Era el 2006 cuando mi colega, coterráneo y amigo, el Dr. Jean Paul Vargas, advirtió en su libro “El ocaso de los presidencialismos centroamericanos”, la necesidad de cuestionar el diseño constitucional de nuestro presidencialismo, cada vez más carente de funcionalidad en esquemas de gobiernos divididos.

Factores de la disfuncionalidad. 1) Ausencia de una mayoría legislativa simple por parte del partido que llega a gobierno desde 1994; 2) Aumento de la fragmentación parlamentaria y dispersión de la oposición; 4) Mala calidad e irresponsabilidad de la oposición; 4) Poca capacidad de negociación por parte del Poder Ejecutivo para controlar la dinámica interna del Congreso; 5) Desdibujamiento ideológico que repercute en la disciplina y cohesión de las fracciones partidarias, que en ocasiones incluso ha derivado en no pocos casos transfuguismo y el surgimiento de partidos pyme de alquiler; entre otros.

Discusión y debate necesario. En razón de los anteriores factores y muchísimos otros más, nuestro presidencialismo adolece en la actualidad de la capacidad institucional para gobernar y enfrentar los retos nacionales con oportunidad y con posibilidades de éxito, dejando una peligrosa sensación que nuestra democracia se encuentra en recesión. Por ello,  es menester reflexionar y discutir sobre la conveniencia o no — con todo y sus bemoles — , sobre si resulta necesario ¿Fortalecer nuestro presidencialismo, adoptar el parlamentarismo o algunos elementos de él? 

Fuera de romanticismos o sesgos. La mayoría de los factores de disfuncionalidad señalados, tampoco es que son ajenos al parlamentarismo, salvo el de ausencia de mayoría legislativa por parte del partido de gobierno, que encuentra en ocasiones solución con alianzas mucho más sólidas y formales que las existentes temporalmente en nuestro presidencialismo, fraguadas al igual que en el parlamentarismo, pero de modo informal, a cambio de puestos en el gabinete, en el servicio exterior o mediante negociaciones desconocidas y poco transparentes.

Urgente necesidad de coaliciones. Para embestir de mayor formalidad y permanencia esas alianzas mal llamadas en ocasiones “gobierno de unidad nacional” o “meritocracia”, bastaría primero por aceptar que hoy difícilmente algún partido tenga los suficientes cuadros partidarios para conformar gobierno, pero sobre todo aceptar, que ningún partido tiene hoy el capital político suficiente para ganar una elección en una primera vuelta y si gana sin realizar alianzas en una segunda vuelta, será porque el elector le vota, solo para evitar que gane su adversario. Aceptado lo anterior, ¿Por qué mejor no hacer reformas electorales para incentivar las coaliciones formales desde el inicio de la campaña para transparencia del elector, con reglas claras en cuanto a la distribución de cargos en un eventual gobierno y sobre el reparto de la deuda política, que a fin de cuentas es por lo que muchas verdaderamente no prosperan?

Transparencia para el elector.  El elector debería saber con antelación — desde la campaña electoral —, cuáles son los socios del partido por el que piensa votar  y no estar vaticinando con quien gobernaría en caso de llegar a la Presidencia ¡Dime con quien te juntas y te diré cómo gobiernas! Los partidos políticos tendrían también mucho mayor cuidado a la hora de hacer alianzas, ya que electoralmente deberían responder no solo por ellos, sino también por sus aliados, muchos de ellos partidos chicos considerados radicales de uno u otro lado del espectro ideológico, que más que sumar les podrían restar.

Peligros de no hacer coaliciones. Para quienes a esta altura del artículo, todavía tengan dudas sobre la urgente necesidad de incorporar incentivos para hacer las coaliciones, valdría la pena que miraran lo que actualmente sucede en El Salvador, donde toda la oposición se está uniendo desesperadamente — pese a sus enormes diferencias ideológicas —, por temor a la entronización más que de un partido, de una persona en el poder, la cual por cierto venía más que fortaleciendo, extralimitando el presidencialismo en su país.

No confundir el poder formal con el real.  Hoy está claro que al igual que sucede en el parlamentarismo, en nuestro presidencialismo “Hace falta más que ganar las elecciones para gobernar y se puede gobernar sin ganar elecciones”. Sin embargo, algunos quizás por un tema de ego, vanidad e ignorancia, prefieren según ellos no compartir el poder, ya que confunden el poder formal con el real o bien,  se conforman únicamente con el primero, mientras la limitada capacidad institucional para gobernar, es ejercida por otros con dificultad, ya sean financistas u otros poderes fácticos.

Más propuestas y menos mezquindad. En 2001 el entonces presidente de la República, Miguel Ángel Rodríguez, propuso una reforma constitucional para adoptar el parlamentarismo (expediente 14.588) que no contó en aquella oportunidad con viabilidad y el informe de la Comisión de los Notables en 2013 planteó también la necesidad de considerarlo. Por su parte, en 2018 y 2020 el Frente Amplio, ha propuesto iniciativas para facilitar y fortalecer las coaliciones electorales (expedientes 20.697 & 21.835), ambas iniciativas aunque perfectibles como todas, parece que fueron rechazadas más por el partido proponente y coyuntura que por temas de fondo.

Valdría la pena que se presentaran otras iniciativas por parte de distintas agrupaciones políticas, las cuales hoy en una coyuntura distinta, podrían ser valoradas de diferente forma.

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