Hace poco tuve una experiencia muy única e inusual. En los últimos años he llevado a cientos de visitantes a hacer un recorrido muy especial por el húmedo y tupido bosque del Parque Nacional Volcán Arenal.
Uno de mis momentos favoritos es mostrarle a la gente una belleza sagrada para los Mayas. Es una Ceiba enorme, hermosa e imponente de aproximadamente 400 años de edad, una magnífica abuelita del bosque, una verdadera sobreviviente.
En tiempos recientes, los seres humanos se quedaron a vivir en las faldas del volcán Arenal y crearon sus fincas agrícolas y ganaderas. Esto causó que se eliminaran grandes cantidades de bosque. Sin embargo, la Ceiba sobrevivió a este primer episodio, algo nada fácil de lograr.
Después, esta maravilla de árbol sobrevivió a la apocalíptica erupción de 1968, una de las cuatro erupciones más devastadoras en la historia del milenario volcán Arenal.
No exagero cuando digo que la erupción fue apocalíptica. Mi mamá, que el día de la erupción del 68 tenía 18 años, lo cuenta así:
Era entre las 7 y las 8 a.m., el día se volvió noche, llovía agua negra (hoy sabemos que era ceniza en la lluvia), había fuerte fuerte rayería, las gallinas se comportaban como si ya fuera de noche, y las vacas y caballos rompieron las cercas para llegar junto a la casa”.
La erupción del 68 destruyó 15 Km2 y afectó a otros 250 Km2 más. Por esta razón, el bosque tuvo que renacer, literalmente, de entre las cenizas.
Hubo al menos una gran excepción: nuestra abuelita Ceiba. Cuando todo alrededor estaba destruido, la Ceiba seguía ahí, de pie, resistente, fuerte y protectora. Yo me la imagino solita frente al volcán, como desafiándolo.
Estoy convencido de que nuestra Ceiba fue crucial para la recuperación del bosque de este parque nacional en más de una ocasión. Mi hipótesis es que, entre otras cosas, funcionó como un banco de semillas, y también como hospedaje protector para muchos polinizadores. Esto debe haber sido especialmente importante cuando todo era cenizas en 1968.
Si usted va a ese bosque hoy, hay partes que parecen tener cientos de años.…y en cierta medida es cierto. Es decir, el bosque ha cambiado mucho durante los siglos hasta casi desaparecer. Pero hoy por hoy ese bosque, el barrio de la abuelita Ceiba, sigue ahí a pesar de todo.
Cientos de veces y con orgullo conté la historia de supervivencia de esta Ceiba. Lo hice como si se tratara de un familiar heroico a quien deberíamos hacerle un monumento.
Lamentablemente algo cambió.
Días atrás llevé a una pareja de extranjeros al parque nacional, y me encontré con que esta gigantesca sobreviviente ya no pudo más. Muy a mi pesar, había colapsado.
Sus 400 años, la humedad, y los fuertes vientos, entre otros factores, hicieron que la abuelita cumpliera esta parte de su ciclo.
Con las manos sobre mi cabeza le pedí disculpas a la pareja de visitantes, les solicité un momento, me acerqué a la Ceiba, y la lloré desconsolado.
No sabía que la admiraba y quería tanto. Tengo que aceptar que la tomé por un hecho, asumí que siempre iba a estar ahí. Supongo que es un error común en nosotros los seres humanos.
Por ahora sólo sé que voy a seguir contando su historia de sobrevivencia con orgullo, porque es una abuelita del mundo natural que vivió y enfrentó mucho durante su vida. Y como muchas abuelitas, fue el pilar que mantuvo unida a esa comunidad natural frente a la adversidad.
Cuando alguien muere, comúnmente intentamos recordarlos y celebrarlos por medio de sus logros. Aquí le comparto otras de la cosas que esta Ceiba siempre hizo, y que son una genial enseñanza para personas y comunidades, para empresas y gobiernos:
Como todos los perfectos árboles del mundo, esta abuelita del bosque funcionó con la luz del sol como fuente primaria de energía, sólo utilizaba la energía que necesitaba, lo reutilizaba todo sin desperdicio, premiaba la cooperación, apostaba por la diversidad, se valía de la experiencia y capacidades locales, frenaba los excesos desde adentro, y aprovechaba el poder de los límites…incluso de sus propios límites cuando dejó de ser una imponente Ceiba de pie para continuar con su siguiente ciclo, uno mucho menos visible al ojo humano que sólo está de paso.
¡Qué absoluto honor haberla visitado cientos de veces tan seguido y haber aprendido sobre ella y de ella!
¡La abuelita Ceiba del bosque era y sigue siendo perfecta!
Ceiba del Parque Nacional Volcán Arenal, crédito: Roy Prendas
Detrás del teclado (como detrás del telón o detrás de cámaras)
Quiero creer que cuando uno comunica desde el corazón, siempre expone la honestidad de sus sentimientos. Y si uno pone atención, puede aprender mucho.
Cuando yo escribía el primer borrador de este artículo, una parte del texto leía “me acerqué a la Ceiba, y la lloré como un chiquito”.
Mi amiga Karla, de Alajuela, me dijo
es muy importante que los hombres comiencen a validar la necesidad de que, cuando se siente dolor o pena, llorar como un chiquito no es malo, lo malo es creer que solo los niños tienen derecho a llorar sin censura. Un hombre puede llorar cuando lo sienta, eso es sano, eso está bien. Llorar también es de hombres. De hombres nobles, sensibles, empáticos y la humanidad y la naturaleza necesitamos mucho de esas personas que lloran y que ríen sin recato para estar mejor”.
Antes de este comentario, juraba que yo ya había superado el tema de que los hombres también lloran. Pero mi propio texto, y el comentario de mi amiga, me hicieron ver que no es un tema que yo haya superado al 100%.
Eché para mi saco, medité el tema, lo conversé con mi esposa, aprendí y edité el texto que ahora dice “me acerqué a la Ceiba, y la lloré desconsolado”.
La abuelita Ceiba me sigue enseñando, incluso con un texto que yo mismo escribí.
¡Gracias Abue!
Ceiba del Parque Nacional Volcán Arenal, crédito: Roy Prendas
Posdata: Me niego a compartir fotos o videos después del colapso de la Ceiba. En su lugar, preferí compartir como vivió, y lo que podemos aprender de ella.
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