Desde que tenemos conciencia, siendo aún niñas, empezamos a preguntarnos ¿qué queremos ser cuando crezcamos? Muchas opciones pasan por nuestra cabeza, independientemente de la cultura, las costumbres o el grupo en el que hemos sido criadas. Maestras, doctoras, escritoras, amas de casa, ingenieras; las posibilidades son múltiples y los retos para alcanzarlas también.

Dejando de lado el delicado tema de las oportunidades en relación con el género, llama la atención un aspecto fisiológico: la menstruación. Desde pre adolescentes pasamos por esta etapa, para algunas un poco traumatizante, para otras no, pero sin duda natural. Escuchamos mitos, experiencias y consejos de supervivencia de quienes llevan años conviviendo con esta sangrienta compañera y, sin embargo, ningún ciclo ni cuerpo es igual a otro, por lo que la experiencia de cada quien es única.

Un estudio realizado por investigadoras de la Universidad de Sevilla determinó que el dolor menstrual afecta el desarrollo de labores cotidianas, debido a la generación de molestias en espalda baja, náuseas, vómitos, dolor de estómago, cansancio y mareos, entre otros síntomas.

Las mujeres con acceso a información y apoyo podemos ser lo que queramos ser, sobre eso no hay discusión, pero tampoco podemos negar que de vez en cuando atravesamos por días en los que la molestia intensa producida por la menstruación obstaculiza aquello que imaginamos cuando éramos niñas.

Números rojos

En un artículo titulado “Menstruación y Derechos Humanos”, la Organización de las Naciones Unidas menciona que el estigma que permanece en ciertas culturas o grupos puede llegar a impedir que mujeres y niñas tengan acceso a tratamientos contra el dolor o trastornos relacionados con la menstruación. Esto puede afectar incluso su salud integral.

Entre el 50 y el 90% de las mujeres ha sufrido dolores menstruales en su vida. En India, el 84% de las mujeres no tiene acceso a las toallas sanitarias. En Holanda, un estudió señala que aproximadamente 14% de las mujeres se han ausentado del trabajo o centro de estudio durante su menstruación. El 3.5% manifestó que esto sucedió durante todos o casi todos sus ciclos menstruales.

Gracias a las múltiples estadísticas disponibles sobre la menstruación, varios países han implementado medidas que buscan equidad laboral y educativa. En 1947, Japón fue el primer país en implementar en su legislación medidas que establecen que las empresas no pueden obligar a una trabajadora a laborar si está sufriendo dolores menstruales y deben ofrecerles un permiso sin goce salarial. Países como Taiwán, Zambia e Indonesia, han implementado licencias en caso de presentarse molestias relacionadas con la menstruación.

Blanco, azul y rojo

En Costa Rica, si una estudiante o mujer trabajadora presenta dolores menstruales que le impidan completar sus tareas, sólo cuenta con la incapacidad que ofrece la seguridad social. Sin embargo, esta medida aplica únicamente en casos en que se presente algún padecimiento grave relacionado con el sistema reproductivo y no aplica para dolores comunes.

Por otra parte, la falta de recursos económicos para obtener productos de higiene menstrual ocasiona en nuestro país que tanto niñas como adolescentes pierdan, en promedio, alrededor de 48 días lectivos anualmente.

Este año se presentó un proyecto de ley en el país denominado “Ley de licencia menstrual para las mujeres y personas menstruantes trabajadoras y día de descanso para las estudiantes con dolores menstruales” (expediente 23.706). Este proyecto, que todavía no ha sido discutido en la Asamblea Legislativa, establece el derecho a un día de licencia menstrual con goce salarial, o un día de descanso a estudiantes que lo requieran, como consecuencia de sufrir dismenorrea o dolores menstruales.

En caso de aprobarse, esta ley fomentaría acciones en pro de la equidad y los derechos humanos, se propiciarían espacios laborales y de estudio más seguros, cómodos y empáticos, e incluso es posible que se disminuyan las estadísticas de accidentabilidad. Así, las mujeres trabajadoras y estudiantes podrían aumentar su productividad durante los días libres de dolor y aumentar la satisfacción con la que llevan a cabo sus tareas.

Me pregunto si todas las mujeres costarricenses podemos ser lo que queremos, con y a pesar de la regla. ¿Es posible superar viejos estigmas culturales y mejorar nuestras condiciones de vida? ¿Es posible cambiar las reglas de la regla? La respuesta está en manos de nuestra Asamblea Legislativa.

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