmi apunta que, aniquilar a una población civil que, en muchos casos no tiene que ver con Hamás es venganza inhumana y no justicia. Y los cuestiona:

Miren de cerca a las madres palestinas, verán que lloran las mismas lágrimas que las madres israelíes”.

El desplazamiento forzado de palestinos al sur de la franja está teniendo consecuencias humanas devastadoras. Muhammad una mujer gazati cuenta angustiada: “La situación es tan mala que ni siquiera moverse es seguro”. Al momento de escribir este texto, sábado 14 de octubre, Egipto todavía no confirma si abrirá o no la frontera a los refugiados palestinos.

En este contexto dantesco que empuja a celebrar los muertos de un lado o del otro, hay que vacunarse. Una posible vacuna es desenterrar las olvidadas reflexiones en pro de la paz de quienes vivieron durante décadas este conflicto en carne propia. Como las del escritor y pacifista Amos Oz, quien dedicó una gran parte de su vida a pensar la paz y la búsqueda una solución para esta región.

En el libro Queridos Fanáticos (2018), Oz alerta sobre el creciente arribo de un fanatismo de proporciones ilimitadas. Dice que este es más antiguo que el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. El fanatismo es un gen malo que todas las personas tenemos, claramente se diferencia en el alcance y en la gravedad, pero está en la naturaleza. Ningún ser humano escapa a esa oscuridad, aun cuando se diga ser el más bondadoso o el más sensible. Así que, hay que hacerse vacunas preventivas cada cierto tiempo.

Sobre la historia del conflicto explica que el factor cambiante es el apoyo de las potencias de Occidente y Oriente. Para Israel ha ido variando según la geopolítica global, una vez fue Gran Bretaña, otra vez la Rusia de Stalin, por un breve periodo fueron Inglaterra y Francia y en las últimas décadas Estados Unidos. Lo mismo para Palestina el apoyo de las potencias árabes o islamistas depende de sus propios intereses. El factor constante es que, los judíos viven en el centro del mundo árabe y musulmán y palestinos e israelíes deben compartir la tierra. En este sentido, dice que, no hay ningún malentendido esencial entre ambos pueblos, pues tienen diferentes raíces, igualmente profundas, históricas y emocionales en esa tierra. “Los palestinos están en Palestina porque es la única patria del pueblo palestino (…) Los judíos israelís están en Israel porque no hay otro país en el mundo al que los judíos como pueblo o como nación puedan llamar hogar”.

Parece que a ninguna potencia mundial le importan las vidas de los palestinos o los israelís, antes están sus intereses y sus negocios. Por eso, a lo largo de los años, desde adentro, ciudadanos israelís y palestinos se unieron en la búsqueda de soluciones de paz. Una de estas fue la propuesta de dos estados. Un acuerdo en el que las dos partes tendrían que ceder y comprometerse. Expone Amos Oz que “un acuerdo significa que el pueblo palestino no debería arrodillarse jamás. Ni tampoco el pueblo judío israelí”. Y concluye que, para él la palabra acuerdo significa vida, y lo contrario de acuerdo es fanatismo y muerte.

¿Qué han dicho desde afuera y desde adentro las diferentes ideologías políticas sobre un acuerdo? Ha sido rechazado por todos. La extrema derecha dice que debería haber un único Estado Judío. Y la extrema izquierda está en contra de la autodeterminación judía y proponen que, vivan como una minoría dentro de un Estado árabe. Señala Amos Oz que, la palabra “acuerdo” tiene una reputación terrible en Europa y dice que “la palabra clave para ambos bandos es que la situación de Cisjordania es irreversible. Una palabra que odio. Si fuera una persona paranoica, creería que ambos bandos van de la mano”.

Amos Oz murió en el 2018, manteniendo la idea de que la paz entre Israel y Palestina no era fácil, pero sí posible. Y concluyendo que, además de la muerte, tal vez lo único irreversible sea el fanatismo de los colonos, el de la extrema derecha y el dogmatismo de la extrema izquierda. Siempre defendió la idea de que, el conflicto palestino- israelí no era un Western hollywoodense, no era una lucha entre el bien y el mal, sino que era una tragedia entre dos justicias enfrentadas. Y que, a la distancia, sigue pasando por los prejuicios y los fanatismos desbordados de ideologías políticas, religiosas y culturales.

Dimensionar el espanto de una guerra puede ser algo casi impensable para quienes nunca hemos experimentado la demencia de un conflicto bélico. También para quienes nunca hemos vivido la muerte o desaparición de un ser querido al calor de una atroz dictadura, o el duelo de una migración forzada, o la tristeza del exilio. Pero, no haber vivido una experiencia de ese tipo no es una excusa para el fanatismo. La cura parcial contra el fanatismo propuesta por Amos Oz es la curiosidad y la imaginación. El tratar de imaginarse en el lugar del prójimo, tratar de imaginar el dolor de los Otros, aunque sea por un segundo.

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